Nate
El susurro de Seraphina resonó en el aire como un eco de advertencia, desatando una oleada de tensión que se propagó entre nosotros como un fuego voraz.
Instintivamente, me encontré rodeando a Lena con mi cuerpo, un gesto protector impulsado por el miedo y la necesidad de mantenerla a salvo.
Aunque la furia ardía dentro de mí, no podía evitar sentir una punzada de dolor ante la situación. Había confiado en Lena, en nuestra conexión, en nuestra capacidad para superar cualquier obstáculo juntos. Pero verla enredada en una ilusión, incapaz de distinguir la realidad de la ficción, me llenaba de una frustración y un desconsuelo abrumadores.
Mierda, sabía que no era fácil para ella. No sabía cómo proteger su mente de los constantes ataques psíquicos de los demás, de las manipulaciones y engaños que acechaban en cada rincón oscuro de nuestra realidad. Pero eso no mitigaba el dolor punzante que se había instalado en mi pecho, como una sombra oscura que amenazaba con devorar todo a su paso.
Aun así, a pesar del torbellino de emociones que me consumía, no podía apartar mi atención de Lena, de la necesidad urgente de protegerla, de estar allí para ella en cada paso del camino, incluso cuando la confianza se desvanecía y la oscuridad amenazaba con engullirnos por completo.
Menos aún cuando Lena habló con ese temblor en su voz, un temblor que me desgarraba de la peor manera posible, como si cada palabra fuera un golpe directo al corazón.
—¿Qué diablos está pasando? —susurró, aferrada a mi brazo con una fuerza que reflejaba su desconcierto y su miedo palpable.
Antes de que pudiera responder, Ravenna intervino con su voz cargada de desprecio y disgusto.
—Ese amiguito tuyo no estaba solo —espetó, su tono lleno de veneno y malicia, como si disfrutara al sembrar la discordia y el caos a su alrededor.
—¡Ya cállate la puta boca! —le grité, exhausto de su comportamiento de mierda. Sí, habíamos tenido algo, pero no había sido nada emocional, solo un breve alivio al estrés generado por la Academia.
—¡Uy! ¿Duele que un demonio haya tocado a tu pareja? —se burló de mí, con su tono sarcástico y despectivo de siempre.
Sentí una oleada de rabia recorrerme desde la punta de los dedos hasta la médula espinal.
Iba a matarla, y debo admitir que estaba ansioso por hacerlo.
Todos quedamos inmóviles cuando, desde las sombras, emergieron cinco demonios horrendos, husmeando el aire a su alrededor. Sus miradas se posaron en nosotros mientras gruñían, reconociendo el polvo que había sido su compañero.
Los demonios se abalanzaron con una furia desenfrenada, sus cuerpos musculosos retorcidos en una grotesca danza de violencia. El aire se llenó con el olor a azufre y el sonido de sus gruñidos guturales, creando una atmósfera opresiva y lúgubre.
Mis sentidos se agudizaron mientras me preparaba para el combate. El palpitar frenético de mi corazón resonaba en mis oídos, el calor de la batalla crepitaba en el aire a mi alrededor. Lena estaba a salvo detrás de mi escudo, pero la preocupación por su seguridad seguía latente en mi mente, alimentando mi determinación para protegerla.
El demonio frente a mí era una masa de músculos retorcidos y piel escamosa, sus ojos brillaban con una malicia oscura mientras se preparaba para atacar. Me lancé hacia adelante, mi cuerpo se movía con gracia y precisión, buscando cualquier apertura en su defensa.
Cada golpe era un torbellino de fuerza y destreza, mis movimientos impulsados por la urgencia de la batalla. El sudor perlaba mi frente, el esfuerzo físico y mental se comenzaba a sentir mientras me dividía en proteger a Lena y atacar a mi enemigo.
Mientras tanto, Seraphina y Ravenna se enfrentaban al demonio con una determinación feroz, sus habilidades mágicas destellaban en el aire mientras conjuraban hechizos poderosos para repeler al enemigo.
La pelea era un frenesí de acción y caos, cada uno de nosotros luchando con todas nuestras fuerzas para mantenernos con vida.
El grito desgarrador de Lena cortó el aire, atrayendo mi atención de golpe. En ese breve instante de distracción, el demonio frente a mí aprovechó la oportunidad para atacar con brutalidad. Sus garras afiladas se hundieron en mi piel con una fuerza devastadora, enviándome al suelo con un dolor punzante que se extendía por todo mi cuerpo.
