Lena
El aire en la sala del rector se sentía cargado, como si las palabras y las miradas intercambiadas tejieran un tapiz de expectativas y responsabilidades sobre mí.
El rector Valthor, con su presencia imponente y voz que resonaba con autoridad y calidez, dirigió su atención hacia mis nuevos compañeros, sus ojos claros brillando bajo la luz tenue de la habitación.
—Por favor, asegúrense de que Lena llegue a su habitación en su casa dentro del campus, —instruyó, su mirada recorriendo el grupo. —En dos noches, llevará a cabo el Ritual de la Llamada Arcana.
La sola mención del ritual enviaba una mezcla de anticipación y nerviosismo a través de mi ser. Aunque el cansancio pesaba en mis hombros, la curiosidad y el miedo por lo que estaba por venir mantenían mi mente en alerta.
Por ahora, la idea de simplemente recostarme y descansar en lo que pronto sería mi nueva habitación parecía un sueño lejano.
—Solo quiero tomar un momento para asimilar todo esto... y luego sumergirme en los estudios, —murmuré, más para mí misma, intentando organizar mis pensamientos en el torbellino de emociones que me invadía.
El rector asintió, comprendiendo.
—Elias será tu guía en la academia, —dijo, señalando a Elias, su presencia calmada ofrecía un ancla en esta nueva realidad. —Y Seraphina, —continuó, girando hacia ella, —te introducirá en los fundamentos de nuestro mundo mágico. Tu... confusión respecto a tu arcano ha dejado ciertas impresiones.
Sentí mis mejillas arder ante la insinuación de ignorancia, pero antes de que pudiera defenderme, Elias intervino con una sonrisa tranquilizadora.
—No te preocupes, Lena. Todos empezamos en algún lugar. Estoy aquí para ayudarte, no solo la academia sino también en todas tus dudas sobre nuestra comunidad.
Seraphina, con su voz suave y ojos llenos de empatía, añadió,
—Y yo estaré encantada de compartir contigo todo lo que necesitas saber sobre el mundo mágico. Verás que no es tan intimidante una vez que lo conoces.
Sus palabras, aunque reconfortantes, no lograban disipar completamente el nudo de ansiedad en mi estómago.
—Gracias, ambos. Aprecio realmente su ayuda, —logré decir, encontrando un poco de consuelo en su disposición a apoyarme.
—Entonces, es un plan, —dijo Elias con un tono decidido, pero amable.
Elias extendió su brazo hacia mí, su gesto era una mezcla de cortesía antigua y apoyo moderno, como si de alguna manera supiera que necesitaba un ancla en ese momento.
Acepté su ofrecimiento, dejando que una sonrisa tímida adornara mis labios, un gesto pequeño pero significativo de gratitud hacia su consideración.
Antes de partir, mi mirada se deslizó una última vez por la sala, capturando los últimos fragmentos de la escena que dejábamos atrás.
Fue entonces cuando la vi, Ravenna, con una presencia que parecía vibrar con una energía oscura, acercándose sigilosamente a Nate. Sus labios se movieron en un susurro que, aunque inaudible, cargaba el aire con un presagio de intriga.
Nate, con su mirada fija en nosotros, no parecía consciente de la venenosa dulzura de sus palabras, pero la intensidad de su mirada hacia mí y hacia Elias inyectaba una dosis de ansiedad en mí.
Un nudo se formó en mi estómago, apretando con la fuerza de las emociones que no tenían sentido lógico en mi mente por ahora. A pesar de esto, permití que Elias me guiara.
Caminamos por los pasillos de la academia, cada paso resonando contra el suelo de piedra, eco de un mundo que todavía me resultaba extraño y maravilloso. La luz tenue de las antorchas que adornaban las paredes arrojaba sombras danzantes, creando un efecto casi mágico que realzaba la belleza ancestral del lugar.
Elias, con su paso seguro y su presencia tranquilizadora, hablaba de tanto en tanto, señalando detalles de la arquitectura o compartiendo pequeñas anécdotas de la vida en la academia, su voz era un hilo de normalidad en el tejido de lo desconocido.
Al salir al patio, el aire fresco de la noche acarició mi rostro, llevando consigo los aromas del jardín cercano y la tierra húmeda.
La academia, con sus torres imponentes y jardines cuidadosamente mantenidos, se extendía ante nosotros bajo el manto de estrellas, un espectáculo que cortaba la respiración por su inmensa belleza y solemnidad.
A pesar de saber que los demás nos seguían, la voz de Elias, llena de conocimiento, capturaba toda mi atención.
Cada edificio que señalaba parecía cobrar vida con sus palabras, aunque a mis ojos, todavía luchando por adaptarse a la oscuridad crepuscular, todos parecían cortados por la misma piedra mágica, imponentes y misteriosos bajo el cielo nocturno.
