Capítulo 34

1463 Words
Nate Estaba en la clase de Control Elemental cuando sentí el pánico que Lena estaba experimentando, seguido de un dolor agudo que se extendía por mi brazo. Un siseo involuntario de dolor escapó de mis labios, llamando la atención de todos alrededor. La preocupación se reflejó en los ojos de la profesora cuando se dirigió hacia mí. —¿Está bien, señor Callaghan? A mi lado, Seraphina notó mi reacción y comprendió lo que estaba sucediendo. —Algo le pasó a Lena —susurró con una mano en su boca, su expresión reflejaba la misma preocupación que sentía en mi interior. Enderecé mi postura de golpe, decidido a correr hacia la Academia para asegurarme de que Lena estuviera bien, pero la voz firme de la profesora me detuvo en seco. —No ha terminado la hora, señor Callaghan. No puede retirarse, y no me obligue a tomar medidas disciplinarias. —Me importa una mierda... —gruñí girándome en el lugar para enfrentarla. —Bien... Podría castigar a la señorita Rivers por su imprudencia... —amenazó con una sonrisa burlona en sus labios. Sentí cómo la ira comenzaba a burbujear en mi interior, queriendo salir y estallar en este preciso momento. Por un instante, la voz de mi Arcano resonó en mi mente con su característico desprecio por la autoridad y el orden. "Mejor cortarle la cabeza a ésta", dijo con un tono despectivo. Me mordí el labio inferior, luchando por no sonreír ante su idea y mantener la compostura. Mierda, estaba dejando que la rabia se apoderara de mí otra vez, y no podía permitir que eso sucediera. Antes de que el caos dentro de mí se desatara por completo, decidí tomar el control de la situación. Con un movimiento rápido, invoqué un poco de agua que cristalicé al instante, formando una afilada daga de hielo. Sin dudarlo, la utilicé para abrirme una herida en el brazo, lo suficiente para causar dolor pero no para ponerme en peligro real. Miré fijamente a la profesora, sosteniendo su mirada con determinación mientras una sonrisa victoriosa se formaba en mis labios. —Necesito ir a la enfermería, profesora —susurré, sintiendo el sabor amargo de la irritación en cada palabra. La profesora me miró con una mezcla de incredulidad y desdén. —Puede curarse a sí mismo... —intentó refutar, pero mi paciencia había llegado a su límite. —No tengo más energía —respondí, dejando escapar un suspiro de frustración mientras me daba la vuelta y corría hacia la enfermería. Llegué a la enfermería con el corazón aún latiendo desbocado en mi pecho, pero al ver a Lena allí, con vida y aparentemente bien, un suspiro de alivio escapó de mis labios. La enfermera estaba ocupada tratando sus heridas, y aunque mi instinto me gritaba que debía estar junto a ella, me mantuve en mi lugar, observando en silencio. Mientras esperaba, mi mente divagaba entre las posibles soluciones para evitar que situaciones como esta volvieran a suceder. Necesitaba encontrar una forma de enseñar a Lena a curarse a sí misma, o al menos, a comunicarse conmigo en enlace mental. Había intentado establecer ese vínculo cuando sentí su dolor, pero algo en ella me bloqueaba. La idea de que Lena pudiera estar en peligro y yo no pudiera llegar a ella a tiempo era aterradora. Necesitábamos encontrar una manera de estar más conectados. Después de que la enfermera terminó de atender la herida de Lena, la acompañé de vuelta a la casa. Aunque tenía un rato antes de la clase de Defensa, no podía evitar sentir una urgencia por estar junto a ella, por asegurarme de que estuviera bien. Al entrar en su habitación, mi necesidad de protegerla se volvió abrumadora, y sin pensarlo dos veces, la atraje hacia mí, apretándola contra mi cuerpo y la puerta. Con su barbilla entre mis dedos, la besé con pasión, dejando que todas mis emociones se expresaran en ese gesto. Era como si cada beso fuera un intento de calmar mi corazón, de tranquilizar mi mente llena de preocupaciones. Mis manos recorrieron su cuerpo con un deseo ardiente, anhelando estar más cerca de ella, de sentir su piel contra la mía. La tensión acumulada se liberaba en cada roce, en cada contacto, y por un momento, todo lo demás desapareció, dejándonos a solas con nuestras emociones