Lena
Allí parada, frente a mi puerta, el silencio del pasillo me permitió un momento de reflexión, interrumpido solo por el surgimiento de una sombra desde mi derecha.
Al alzar la vista, la figura de Nate se materializó ante mí, su imponente altura y la seriedad de su expresión capturaron de inmediato mi atención.
—Hmm... ¿Hola? —intenté, mi voz temblaba ligeramente ante la intensidad de su mirada.
—Hola, —respondió él, su voz grave y rasposa vibrando en el aire entre nosotros, enviando una corriente eléctrica que recorrió mi columna y encendió un fuego de nerviosismo y anticipación en mi interior.
—Soy Lena, por cierto, —dije, extendiendo mi mano en un gesto de presentación, intentando superar la extraña tensión que nos rodeaba.
—Un poco tarde para las presentaciones, —dijo él, su tono llevaba una mezcla de humor y algo indefinible que me hizo sonreír.
Cuando nuestras manos se unieron, la sorpresa me recorrió al sentir una oleada de magia, como si un enjambre de abejas vibrara entre nosotros, un eco de poder que parecía reconocerse mutuamente.
Él observó nuestras manos unidas un momento más, como si en ese contacto hubiera encontrado algo inesperado, un misterio que ni él mismo podía descifrar en ese instante. Luego, con un movimiento que pareció cortar el aire cargado entre nosotros, se alejó y entró en la habitación frente a la mía.
Quedé sola en el pasillo, mi mano todavía colgando en el aire donde la suya había estado momentos antes. La magia residual zumbaba en mis venas.
Con un suspiro, me giré hacia mi puerta, lista para enfrentar lo que viniera, sabiendo que en la Academia, cada encuentro, cada palabra intercambiada, llevaba el potencial de cambiarlo todo.
***
El golpe en la puerta me arrancó abruptamente de los brazos de un sueño que, por primera vez en lo que parecían eones, había sido genuinamente reparador.
Entre la bruma del despertar y el residuo de mi irritación, me levanté de la cama con una gracia cuestionable, prácticamente tropezando hacia la puerta.
Estaba preparada, casi deseosa, de liberar una tormenta de reproches sobre quien quiera que hubiese decidido que ese era el momento adecuado para interrumpir mi descanso. Abrí la puerta de un tirón, lista para la confrontación.
Los ojos de Nate me encontraron con una intensidad que me detuvo en seco. Recorrieron mi figura de pies a cabeza, un escaneo que, bajo otras circunstancias, podría haberme hecho sonrojar, pero en ese momento solo alimentaba mi confusión y creciente mortificación.
Su boca se abrió, preparándose para hablar, pero el encuentro visual directo pareció cambiar sus intenciones.
"¿Qué le pasa?" La pregunta se formuló en mi mente, una mezcla de irritación y curiosidad mientras lo observaba.
—¿Sí? —Mi voz rompió el silencio que se había extendido entre nosotros, una barrera invisible pero palpable.
Él tragó saliva, un gesto que revelaba más nerviosismo del que su fachada tranquila sugería, y desvió la mirada hacia las escaleras como buscando una escapatoria a la tensión del momento.
—Estás llegando tarde, —fue lo único que dijo antes de darse la vuelta y alejarse, su partida tan abrupta como su llegada.
—Mierda, ¿qué hora es? —susurré mientras cerraba la puerta, girándome para evaluar el desastre de mi habitación en busca de algún indicio del tiempo.
Fue entonces, en ese momento de caos calmado, cuando bajé la vista y la realidad de mi apariencia me golpeó con la sutileza de un huracán.
Diablos.
Allí estaba yo, en ropa interior, con una camiseta que dejaba poco a la imaginación, una elección de atuendo que había olvidado por completo en mi prisa por sumergirme en las profundidades del sueño.
La razón de la mirada de Nate, de su hesitación y su repentina necesidad de mirar hacia otro lado, se aclaró en una revelación mortificante.
Un calor ascendió por mi cuello, tiñendo mis mejillas de un rojo que no necesitaba ver para saber que estaba allí. La situación, ridícula y completamente inesperada, dejó una mezcla de vergüenza y una urgencia repentina por encontrar algo, cualquier cosa, que me cubriera adecuadamente.
Con el tiempo en mi contra y la imagen de Nate girándose para irse grabada en mi mente, me lancé en una frenética búsqueda de ropa.
Mi ropa, esa que había abandonado en un callejón oscuro y olvidado de la ciudad, parecía ahora un recuerdo lejano, una reliquia de mi vida anterior.
—Mierda, mierda, mierda, —murmuré para mí, sintiendo la pérdida como un eco de todas las otras cosas que había dejado atrás al entrar en este mundo de sombras y luces mágicas.
