Capítulo 3:
Campos de Olivia:
Mi despertador sonó más ruidoso de lo que recordaba, a las seis de la mañana del sábado.
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Todo por no cancelar la cita de Nadir con los japoneses, además de que ahora debo acompañarlo. El pasaría por mí a las ocho, pero decidí levantarme un poco más temprano para evitar el desayuno a mamá, quería pasar el tiempo con ella.
Después de lavarme los dientes y ducharme fui directo a la cocina, no voy a mentir, no me dijiste del todo bien la comida, bastaría con unos panqueques con jarabe de maple, queso y jugo de naranja. Ordene la mesa y la cama hasta la habitación de Débora, toque dos veces sin obtener una respuesta asiática que decida abrir la puerta. Yacía dormida profundamente en su cama, se le vio tan tranquila que tuve que luchar conmigo misma para despertarla, se me hizo tarde y no podríamos desayunar juntas lunares. Me acerqué por el lado vacío, le di un beso en el frente para luego recostar mi cabeza en su pecho dibujándole una sonrisa en el rostro.
- Buenos días -. La abracé.
- Buenos días, mi princesita —respondió con voz melancólica, esa era la forma de llamarme papá.
- Tengo un rico desayuno esperando por ti —le informamos - Dúchate, estaré en el comedor.
Salí de la habitación con un nudo en la garganta, mis ojos se nublaron por un momento, sin embargo no me permitiría llorar, ya no. Sabía que ella se tomaría su tiempo por eso fui a arreglarme, solo esperaba que la comida no se enfriara.
Opte por una vestimenta semi formal, no podríamos usar bien en la reunión, consistiría en una camisa manga larga melón, unos jeans y unas bailarinas blancas, mi cabello sería recogido en un moño, para finalizar unos lentes oscuros complementarios con un bolso blanco.
- ¿Vas a salir? —Pregunta Débora, como si no hubiera sido obvio. No se dejen involucrarse con esas preguntas que pueden ser inofensivas, viniendo de mamá pueden ser las peores.
- Sí, olvide decírtelo ayer -. Me envió a su lado: Tengo una reunión con Nadir y unos gerentes japoneses.
Empezamos a comer y siento su mirada en mí, más tiempo del que podría por lo que comenzaría a preocuparme.
- ¿Te maquillaste? —Indaga, tomándome con la guardia baja.
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- Solo un poco —admito avergonzado - Madre es solo por trabajo, no empieces .
—Está bien —expresa rendida, pero aun no estoy calmada. Viene más —Solo te diré que Nadir es muy guapo, ten cuidado.
No me da tiempo de responder pues mi teléfono empieza a sonar avisándome que mi querido jefe >, estaba esperándome abajo. Reviso la hora, eran las siete menos cincuenta minutos, este hombre sí que era puntual. Me despido de mi madre guardando las ultimas cosas en el bolso, bajo por la vía más rápida, el ascensor y al entrar en su auto mi reloj marcaba las ocho en punto.
—Buen día, Srita. Fields.
Él se hallaba tan hermoso como siempre, reparo en que no trae su característico traje formal sino más bien llevaba una chemise verde, unos jeans y zapatos deportivos, su cabello esta levemente peinado además de una pequeña barba de unos días.
—Buen día, Sr Casca... Harem.
Mis ojos se abren de par en par, por poco pierdo mi trabajo por ese error, una sonrisa se curvea en sus labios, ambos sabíamos lo que iba a decir.
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—¿A dónde iremos? —pregunto, queriendo dejar en el pasado el otro tema.
—Ya lo veras —informa subiendo el volumen de la radio y sale a toda velocidad hacia la carretera.
Quince minutos más tarde estábamos aparcando el auto en el muelle, nunca antes había pisado esta parte de la ciudad, lo que era totalmente lógico si no tenías un bote o algo parecido. El cielo se veía hermoso en pleno verano, el lugar era increíble no puedo mentir, estaba completamente emocionada. Nadir como todo caballero ayudo a bajarme, caminamos juntos hasta un gran barco, un joven vestido de camarero nos dio la bienvenida a lo que era un restaurant sobre el agua.
Se encontraba adornado al estilo náutico, con conchas de mar, algunos pescados de nombres desconocidos para mí, anclas y salvavidas, las mesas eran redondas de madera con sillas iguales, unas para cuatro personas y otras solo para dos.
Tomamos asiento en una mesa para dos personas, no entendía que pasaba pero no quise preguntar frente al joven que nos atendía.
—Yo ya comí —le informé.
—Yo también lo hice, ¿Te apetece un postre? —preguntó hundido en la carta.
Quería que me explicara lo que sucedía, sin embargo no iba a desaprovechar esto. Leí todos los postres que se encontraban en la carta, se veían realmente apetitosos por lo que me costó un poco decidirme.
—Un brownie con helado y una chocolatada, por favor —pedí sonriente al mesonero.
Mi jefe sonreía, supuse que era porque parecía una niña pequeña. Me pasaba mucho cuando de dulces se trataba, le sonreí tímida.
—¿Usted señor? —preguntó hacia Nadir.
—Lo mismo que la señorita —ordenó.
El joven anotó todo en una libreta pequeña y se perdió de nuestra vista detrás de una puerta de madera que imagine seria la cocina. Mi cabeza estaba hecha un lio intentando discernir por dónde empezar a hacerle las preguntas a mi jefe.
