Lena
El profesor Magnus Thornwood estaba de pie frente a su escritorio, su figura imponente destacaba en el aula iluminada por la luz de las velas mágicas. Sus ojos, profundos y penetrantes, se posaron en mí en el momento en que crucé la puerta del salón. Una sonrisa amable iluminó su rostro, aunque algo en su expresión parecía contener una advertencia implícita.
—Bienvenida, señorita Rivers —saludó con una voz profunda pero acogedora. —¡Cuidado!
Mi corazón dio un vuelco ante su advertencia, pero antes de que pudiera siquiera comprender a qué se refería, una presencia inesperada me tomó por sorpresa. Una criatura pequeña y veloz saltó desde uno de los pupitres cercanos, arañando mi brazo con brutalidad.
El dolor agudo se propagó por mi cuerpo, haciendo que un instante de pánico se apoderara de mí. La sorpresa y el miedo se mezclaron mientras luchaba por reaccionar.
El dolor en mi brazo se convirtió en un grito involuntario cuando la criatura me clavó los dientes con fuerza en mi carne. Sin tiempo para pensar, la magia comenzó a fluir dentro de mí, una fuerza que respondía a mi angustia. Una explosión de energía se desató, envolviendo a la criatura en un destello brillante.
El aire se llenó con chispas mágicas mientras la criatura desaparecía, convirtiéndose en polvo delante de todos.
El salón quedó en silencio, solo interrumpido por mi respiración agitada y el zumbido de la energía residual.
El corazón aún latía con fuerza en mi pecho, como si estuviera tratando de escapar de su prisión de huesos, intentaba calmar mis nervios. Los ojos del profesor Thornwood mostraban preocupación genuina mientras me observaba, pero se mantenía a una distancia segura de... ¿mí?
—¿Está bien? —preguntó con voz suave, sus manos delante de su cuerpo, como si temiera a que lo atacara.
—Sí, sí... —respondí con una mano temblorosa sobre mi pecho, tratando de calmar los latidos desbocados.
Un suspiro de alivio escapó de mis labios cuando pensé que la amenaza había pasado y mis emociones volvían a la normalidad, pero el profesor Thornwood tenía otros planes.
—¡Vaya! Mi pobre creación no sobrevivió... —dijo tomándome por sorpresa. —Ni modo...
Con un movimiento hábil de sus manos, creó un pequeño portal del cual emergió otra criatura idéntica a la que acababa de pulverizar.
—¿¡Qué mierda...!? —exclamé, levantando mis manos en defensa, mientras mis sentidos se alteraban con la presencia de la criatura recién llegada.
—No se preocupe, señorita Rivers, son inofensivos... —intentó consolarme el profesor, pero sus palabras resonaron huecas en mis oídos mientras observaba al pequeño ser peludo frente a él.
Inofensivos, ¿en serio?
La mirada afilada de la criatura y las marcas sangrientas en mi brazo me decían lo contrario. Mis pensamientos se oscurecieron con ira mientras el profesor continuaba hablando.
—Ese de ahí se descontroló un poco —señaló hacia el rincón donde estaba el polvo que momentos atrás había sido mi agresor.
Observé mi brazo, aún sangrando por el ataque, y sentí una mezcla de indignación y frustración.
—Vaya a enfermería, señorita Rivers, no queremos que su pareja se moleste por esto... —agregó él, provocando risas burlonas en el aula.
Levanté la mirada y me encontré con las miradas de mis compañeros, una sensación de humillación se apoderó de mí.
Con la barbilla en alto y la mandíbula apretada, decidí dejar atrás la burla y me dirigí hacia la enfermería.
A esta altura ya sabía exactamente dónde encontrarla, ya que había sido mi refugio constante durante toda la semana de caos y desafíos.
Caminé por los pasillos con paso firme, ignorando las miradas curiosas y burlonas de los que se cruzaban en mi camino. Cada paso resonaba en mis oídos, igualado al ritmo acelerado de mi corazón mientras seguía caminando a mi destino . La puerta estaba abierta, invitándome como una promesa de alivio físico y emocional.
Al entrar, el aroma familiar de desinfectante y hierbas medicinales llenó mis sentidos, dándome un poco de calma en medio de la confusión de emociones que me embargaba. Con un suspiro de alivio, me acerqué a la enfermera, lista para recibir el cuidado que tanto necesitaba.
