Capítulo 14

1651 Words
Lena La noche del ritual de la Llamada Arcana había llegado, envuelta en el misterio y la expectativa que Seraphina había sembrado en mi mente con sus explicaciones. Según ella, este ritual, llevado a cabo bajo la brillante luz de la luna llena, no solo revelaba el poder mágico de cada estudiante sino también su afinidad arcana. Una información que, para mí, llevaba un significado doble y secreto, dada mi vinculación con no uno, sino dos arcanos mayores. Un secreto que aún guardaba celosamente, sin compartirlo siquiera con mis compañeros de casa. Allí estaba, en la soledad de mi habitación, contemplando la ofrenda personal que debía preparar para el ritual. Elias me había ayudado a seleccionar algunas hierbas, sus aromas se mezclaban y flotaban en el aire, creando una atmósfera de calma y concentración. Había envuelto las hierbas alrededor de una piedra preciosa, la superficie brillaba suavemente bajo la luz tenue. Sin embargo, me encontraba ante un dilema: la elección de un objeto personal que representase mi esencia. Miré alrededor, mi vista recorriendo las maletas que había logrado recuperar, pero ninguna contenía algo que sintiera adecuado para este momento tan importante. Mi vida hasta ahora había sido una serie de movimientos y cambios, dejando pocas posesiones de verdadero valor personal tras de mí. Fue entonces cuando una idea me golpeó. Mi cabello, parte de mí, testigo silencioso de mi viaje y mi crecimiento, tanto físico como mágico. Sin dudarlo, corté un pequeño mechón y lo até cuidadosamente a la ofrenda, sellando mi conexión con lo que estaba a punto de ofrecer. Con la ofrenda completa en mis manos, salí de mi habitación, sintiendo cómo la anticipación crecía dentro de mí con cada paso que me acercaba al lugar del ritual. La academia por la noche era un laberinto de sombras y susurros, cada rincón bañado por la luz plateada de la luna llena que se filtraba a través de los árboles y las estructuras antiguas. El patio, iluminado por la luz de la luna y las estrellas, se había transformado en un espacio ceremonial, en su centro se erigía un caldero ancestral. Su llama mística, danzando en una sinfonía de colores, prometía ser el catalizador de mi potencial mágico. Más allá del caldero, una piedra milenaria, erguida como un obelisco, aguardaba para medir y revelar la magnitud de mi poder. Atravesé el pasillo formado por una alfombra natural de césped y flores mágicas, consciente de que este ritual era solo para mí. Mis compañeros, como me había informado Julian, ya habían pasado por esta prueba un mes antes. Mi corazón latía con una mezcla de nerviosismo y expectación mientras me acercaba al caldero, donde el rector, una figura imponente, vestido con una túnica negra, me esperaba. Al llegar, él pronunció unas palabras en un idioma antiguo y poderoso, cuyo significado se me escapaba pero la importancia resonaba en mi ser. Luego, con un gesto solemne, me indicó que depositara mi ofrenda en el caldero. La espera fue eterna, cada segundo extendiéndose más allá de su medida natural. Fue entonces cuando la risa burlona de Ravenna cortó la tensión en el aire como un cuchillo. Estaba a punto de girarme, lista para enfrentarla, cuando ocurrió. Una columna de luz, tan potente y brillante que parecía llevar consigo la fuerza del universo, brotó del caldero, lanzando al rector y a mí por los aires. Aterricé con un golpe sordo, el aliento escapándose de mis pulmones, cuando una mano se cerró alrededor de mi brazo, ofreciéndome ayuda. Sin necesidad de mirar, supe que era Nate. La electricidad que recorrió mi cuerpo al contacto confirmó mi sospecha, una sensación que ya comenzaba a resultarme familiar. A mi alrededor, el murmullo de sorpresa y consternación de mis compañeros se mezclaba con algunas maldiciones, un coro de reacciones frente al espectáculo inesperado. Pero fue el resplandor emergiendo de la piedra milenaria lo que capturó la atención de todos. La superficie del obelisco comenzó a brillar, revelando el número que indicaba mi poder. El silencio se apoderó del patio, todos los presentes, incluido el rector, observábamos la piedra con una mezcla de asombro y desconcierto. Nate, aún sosteniéndome, me miraba con una expresión que no lograba descifrar. ¿Era admiración? ¿Confusión? ¿O quizás algo más profundo? Por mi parte, aún en shock por la explosión de poder y por el resultado del ritual, no podía hacer más que contemplar la piedra, preguntándome qué puertas acababa de abrir. La incredulidad marcaba cada palabra del rector, su voz apenas un susurro mientras era asistido por otros docentes para ponerse de pie. La magnitud de lo que había sucedido parecía superar cualquier lógica o explicación previa. —Es imposible, —repetía, su mirada fija en mí, como si yo fuera la clave de un enigma que desafiaba siglos de conocimiento acumulado. —Tú, —dijo finalmente, recuperando algo de