Lena
Llegué a la puerta de la oficina del profesor Merrik y llamé suavemente antes de entrar.
—Adelante, señorita Rivers —dijo, invitándome a pasar. La oficina estaba llena de libros antiguos, pergaminos y artefactos arcanos, cada uno más intrigante que el anterior.
—Quería agradecerle por su amabilidad en clase —comencé, sentándome en la silla frente a su escritorio.
—Es mi deber asegurarme de que todos mis estudiantes tengan éxito —respondió Merrik con una sonrisa. —Ahora, vamos a ver en qué podemos ayudarte.
Mientras hablábamos, me di cuenta de que esta era la primera vez en mucho tiempo que me sentía verdaderamente bienvenida en la Academia. La energía en la habitación era diferente, más serena y acogedora, algo que no había experimentado desde mi llegada a este lugar.
—En las primeras clases estuvimos trabajando con la baraja de cartas de los veintidós Arcanos, —dijo él, sacando un mazo de cartas del cajón de su escritorio. El sonido de las cartas deslizándose sobre la superficie de madera era hipnotizante. —Aquí están todos.
Observé mientras él distribuía las cartas en el escritorio con una precisión meticulosa. Cada carta era una obra de arte en sí misma, con ilustraciones detalladas y vibrantes que parecían cobrar vida bajo la luz suave de la lámpara de escritorio. Eran diferentes a las que yo había adquirido al vincularme con mis Arcanos, pero había una energía en cada una de las cartas delante de mí. Sentía una leve vibración en mis dedos al acercarme, una conexión sutil que me atraía.
—Estas cartas no solo representan los Arcanos mayores, —explicó —sino que también son herramientas poderosas para canalizar y entender sus energías. Cada una tiene su propia historia, su propia esencia.
Mis ojos recorrieron cada una de las cartas, tratando de absorber la información que contenían. La Emperatriz, El Sol, La Luna... Cada una me hablaba de manera diferente, algunas con una suavidad reconfortante, otras con una intensidad que casi me abrumaba.
—Quiero que te tomes tu tiempo y sientas cada una de ellas, —continuó el profesor, su voz baja y paciente. —Conéctate con ellas, siente su energía y déjalas hablarte.
Asentí, dejando que sus palabras se asentaran en mi mente. Comencé a tocar las cartas una por una, permitiendo que sus energías fluyeran a través de mí. Cada carta me daba algo nuevo, un fragmento de sabiduría o una chispa de poder.
Sentada allí, en la tranquila oficina del profesor Merrik, rodeada de antiguas reliquias y conocimientos olvidados, sentí una oleada de gratitud. Por primera vez, no estaba sola en mi camino. Había alguien dispuesto a guiarme, a enseñarme, y eso me daba una renovada esperanza y determinación.
—Gracias, profesor —dije finalmente, levantando la vista para encontrarme con sus ojos. —Esto significa mucho para mí.
—Es solo el comienzo, Lena —respondió, su sonrisa cálida. —Tienes un gran potencial, y estoy aquí para ayudarte a descubrirlo.
Las cartas seguían susurrando, sus voces mezcladas diciendo todo y nada a la vez. Intenté concentrarme otra vez, lo máximo posible, sabiendo que había un mensaje, que algo importante tenían para decir.
Cerré los ojos, dejando que los murmullos me envolvieran, susurrando secretos en idiomas olvidados y símbolos arcanos. Un frío inexplicable se apoderó de mí, como si el aire alrededor se hubiera transformado en una bruma gélida.
De repente, sentí un tirón en mi interior, como si mi alma estuviera siendo arrancada de mi cuerpo físico. Un vértigo abrumador me invadió mientras mi conciencia se deslizaba hacia el más allá. El mundo tangible se desvaneció, dejando atrás solo la oscuridad y las sombras. Las cartas, ahora flotando en un espacio etéreo, brillaban con una luz intensa y casi cegadora.
En este reino intermedio, donde el tiempo y el espacio no tenían sentido, las cartas comenzaron a ordenarse solas, formando patrones y figuras que parecían contar una historia. Cada carta proyectaba una imagen vivida, escenas que se desarrollaban ante mis ojos.
