Capítulo 17

1487 Words
Lena Era mi primer día de clase en la academia, y la ansiedad burbujeaba en mi estómago como una poción mal mezclada. Elias, siempre el amigo y guía, me acompañaba a mi primera clase de Alquimia avanzada, una asignatura que, hasta ese momento, era para mí un misterio absoluto. Al entrar en el aula, el aire estaba impregnado de un aroma que no podía identificar, una mezcla de hierbas, minerales y algo más, un olor que hablaba de magia y de antiguas recetas guardadas en libros polvorientos. La habitación estaba dispuesta con varias mesas de trabajo, cada una equipada con una impresionante variedad de instrumentos y materiales alquímicos. La profesora se paró frente a la clase, su presencia imponiendo un silencio respetuoso. —Buenos días, Lena. Soy la Profesora Cresswell, y estaré a cargo de su formación en Alquimia avanzada, —comenzó, su voz clara y firme. —En esta asignatura, exploraremos la transformación de materiales y la creación de pociones y elixires. Espero de ti precisión en la práctica y un compromiso serio con el conocimiento teórico profundo que esta disciplina requiere. Mis ojos recorrieron la sala, encontrándose con los de Nate, quien, para mi sorpresa, estaba en esta clase también. Su mirada hacia mí era una mezcla de irritación y algo más, algo que no podía descifrar del todo. A su lado, Ravenna observaba con interés, claramente disfrutando de la tensión creciente entre nosotros. Elias, notando mi incomodidad, colocó su mano en mi hombro en un gesto tranquilizador. —Estarás bien, —me susurró, aunque sus ojos nunca dejaron de observar a Nate, consciente de la tensión entre nosotros. La Profesora Cresswell continuó: —Hoy, comenzaremos con los fundamentos de la alquimia. ¿Alguien podría decirme cuál es el primer principio de la alquimia? Miré a mi alrededor, esperando que alguien más respondiera. La alquimia era un terreno desconocido para mí, y la pregunta de la profesora resonaba en mi cabeza sin encontrar eco. Fue Nate quien habló, su voz cargada de confianza. —El primer principio es la comprensión de la naturaleza de la materia, que todo es uno y que, con el conocimiento adecuado, puede transformarse en cualquier otra cosa. La profesora asintió, satisfecha. —Correcto, Nate. La alquimia nos enseña que todo en el universo está interconectado, y que con la práctica y el conocimiento adecuados, podemos aprender a manipular y transformar esos vínculos. Mientras la clase continuaba, no pude evitar sentirme cada vez más irritada con la actitud de Nate. Sus respuestas, aunque correctas, estaban teñidas de una arrogancia que me resultaba insoportable. Y cada vez que Elias intentaba ayudarme o explicarme algo, podía sentir la mirada de Nate sobre nosotros, cargada de celos y reprobación. Elias, tratando de aliviar la tensión, me guió a través de un ejercicio práctico, su cercanía un recordatorio constante de su apoyo. Pero incluso eso parecía solo avivar más el fuego de la antipatía entre Nate y yo. —Concentrémonos en la clase, Lena, —me aconsejó Elias, su voz un suave recordándome que había cosas más importantes en las que enfocar mi atención. A medida que la clase avanzaba, me esforcé por sumergirme en el fascinante mundo de la alquimia que la Profesora Cresswell desplegaba ante nosotros. Cada fórmula y cada teoría eran ventanas a un universo de posibilidades ilimitadas, donde la materia podía transformarse y moldearse con la guía de nuestras manos y mentes. —Para la próxima clase, espero que todos traigan una muestra de agua de un lugar que sea significativo para ustedes, —anunció la profesora, cerrando el libro con un golpe suave. —La transformaremos usando los principios que hemos discutido hoy. Al salir del aula, intenté dejar atrás la tensión, concentrándome en la tarea que la Profesora Cresswell había asignado. Sin embargo, era imposible ignorar la mirada de Nate siguiéndome, cargada de una emoción que no lograba identificar completamente. ¿Era solo odio lo que veía en sus ojos, o había algo más, algo que ni él mismo quería admitir? —¿Estás bien? —La voz de Elias me sacó de mis pensamientos. Respiré hondo, buscando la calma. —Lo estaré, —respondí, forzando una sonrisa. —Gracias por estar aquí para mí. La expectación por mi siguiente clase, Defensa mágica y duelos, era alta, especialmente al saber que se trataba de una materia práctica que exigiría de mí no solo conocimiento teórico sino también habilidad física. El Profesor Cedric