—Los brujos elementales viven en la primera casa de la izquierda, —dijo Elias, su mano extendida hacia un edificio que, bajo la luz de la luna, parecía susurrar historias de viento y marea. —Allí, —continuó, señalando hacia el siguiente con un gesto fluido de sus manos, —viven los brujos ilusionistas, y la tercera casa es para los brujos de transmutación.
Su voz, tranquila y segura, tejía imágenes vívidas en mi mente, cada casa un mundo propio lleno de magia y posibilidades.
Mientras caminábamos, el aire fresco de la noche llevaba consigo el eco de nuestras voces, entrelazándose con los susurros de la academia y el suave crujir de las hojas bajo nuestros pies.
—En esta casa están los brujos de conjuración... Y finalmente nuestra casa, la de los brujos arcanos. —Elias concluyó con un tono de orgullo, su mirada brillando con un fervor que reflejaba su pasión por este lugar.
—¿Muchos brujos viven aquí? —pregunté, la idea de estar rodeada por tantas personas con poderes tan vastos y variados me llenaba tanto de asombro como de una leve ansiedad.
—Sí, —rio Elias, su risa era ligera, como si encontrara deleite en mi abrumadora curiosidad.
—No te preocupes, —dijo una voz amistosa detrás de nosotros.
Julian se había acercado, su presencia era como un tranquilizante, disipando la tensión de mis hombros con su sola proximidad.
—Los reconocerás por sus colores. Verás, los brujos elementales visten los colores verdes y azules...
—Mientras que los brujos de ilusiones usan el color violeta, —Elias retomó, su voz mezclándose armoniosamente con la de Julian.
—Los brujos de transmutación visten de dorado o plateado, —continuó Julian, su mirada encontrándose con la mía, un brillo juguetón en sus ojos. —Los brujos de conjuración alardean con el color rojo y nosotros... —Hizo una pausa, gesto teatral hacia su ropa negra adornada con detalles dorados, un claro contraste con la oscuridad que nos rodeaba.
Miré a todos los miembros de nuestro grupo, notando por primera vez cómo los colores que vestían no eran meras preferencias estilísticas, sino declaraciones de su identidad y su poder.
Todos compartían los mismos colores, un n***o profundo que hablaba de misterios y conocimientos antiguos, adornado con dorado, un recordatorio del valor y la rareza de su vínculo.
—Bien, así que necesito modificar un poco mi guardarropas, —comenté, intentando aligerar el aire con un poco de humor. —Por suerte puedo conservar la chaqueta... me hace ver ruda, —añadí, riéndome de mí misma al imaginar mi adaptación al código definido de la vestimenta académica.
La risa de Elias y Julian, contagiosa y cálida, retumbó a través del espacio, sus ecos mezclándose con los susurros nocturnos de la academia.
Era un sonido genuino, uno que, en medio de la incertidumbre y el misterio, me hacía sentir inesperadamente en casa.
Escuché una queja proveniente de detrás de nosotros, un sonido agrio que cortó brevemente a través de nuestra alegría. Giré la cabeza, impulsada por la curiosidad y el instinto, y vi a Ravenna. Ella venía tomada del brazo de Nate, su agarre posesivo en contraste con la aparente indiferencia de él hacia su presencia.
Nate, por su parte, parecía absorto en nosotros tres, su concentración fija en la dinámica que se desplegaba ante él, como si tratara de descifrar un enigma.
Su mirada, intensa y cargada de un interés que no podía descifrar completamente, no mostraba signos de reconocer la cercanía de Ravenna, quien, a pesar de su clara intención de llamar la atención, parecía apenas una sombra a su lado.
Al cruzar el umbral de la casa, el ambiente cálido y acogedor me envolvió como un abrazo.
La decoración era sencilla, sin pretensiones, pero cada elemento parecía haber sido elegido con cuidado, creando un espacio que invitaba a la relajación y al encuentro.
La cocina amplia se abría ante nosotros, prometiendo ser el corazón de la casa, aunque Elias comentó que rara vez se usaba para cocinar, dado que la mayoría prefería las comodidades del comedor de la academia.
La sala de estar era enorme, con sofás que prometían comodidad y largas tardes de charlas o lectura. La mesa ratona, situada sobre una alfombra negra que contrastaba con el suelo de madera clara, parecía el centro de este espacio pensado para el descanso y la convivencia.
Subiendo las escaleras, Julian comentó al pasar que quedaban algunas habitaciones vacías, un detalle que me hizo preguntarme sobre los brujos que habían vivido aquí antes y aquellos que aún llegarían.
Elias me guió a una de las puertas a la izquierda de la escalera.
—Quédate con esta habitación, —dijo con un gesto hacia la puerta cerrada. —Las del otro lado están todas ocupadas. Mi habitación está al lado si necesitas algo, —añadió antes de despedirse con un movimiento de mano, dejándome a la puerta de lo que sería mi nuevo mundo.