Sentí un escalofrío recorrer mi columna cuando una figura emergió de las sombras. Era una versión de mí misma, pero más etérea, como un reflejo distorsionado en un espejo antiguo. Sus ojos eran pozos profundos, en ellos había sabiduría y dolor, cargados con el peso de innumerables vidas pasadas.
—Eres la maldita...
—No dejes que te atrapen...
—Vete mientras puedas...
—Nos llevarás a la destrucción...
—Debes morir...
Los susurros de las voces de todo el universo y a la vez de nadie me abrumaron. Era como si cada rincón de mi mente estuviera siendo invadido por estas palabras ominosas, llenas de desesperanza y condena. Llevé mis manos a mis oídos, intentando detener el murmullo constante, pero las voces parecían resonar desde dentro de mi cabeza, inescapables y ensordecedoras.
El pánico se apoderó de mí, un frío helado recorriendo mi columna. Cada palabra era una daga afilada que se clavaba en mi alma, cada susurro era un recordatorio de la oscuridad que parecía rodearme.
Sentía que mi corazón latía frenéticamente, tratando de escapar del tormento interior. Las palabras que lograba comprender se entrelazaban en un coro aterrador, y un grito desgarrador salió de lo más profundo de mi ser, resonando en este lugar con una intensidad que me dejó sin aliento. El dolor en mi garganta era real, sentía que sangraba por el esfuerzo.
—¡Cállense! —grité, pero mi voz se perdió entre los murmullos, ahogada por la desesperación y el miedo.
De repente, las manos del profesor Merrik estaban sobre las mías, fuertes y firmes. Me sacudió suavemente, intentando romper el trance en el que me encontraba.
—¡Lena! —su voz era un ancla en la tormenta de voces. —¡Lena, mírame!
Abrí los ojos, encontrando su mirada fija en la mía, llena de preocupación. Poco a poco, los susurros comenzaron a disiparse, como si su presencia tuviera el poder de alejarlos. Respiré profundamente, sintiendo cómo el mundo real volvía a tomar forma a mi alrededor.
—¿Qué fue eso? —mi voz era apenas un susurro, temblorosa y rota.
Él no respondió de inmediato, ayudándome a sentarme en una silla cercana. Me miró de una forma que indicaba que entendía más de lo que estaba dispuesto a decir.
—Has sido arrastrada por algo muy poderoso —dijo finalmente, su tono grave. —Las cartas a veces revelan más de lo que podemos manejar. Es posible que hayas visto algo que los Arcanos desean mantener oculto.
Las palabras del profesor Merrik me dejaron helada. Sentía que mi cuerpo aún vibraba con la resonancia de aquellas voces, y una sensación de miedo persistente se asentó en mi pecho. Las imágenes de las cartas seguían danzando en mi mente, sus mensajes oscuros y ambiguos.
Al salir de la oficina, me encontré con Nate corriendo por el pasillo hacia mí. La preocupación y el miedo en sus ojos me detuvieron en el lugar. Sentí su mano tomando la mía, su calidez intentando disipar el frío que aún se aferraba a mi ser.
—¿Qué pasó ahí dentro? —preguntó suavemente entre dientes, su voz llena de cuidado y algo parecido al pánico.
—¿Lo sentiste? —pregunté casi sin aliento, tratando de estabilizar mi respiración.
—Sentí que estabas... aterrada, —dijo abrazándome fuerte, la tensión en su cuerpo relajándose con el contacto. Mi cuerpo volviendo a su temperatura normal con su proximidad, su calor disipando el miedo residual que me consumía. —¿Qué pasó?
—No estoy segura —admití, apretándome a él con fuerza. Las imágenes de las cartas y los susurros oscuros seguían girando en mi mente, como sombras insaciables. —Pero sé que algo oscuro me sigue...
—No puedo perderte —susurró, separándose un momento para mirarme a los ojos. —Prométeme que me dirás si sientes algo así de nuevo.
—Lo prometo —respondí, mi voz firme aunque mi corazón aún latía con fuerza. —No quiero que te preocupes así.