su compostura, su dedo extendido en mi dirección como un mal augurio. —A mi oficina ahora. Antes de que pudiera procesar completamente la orden, Elias se acercó a mí, su acción tan decidida como cariñosa. Con un suave pero firme movimiento, apartó la mano de Nate de mi brazo y me rodeó con un abrazo que parecía querer protegerme no solo del frío de la noche sino de las miradas inquisidoras que pesaban sobre mí. Podía sentir la presencia de Nate justo detrás de mí, su calor contrastando con la frescura del aire nocturno. Había algo en su aura, una tensión que vibraba con la intensidad de una tormenta contenida, como si él también estuviera luchando por mantener el control de su cuerpo. Sin decir palabra, consciente de todas las miradas fijas en nosotros, me separé suavemente del abrazo de Elias. —Está bien, —dije, mi voz firme a pesar del torbellino de emociones que me azotaba por dentro. —Iré... —comenzó a decir Nate con voz baja. —No tienes que ir sola, iré contigo —dijo Elias, tomando mi rostro entre sus manos. —No es necesario, los veré más tarde —respondí soltándome de su agarre. Nate me agarró del brazo cuando pasaba a su lado. El contacto fue electrizante, y me dejó momentáneamente sin aliento. No mostró signos de que eso le molestara; su mandíbula apretada y su mirada en conflicto eran por otra razón. Esperé, conteniendo la respiración, por lo que fuera que iba a decir, pero después de unos segundos de tensa espera, solamente me soltó, sus dedos deslizándose de mi brazo con una suavidad inesperada. Mientras me alejaba, no pude evitar lanzar una última mirada hacia atrás, hacia Nate, hacia Elias, hacia todos los que habían sido testigos de aquel momento. En sus rostros, vi reflejadas mis propias dudas y temores, pero también una chispa de algo más, una curiosidad y un asombro que resonaban con la promesa de descubrimientos futuros. El camino hacia la oficina del rector parecía alargarse con cada paso, pero estaba decidida a enfrentar lo que viniera. Cada eco de mis pasos resonaba como un latido de mi propio corazón, marcando el ritmo de mi determinación. No podía permitir que el miedo me dominara. Tras golpear la puerta y recibir una señal de asentimiento del rector, entré a la oficina con el corazón latiendo a un ritmo frenético. La atmósfera era densa, cargada de un aire de seriedad que me hizo dudar por un momento. Tomé asiento frente a su escritorio, donde me presentó una hoja con una escala numérica que definía los rangos de poder mágico y sus correspondientes clasificaciones entre los brujos. Mis ojos recorrieron la hoja una y otra vez, cada vez aumentando mi incredulidad y confusión. La realidad de lo que esos números implicaban comenzó a asentarse lentamente en mi mente. 0- 200: brujos elementales 201- 400: brujos de ilusiones 401- 600: brujos de transmutación 601- 800: brujos de conjuración 801- 1.000: candidatos a vínculo, brujos arcanos. Pero mi número estaba fuera de esta escala conocida por todos en esta Academia, fuera de toda lógica. Se me heló la sangre al comprender la magnitud de lo que esto podría significar, no solo para mí sino para todos los demás. —Rector, —comencé, mi voz apenas un susurro, luchando por encontrar las palabras correctas, —esto... ¿qué significa exactamente? Mi número está fuera de esta escala. El rector me miró, su expresión era una mezcla de asombro y preocupación. Tras un momento de silencio, que pareció extenderse eternamente, finalmente habló. —Señorita Rivers... en todos mis años en la academia, nunca he visto ni oído de un número tan alto. Esto no solo es inusual, es... sin precedentes. —¿Pero qué significa? —insistí, necesitando entender, anhelando alguna explicación que diera sentido a lo que parecía un completo absurdo. —Significa que su poder mágico, su afinidad arcana, supera con creces lo que habíamos considerado el pico máximo de potencial mágico, —explicó con cuidado, eligiendo sus palabras. —Esto la coloca en un territorio desconocido... Mi mente luchaba por asimilar sus palabras, cada frase añadiendo un peso enorme a mi situación. —¿Y qué se supone que haga con esto? ¿Cómo... cómo manejo algo así? El rector se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en el escritorio, su mirada penetrante buscando la mía. —Lo primero es no entrar en pánico. Estamos aquí para ayudarla, para guiarla. Debemos explorar la extensión de sus habilidades, aprender todo lo que podamos y, más importante, asegurarnos de que esté preparada para lo que venga. —¿Y los demás? ¿Qué les digo? —La idea de enfrentarme a mis compañeros, de explicar algo que ni yo misma comprendía completamente, era abrumadora. —Todos la vieron, —suspiró él. —Usted solo concéntrate en aprender y mejorar con tu magia... si hay algún cambio o algo que necesite contarme, mi puerta siempre está abierta —dijo despidiéndome con la mano.
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