Lena
Estaba parada frente a la sala del rector, envuelta en un mar de pensamientos y teorías sobre lo que podría estar sucediendo dentro, mientras Elias exponía mi situación inusual. La espera se sentía interminable, cada minuto estirándose como si el tiempo mismo jugara con mi ansiedad.
Apoyada contra un gran ventanal, mi mirada se perdía en la arquitectura de la academia, observando cómo los edificios de vidrio y las casas se arremolinaban alrededor del espacio que, según Elias, era el comedor, formando un círculo protector o tal vez ceremonial alrededor de él.
La quietud del momento se vio interrumpida por el sonido de pasos acercándose. Al levantar la vista, mi corazón dio un pequeño salto.
Nate.
Su presencia, aunque esperada en algún rincón de mi mente, me tomó por sorpresa. No venía solo; lo acompañaban cuatro personas más, dos chicos y dos chicas, cada uno con su aura única.
El primero que capturó mi atención, siguiendo a Nate, tenía un aire innatamente amigable, con una sonrisa que parecía tan natural en su rostro como si fuera su estado de reposo. Su cabello castaño claro, bajo la luz que se filtraba a través de los ventanales, parecía tener hilos de oro entretejidos, y sus ojos claros reflejaban una calidez y apertura raras. Algo en él sugería que era el tipo de persona que encontraba la felicidad en la felicidad de los demás, un amigo leal y un confidente.
El otro chico presentaba un contraste marcado, con una piel oscura que hablaba de raíces lejanas. Su cabello, castaño y arreglado con un cuidado que rozaba lo artístico, complementaba una mandíbula fuerte y una barba precisamente delineada, elementos que juntos le daban un aire de distinción y una masculinidad sofisticada. La confianza que irradiaba no era arrogante, sino el resultado de una autoaceptación plena y una seguridad en su lugar en el mundo.
Las chicas que los acompañaban presentaban un contraste fascinante, ilustrando la diversidad y riqueza de caracteres dentro de su grupo.
La primera de ellas parecía personificar la gracia y una belleza que no necesitaba adornos, aunque llevaba una corona de flores silvestres que añadía un toque de magia a su apariencia. Su cabello rubio caía en ondas suaves alrededor de un rostro, sus grandes ojos soñadores y una sonrisa tímida sugerían una profundidad de espíritu y una bondad innata. Había algo en ella que hablaba de la poesía del mundo natural, de la conexión con las cosas suaves y silenciosas de la vida.
La otra chica contrastaba con una energía que parecía emanar directamente del sol. Su cabello castaño rojizo, brillante y vivaz, enmarcaba una cara iluminada por una sonrisa encantadora y unos ojos que destellaban con la luz de la curiosidad y el entusiasmo. Su belleza era de una naturaleza alegre y juvenil, como si cada gesto suyo estuviera imbuido de una chispa de alegría y una sed insaciable por llamar la atención.
Mientras se acercaban, cada paso de Nate y su grupo parecía medido, no en cautela, sino con la seguridad de quienes conocen su poder y su propósito.
Cuando pasaron por mi lado, cada uno de ellos me dedicó una mirada que oscilaba entre la curiosidad y la evaluación mientras entraban al despacho del rector.
Esa mirada, aunque breve, me hizo cuestionar mi lugar aquí, en un mundo donde cada persona parecía tener un papel definido y una conexión con el tejido mágico que yo apenas comenzaba a comprender. La pregunta no pronunciada en sus ojos "¿Quién eres tú?" resonó en mi interior con una intensidad sorprendente.
"Tal vez no sea tan bienvenida aquí," pensé, un sentimiento de duda anidando en mi pecho.
Justo cuando la balanza de mis decisiones se inclinaba peligrosamente hacia la huida, hacia retomar la vida de sombras y escapes que hasta ahora había conocido, una voz, clara y serena, cortó el hilo de mis pensamientos.
—Espera un poco más... —resonó, no en el aire, sino directamente en mi mente, envolviéndome en una calma inesperada.
Me giré, buscando el origen de esa voz, y me encontré con la presencia de alguien que, a primera vista, parecía un hombre.
Pero algo en su esencia, en la forma en que el aire a su alrededor parecía vibrar con una energía distinta, me hizo darme cuenta de que no era un hombre. Era algo más, algo que mi mente aún luchaba por aceptar: un Arcano.
—Es normal que te sientas así, pero como la Templanza, te pido paciencia. —Sus palabras fluían con una tranquilidad que parecía impregnar el espacio entre nosotros, su presencia un bálsamo para la turbulencia de mis emociones.
Y luego, tan gradual como un sueño desvaneciéndose al amanecer, comenzó a desaparecer ante mis ojos. Lo último que vi fue su aura, condensándose en una carta que llevaba su figura, una imagen que parecía capturar la esencia misma de la paz y el equilibrio.
—Ten paciencia, mi niña, —fueron sus últimas palabras, un susurro que parecía dejar un eco en el silencio que siguió.
¿Qué demonios? La sorpresa, la incredulidad y un destello de miedo se entrelazaron en mi interior.
Mientras sostenía las dos cartas, una calidez inesperada y un zumbido suave emanaron de ellas, como si estuvieran despertando a la vida. Casi sin darme cuenta, mis labios se movieron para formar una pregunta, una súplica por comprensión en este torbellino de eventos que me superaba.
—¿Qué se supone que debo hacer ahora? —murmuré, más para mí misma que para ellos, pero las cartas vibraron, como anticipando una respuesta.
La imagen del Mago tomó una profundidad tridimensional, sus ojos se encontraron con los míos, llenos de una sabiduría eterna.
—Lena, —comenzó su voz, resonando en mi mente, —tu encuentro con nosotros no es casualidad ni error. Es el inicio de un viaje que solo tú puedes emprender.
Mientras procesaba sus palabras, la carta de la Templanza también cobró vida, su figura serena y equilibrada emergiendo con una gracia única. Sus ojos, llenos de una calma infinita, se posaron en mí con una mirada reconfortante.
—Lena —dijo, su voz suave como un susurro de viento, —debes mantenerte firme. Estás exactamente donde necesitas estar, aunque ahora no lo entiendas.
Sentí un nudo de inseguridad formarse en mi pecho. La magnitud de sus palabras me abrumaba, y aunque quería creer en ellas, la duda se aferraba a mi mente.
—¿Y si no soy lo suficientemente fuerte? —pregunté, mi voz quebrándose ligeramente — ¿Y si no puedo enfrentar lo que venga?
El Mago y la Templanza intercambiaron una mirada comprensiva antes de volver a enfocarse en mí.
—La fortaleza no siempre se mide por la ausencia de miedo, sino por la capacidad de seguir adelante a pesar de él —respondió el Mago, sus ojos brillando con una certeza inquebrantable.
La Templanza asintió, añadiendo con una calma serena:
—Confía en el proceso, Lena. La paciencia y la perseverancia son tus aliados. Cada paso que des, por pequeño que sea, te llevará más cerca de descubrir tu verdadero potencial.
Respiré hondo, dejando que sus palabras calaran en lo más profundo de mi ser. Aunque aún sentía inseguridad, una chispa de esperanza comenzó a encenderse dentro de mí.