—Puedes crearlo todo, Lena. —La voz del Mago, una presencia constante en mi mente desde aquel encuentro revelador, me trajo de vuelta al presente, recordándome el poder que había descubierto en mí misma, ese vínculo insólito que me conectaba con los arcanos de una manera que aún no lograba comprender del todo.
—¿También ropa negra con detalles de dorado? —pregunté, escepticismo teñido de esperanza en mi voz. La idea de poder conjurar algo tan específico y personal era nueva, emocionante y un poco aterradora.
—Por supuesto, —respondió él en mi mente, y ante mis ojos, como sacado de un sueño, apareció la prenda negra con dorado más escalofriante que jamás había visto.
Tul, en cantidades excesivas, formaba un vestido que más parecía una pesadilla de moda que una pieza de vestuario.
—¿Qué diablos es esto? —exclamé, horrorizada ante la creación que flotaba frente a mí.
La risa del Mago, una nota clara y divertida, resonó en mi mente, llenando los rincones de mi conciencia con su diversión.
—No especificaste, —se burló de mí, una chispa de humor en su voz que me hizo rodar los ojos, a pesar de mí misma.
El vestido desapareció tan rápido como había aparecido, y en su lugar, sobre mi cama, se materializaron unos pantalones de cuero, una camiseta y botas, todo en n***o con esos detalles en dorado que había imaginado.
"Mucho mejor," pensé, un suspiro de alivio escapándose de mis labios.
—Tú puedes hacer lo que quieras y necesites, —susurró su voz, un recordatorio de las posibilidades infinitas que se abrían ante mí, de la magia que fluía a través de mis venas y del poder que me había sido otorgado.
Vestida apresuradamente con mis nuevas prendas, me vi en el espejo. La imagen reflejada era la de alguien aún en proceso de descubrimiento, pero decididamente más preparada para enfrentar lo que el día trajera.
No tenía idea de por dónde empezar, así que corrí al comedor de la academia, el corazón latiendo con la anticipación de encontrar a alguno de mis compañeros y, con suerte, algo de orientación en este nuevo día.
Al entrar en el comedor, la escena que me recibió era un collage de la vida estudiantil en la academia. Mis ojos se deslizaron rápidamente por el espacio, captando los distintos grupos y las dinámicas que se desplegaban ante mí.
Seraphina, en su isla de calma, estaba sumergida en un mar de libros, su figura solitaria destacando en un rincón. No pude evitar sonreír ligeramente al verla tan absorta en su mundo de sabiduría.
La vista de Nate y Ravenna, por otro lado, era menos reconfortante. Estaban rodeados de estudiantes con vestimentas rojas, brujos de conjuración, si mi memoria no me fallaba.
La proximidad de Ravenna a Nate, su postura que desafiaba cualquier noción de espacio personal, era una imagen que preferiría haber evitado. Su interacción, o la falta de ella por parte de Nate, era confusa.
—Esos dos son un desastre, —el comentario de Seraphina, pronunciado con una voz suave pero cargada de observación, me sacó de mis pensamientos.
—Eso parece... —Sorprendida por su franqueza, mi respuesta fue más alta de lo anticipado, atrayendo miradas curiosas y algunas sorprendidas de los presentes.
La reacción de Nate, ese rápido ajuste de comportamiento al notar la atención sobre él y Ravenna, fue interesante, por decir lo menos.
Me pregunté brevemente qué pasaría por su mente en ese momento, pero la idea se desvaneció tan rápido como había llegado.
Acercándome a Seraphina, me disculpé por mi tardanza, mi voz llevaba un tono de arrepentimiento genuino. Su respuesta, simple y directa, no llevaba el peso de una crítica, algo que agradecí en ese momento de ligera vulnerabilidad.
—Vamos, —dijo ella, poniéndose de pie, una decisión firme en su voz. —No hay clases hoy, así que iremos a la biblioteca a estudiar un poco.
La ayudé a recoger sus libros, un pequeño gesto que sentí como un paso hacia la construcción de nuestra amistad.
Fue entonces cuando noté que Nate y Ravenna también se levantaban, sus movimientos sincronizados con los nuestros aunque sus intenciones fueran un misterio para mí.
Caminando hacia la biblioteca, el resto del grupo se nos unió, formando un conjunto unido.
Los murmullos de los otros estudiantes se desvanecieron a nuestro alrededor, creando un eco de silencio respetuoso mientras nos dirigíamos hacia nuestro destino.
Seraphina, con una voz apenas más alta que un susurro, compartió una verdad de la academia:
—Aquí hacemos casi todo juntos, ayuda a mejorar el vínculo entre nosotros. —La timidez en su declaración no restaba importancia a sus palabras; en cambio, añadía un peso especial.