entrelazadas. Lena me pidió que esperara un momento, y aunque me aparté un poco de ella para mirarla, no la solté del todo. Respiró hondo y, utilizando un poco de magia, me empujó suavemente hacia la cama. Me dejé llevar por la sorpresa y la anticipación de lo que vendría a continuación. Se movió hacia mí con gracia, quedando a horcajadas sobre mi regazo. Mis manos se movieron instintivamente para apoyarse en sus caderas, pero ella las detuvo con un destello de magia, atándolas sobre mi cabeza. Me estremecí ante la sensación de estar completamente a su merced, y mi excitación alcanzó un nuevo nivel. Lena me miró con deseo, pero en lugar de continuar con el juego sensual, hizo una petición inesperada. —Dame tu teléfono —dijo con una sonrisa traviesa. Me sorprendió el cambio en ese momento íntimo, pero no tardé en complacerla. Le indiqué que el teléfono estaba en mi bolsillo y ella lo sacó. Ella abrió la aplicación de mensajería y soltó una risa al ver el nombre del único chat y grupo en mi dispositivo. —¿"Los Arcaniamigos"? —preguntó con una sonrisa divertida. —Fue idea de Julián —respondí encogiéndome de hombros. Lena continuó tecleando en el teléfono, buscando algo que al parecer encontró rápidamente. Observé cómo movía sus dedos en la pantalla, antes de girar el teléfono hacia mí, mostrándome una fotografía dónde Ravenna y yo estábamos hablando. —¿Qué hay entre Ravenna y tú? —preguntó ella enarcando una ceja. —¿Celosa? —pregunté igualando su mirada. —Porque déjame decírtelo, princesa, eso me excitaría un montón. Lena se rió, mordiéndose el labio inferior. Se inclinó hacia adelante, sus labios a muy poca distancia de los míos. —No cambies de tema... —susurró, su aliento cálido sobre el mío. —Responde. —No hay nada entre nosotros —dije con firmeza, manteniendo su mirada. Podía sentir el peso de la magia que todavía ataba mis manos, una sensación extraña pero no desagradable. Lena parecía evaluar mis palabras, sus ojos buscando alguna mentira. Finalmente, se relajó un poco, aunque no me soltó. —¿Entonces por qué estaban tan cerca en la foto? —insistió, sus dedos jugando con los bordes de mi camisa, su tono mezcla de curiosidad y celos. —Estábamos discutiendo sobre estrategias para la clase de Control Elemental —expliqué. —Nada más, te lo juro. —¿Te has acostado con ella? —preguntó, y mi corazón se saltó un latido. No quería mentirle, así que solo lo dije. —Sí —confesé mirándola a los ojos, —antes de conocerte. El silencio que siguió fue denso, cargado de emociones no expresadas. Podía ver el dolor y la decepción reflejados en su mirada, como si cada palabra hubiese sido un golpe directo a su corazón. —¿Más de una vez? —preguntó apenas en un susurro. —Sí, Lena... Tenía una vida antes de ti —respondí, sintiéndome como un completo idiota. —¿Era serio? ¿Lo de ustedes dos? —siguió preguntando. Dioses, entendía esa sensación de traición que la estaba atormentando. Aunque lo que tuve con Ravenna pasó antes de que ella siquiera estuviera en la Academia, el vínculo lo percibía como una traición, y dolía como la mierda. —No, princesa, no era serio —aseguré, intentando transmitir toda la verdad y sinceridad en mis palabras. Apartó la mirada, mordiéndose el labio inferior en un intento de contener las lágrimas. Pude sentir la tensión en su cuerpo, el conflicto interno que estaba desgarrándola. Mi corazón se rompió al verla así, y el deseo de consolarla se mezcló con la desesperación de querer borrar su dolor. —Lena, mírame —dije suavemente, frustrado por no poder usar mis manos. —No hay nada entre Ravenna y yo, no desde que te vi por primera vez en el patio, no pasa nada entre nosotros ahora, ni pasará más adelante... Ella alzó la mirada, sus ojos reflejando la lucha interna. La duda y el amor estaban en pugna, y su vulnerabilidad me hacía sentir más culpable. —Prométeme que nunca me mentirás, Nate —susurró, su voz temblorosa. —Necesito saber que puedo confiar en ti, que no habrá más secretos. —Te lo prometo, princesa —dije con una firmeza y seguridad que no dejaba ver la inseguridad que tenía al pronunciar estas palabras. —No más secretos, no más mentiras.
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