—¿Otra vez por aquí, Lena? —dijo su dulce voz, resonando con una mezcla de preocupación y familiaridad.
—Sí —suspiré, dejando escapar un ligero atisbo de cansancio. —Por suerte, esta vez no fue durante la clase de Defensa mágica.
Ella sonrió comprensivamente, sabiendo demasiado bien mi historial médico en mi corto tiempo en la Academia.
—Deberían advertir sobre los peligros reales de éste lugar en la inscripción, ¿no crees? —comenté con un toque de ironía en mi voz.
—Bueno, supongo que eso viene en la letra pequeña —respondió con una risa amigable.
Mientras ella comenzaba a tratar mis heridas, la puerta de la enfermería se abrió bruscamente. No necesité levantar la mirada para saber quién era.
—¡Señor Callaghan! ¿Qué le ocurrió? —su voz con un tono de alarma que me inquietó mientras miraba a Nate con preocupación.
Me levanté de golpe, mi corazón latiendo con fuerza mientras avanzaba hacia él. ¿Podría ser que también se hirió por el vínculo?
—Estoy bien, princesa —dijo con una sonrisa, pero su voz revelaba un deje de dolor.
—¿Qué te ocurrió? —inquirí, evaluando cada parte de su cuerpo buscando alguna otra herida a parte de la de su brazo.
—La profesora no me dejó salir de la clase cuando te sentí, así que... —sus palabras se detuvieron, dejando la explicación en el aire.
—¿Te lastimaste a propósito para venir? —mi incredulidad se reflejaba claramente en mi rostro mientras me movía delante de él, incapaz de comprender lo que insinuaba haber hecho.
—Estabas en peligro... —susurró, como si eso lo explicara todo.
—Atiéndelo a él primero —le pedí a la enfermera mientras regresaba a mi camilla, sintiendo una mezcla de frustración y preocupación por Nate.
—No, yo estoy bien —contestó, rechazando la asistencia.
—Estás sangrando, Nate —pronuncié su nombre entre dientes, transmitiendo claramente mi desaprobación por su imprudente decisión.
—De verdad estoy bien —aseguró, levantando una mano hacia su brazo y utilizando su propia magia para sanar la herida.
—Eres un completo idiota... —murmuré, incapaz de contener mi enfado hacia él.
—Es un poco romántico... —observó la enfermera con una sonrisa mientras volvía a trabajar en mi herida.
Suspiré, sintiendo la tensión en mis hombros disminuir ligeramente ante el alivio de que Nate estuviera bien.
—Bien... Románticamente estúpido —comenté con un toque de resignación, aunque una pequeña sonrisa se asomaba en mis labios.
Nate también sonrió, apoyándose despreocupadamente en el marco de la puerta mientras esperaba que la enfermera terminara de curarme.
—Listo —exclamó ella finalmente, volviéndose hacia su escritorio. —Te firmaré un comprobante para faltar a Defensa, no querrás terminar aquí dos veces en el mismo día.
Nate se separó de la puerta y se acercó a mí con pasos seguros, su mirada clavada en la mía mientras se dirigía a la enfermera.
—Háganme uno para mí también —pidió.
La enfermera negó con la cabeza, encogiéndose de hombros.
—No puedo hacerlo, señor Callaghan, usted mismo se curó.
Antes de que Nate pudiera protestar, intervine.
—Estaré bien un par de horas sola... —le aseguré, colocando una mano en su pecho para calmarlo. —Iré a mi cuarto a descansar.
—Está bien... —susurró Nate, después de un corto silencio, estaba preocupado por mí, pero había aceptando mi decisión.
Nos despedimos de la enfermera y salimos juntos de la sala, caminando por los pasillos de la Academia hasta el patio para luego ir hacia la casa. Nate estaba decidido a pasar la hora restante antes de la clase de Defensa asegurándose de que estaba bien.
Apenas entramos a mi habitación, Nate me atrapó entre su cuerpo y la puerta con una velocidad que me dejó sin aliento. Con una mano firme, tomó mi barbilla, inclinando sutilmente mi cabeza para besarme con un salvajismo e intensidad que me hicieron perderme en el momento. Sus labios devoraban los míos con una pasión arrolladora, como si quisiera fundirse conmigo en un solo ser.