Nightshade, con su renombre en el campo de batalla, prometía una instrucción rigurosa y apasionada en el arte de la defensa y el combate mágico. Antes de la clase, me dirigí a los vestuarios para cambiarme a la ropa deportiva requerida, una señal clara de que esta sesión sería intensamente práctica. Al entrar al salón de clases, me encontré con un espacio amplio y despejado, preparado para el movimiento y el duelo. Los estudiantes ya estaban reunidos, murmullos de expectativa flotando en el aire. El Profesor Nightshade se presentó con una voz que resonaba con autoridad y experiencia. —Bienvenidos, estudiantes. Soy el Profesor Cedric Nightshade, y aquí aprenderán a defenderse de hechizos oscuros y a perfeccionar las artes del combate mágico y físico. Espero la dedicación y esfuerzo de cada uno de ustedes. Su mirada se posó brevemente en cada estudiante, deteniéndose un instante más en mí, reconociendo mi estatus de nueva. —Hoy, pondremos a prueba sus habilidades iniciales. Quiero ver cómo reaccionan bajo presión y cómo aplican lo que saben en un duelo. Para mi sorpresa, y probablemente para la de todos, el profesor eligió a Nate y a mí como los primeros en enfrentarnos. —Nate, Lena, al centro, —anunció, indicando el espacio preparado para el duelo. Caminé hacia el centro del salón, mi corazón latiendo con fuerza ante la idea del enfrentamiento. Nate se acercó desde el otro lado, su mirada fija en la mía, una mezcla de determinación y algo que no lograba descifrar completamente. —Recuerden, control y precisión, —instruyó el profesor Nightshade mientras nos poníamos en posición. El combate físico no era mi fuerte, una verdad que se hizo evidentemente clara tan pronto como el Profesor Nightshade nos instruyó a Nate y a mí para tomar posiciones en el centro del salón. Mis habilidades se inclinaban hacia lo académico, hacia el estudio y la práctica de la magia de manera controlada, no hacia el intercambio de golpes y la agilidad física que parecían venirle tan naturalmente a Nate. —Recuerden, la defensa mágica incluye también el dominio del cuerpo y la mente en combate físico, —dijo el profesor, marcando el inicio del duelo. —Comiencen. El primer encuentro fue rápido, Nate avanzó con una destreza que hablaba de horas de práctica. Intenté esquivarlo, pero mi movimiento fue torpe, demasiado lento. Su mano encontró mi hombro, empujándome suavemente hacia atrás, y caí al suelo con un golpe sordo que resonó más fuerte en mi orgullo que en el salón. Intenté levantarme rápidamente, la mirada de Nate sobre mí era una mezcla de preocupación y competencia. —¿Estás bien? —preguntó, extendiendo su mano para ayudarme. —Así no cuenta, Nate. Lena, intenta anticipar sus movimientos, no reacciones a ellos, —instruyó el Profesor Nightshade, su voz firme pero alentadora. El segundo intento fue similar. Esta vez, intenté ser más proactiva, avanzando hacia Nate con determinación. Sin embargo, la falta de práctica me traicionó una vez más. Un movimiento mal calculado y mis pies se enredaron en una danza torpe, enviándome de nuevo al suelo mientras Nate apenas se movía para esquivar. La frustración comenzó a hervir dentro de mí, una mezcla de irritación por mi ineptitud y admiración reacia por la habilidad de Nate. El tercer intercambio fue el más breve. Decidida a al menos esquivar un ataque, me centré en Nate, tratando de leer su siguiente movimiento. Pero la concentración se disipó cuando nuestras miradas se encontraron, el mundo se redujo a ese instante de conexión inesperada. Y entonces, el suelo se acercó una vez más, mi caída amortiguada por la alfombra del salón, pero no por el golpe a mi autoestima. Me puse de pie una vez más, sacudiendo el polvo de mi ropa deportiva y tratando de sacudirme la sensación de derrota. Sabía que Nate tenía una ventaja física evidente sobre mí; era más grande, evidentemente más fuerte, y su destreza en el combate físico era innegable. Sin embargo, algo dentro de mí se resistía a aceptar la derrota sin luchar con todo lo que tenía. Inspiré profundamente, llenando mis pulmones con el aire frío del salón, intentando centrar mi mente y mi espíritu. Con la determinación renovada, me concentré en el entorno que me rodeaba, en Nate, y en la energía que fluía a través de mí. Fue en ese momento, con el silencio pesado alrededor nuestro, cuando sentí una presencia abrumadora, un poder que crecía dentro de mí, pidiendo ser liberado.
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