El veneno del demonio se propagó rápidamente a través de mis venas, envolviendo mis sentidos en una neblina oscura. Mi poder mágico se desvaneció ante la invasión del veneno, dejándome vulnerable a mí y a mi pareja.
Vi cómo el escudo protector que había levantado para mantener a salvo a Lena se desmoronaba frente a mis ojos, la sensación de impotencia inundando mi ser. La desesperación por su seguridad se apoderó de mí, un nudo de angustia apretándose en mi pecho mientras luchaba por levantarme y protegerla.
El demonio se abalanzó una vez más, y me preparé para recibir su embestida, pero una repentina explosión de luz nos envolvió a todos, cegándonos por un instante.
Cuando la intensidad del resplandor disminuyó, pude ver a Lena de pie frente a mí, aún envuelta en una leve aura luminosa. Sin embargo, lo que realmente me sorprendió no fue eso, sino lo que descubrí cuando se giró hacia mí, sus ojos irradiando algo inesperado: La Muerte.
Lena, mi pareja, tenía dos Arcanos.
La sensación de desconcierto me golpeó mientras Lena caía de golpe frente a mí, su cuerpo quedando tirado en el suelo duro. Me apresuré hacia ella, arrastrándome con rapidez mientras trataba de asimilar lo que acababa de ver. Miré alrededor, buscando a mis compañeros con la esperanza de que ninguno hubiera presenciado el poder de Lena. O al menos eso deseaba creer en medio del lío que tenía en la cabeza.
Me acerqué a ella justo cuando Seraphina se abría paso hacia nosotros, con una expresión decidida en el rostro mientras se preparaba para usar su magia curativa. Con cuidado, sostuve la cabeza de Lena entre mis manos, colocándola sobre mis piernas mientras Seraphina se aproximaba.
Acaricié su rostro con ternura, apartando los mechones de cabello que caían sobre su rostro pálido. Lena había actuado con valentía, arriesgándose para protegerme sin entender completamente las implicaciones de lo que estaba pasando. Ella no estaba lista para cargar con este peso que teníamos, este secreto que compartíamos mucho antes de que ella llegara a la Academia.
—Ella no está lista —dijo la voz de Marco detrás de mí, rompiendo el silencio tenso que nos envolvía.
—Nos acaba de salvar el culo —la defendió Julián con firmeza.
—Ese poder... —susurró Elias, y sentí como si mi sangre se congelara en mis venas.
—De seguro tiene algo que ver con su Arcano —añadió Seraphina mientras seguía concentrada en cerrar mi herida.
—Trabaja en ella —le exigí, tratando de mantener la calma mientras el dolor y la preocupación se mezclaban en mi interior.
—Ella está bien, Nate, solo necesita descansar... —me interrumpió Seraphina, sin dejar de aplicar su magia curativa sobre mi cuerpo.
—¡Cúrala a ella primero! —grité, desesperado por su bienestar.
—Cálmate, Nate —dijo Marco, poniendo una mano en mi hombro en un intento de tranquilizarme.
Ravenna, que había estado observando la escena con una expresión indescifrable, bufó antes de acercarse y colocar sus manos sobre Lena.
—No la toques —dije apretando la mandíbula, la sola idea de que ella le hiciera algo a Lena me enloquecía.
—¡Déjate de tonterías! —me gritó Ravenna, su voz llena de irritación—Seraphina no tendrá energía para ambos.
Y sin esperar mi respuesta, se puso a trabajar en Lena. La ira y la impotencia me consumían, pero no podía hacer más que observar mientras Ravenna aplicaba su magia curativa. Ver sus manos sobre Lena me resultaba insoportable, pero sabía que en ese momento, era lo mejor para ella.
Cada segundo que pasaba parecía una eternidad. Sentía que mi corazón se rompía con cada latido, la angustia por Lena y la incertidumbre sobre su condición pesando sobre mí como una roca. Verla tan vulnerable y saber que había arriesgado todo para salvarme me hacía sentir aún más culpable.
No podía permitir que nada le pasara, no después de lo que acababa de ver.
Ravenna terminó su trabajo y se apartó, su expresión una mezcla de cansancio y hastío. Lena estaba respirando con normalidad de nuevo, su rostro recuperando algo de color.
Sentí un alivio indescriptible al verla así, aunque sabía que esto era solo el comienzo de una serie de desafíos y charlas incómodas entre nosotros.
Había prometido que no le mentiría, y había roto esa única promesa.