—¿Dónde están los gerentes Japoneses?—. Intenté tantear la zona primero, antes de profundizar.
—Cancelaron en la mañana —respondió restándole importancia.
—¿Y por qué no me lo dijo? —reproché molesta.
—Porque era una buena oportunidad de conocernos mejor, no sé nada de la persona que trabaja más de cerca de mí —confesó —Además, le debía una disculpa por mi actitud estos días.
Llego el mesonero interrumpiendo nuestra charla cuando estaba por protestar, mi enojo se fue muy lejos cuando observé el plato que traía, una gran porción de brownie con helado se posó frente a mí, no podía quitarle la vista de encima. Escuché una carcajada muy cerca, levanté la vista consiguiendo que ese gutural y hermoso sonido había salido de la garganta de Nadir, antes de esta vez no lo había escuchado reír así, este momento sí que sería recordado.
Comimos nuestros postres entre pláticas, risas, miradas divertidas, que por un momento olvidé las personas a nuestro alrededor. Aprendí un poco más de él, hasta el punto de saber su motivo al ser reservado, debajo de toda esa imagen dura existe una persona generosa, cariñosa que fue lastimada una vez y no quiere que eso vuelva a pasar. Conocer esta parte de Nadir hace que sienta empatía, necesitaba mantener a raya mis sentimientos, si seguían creciendo no sabría que podía pasar. Siempre había supuesto su edad, ahora la sé con exactitud, veintisiete años.
Experimentaba como cada vez nos acercábamos más y no hablaba de la distancia que teníamos en la mesa, esa seguía igual. Me refería en cuanto a nosotros como personas, el conocía sobre la enfermedad de mi madre, de cómo perdí a Daniel, mas sin embargo en sus ojos nunca hubo lastima, sino orgullo o admiración.
Se nos pasó la mañana tan rápido, percatándonos que caía el medio día. Podríamos comer aquí, igual solo teníamos que pedirle otra orden al mesonero, aunque al parecer eso no se hallaba en sus planes, su teléfono empezó a sonar devolviéndonos a la realidad, yo sigo siendo su secretaria y el mi jefe.
—Si cariño, voy enseguida —dijo colgando la llamada.
—Clarisa —afirmé.
—Me espera en casa, hizo almuerzo.
—Vamos, déjame en mi casa —pedí, mientras me levantada de la silla.
Él me miraba con cara suplicante, como si quisiera pedirme perdón, pero no tenía nada que disculpar. El camino fue muy incómodo y silencioso, ahora no se escuchaba ni la radio, él quería decirme algo lo presentía en cada parte de mi cuerpo, más no lo haría.
—Gracias por todo, Sr Harem—. Me despedí bajándome, una mano en mi codo detuvo mis movimientos, mis ojos conectaron con los de él.
—Gracias a usted, Srita Fields—. Sus ojos tan profundos que podía perderme en ellos, era como si compartiéramos un gran secreto entre los dos.
Ingresé en el edificio con las piernas temblándome, además de aturdida, imaginé a Débora de espectadora frente a la ventana, si eso sucedía tendría que enfrentar muchas preguntas que no quería responder. Marque el segundo piso en el ascensor e intente no pensar en nada, cosa demasiado complicada cuando estas encerrada y más aún, sola. Odiaba los espacios cerrados, ni el baño en el momento que me iba a duchar podía trancarlo, mi claustrofobia era fuerte, por esta razón mamá tomó en consideración que el piso no quedara tan alto para no pasar mucho tiempo adentro del ascensor.
Abrí la puerta, el olor a pasta inundo mis fosas nasales, Débora aparece detrás de la puerta de la cocina con una sonrisa, ella siempre permanecía alegre, lo que a mí me hacía muy feliz. Llevaba un delantal blanco encima de la ropa, el cabello castaño recogido en una cola despeinada, aunque se le había caído mucho todavía se veía bella, sus ojos almendrados tenían un brillo especial, las madres siempre saben cuándo sus hijos las necesitan, este era el caso.
—¿Qué tal ha ido todo?
Sé que espera que empiece a gritar, me ponga histérica entre otras cosas para que ella me calme pero ni yo sé cómo ha ido, más creo que pudo ser peor.
—¿Te comió la lengua el gato? —pregunta impaciente.
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Nos sentamos en el sillón de la pequeña sala, en esta habitación tenemos el comedor cuadrado de madera con cuatro sillas que ocupa casi todo el espacio, un mueble largo marrón estampado con una mesa de vidrio rectangular, asi mismo las paredes pintadas en beige.
—No sé cómo fue, ¿Entiendes?
Le cuento absolutamente todo, desde el auto hasta el muelle, el restaurant, el postre, las risas, la llamada de Clarisa, la vuelta al departamento, me guardo uno que otro detalle pues lo menos que quiero es la imaginación de mama más grande de lo que puedo soportar, ella hace caras divertidas intentando seguirme al pie de la letra, me rio por eso más no me interrumpe.
—Eso es todo—. Doy por finalizada la historia.
—Olivia tienes a ese hombre rendido a tus pies —dice emocionada.
—¿Qué cosas dices mamá?—. Me levanto por un vaso de agua para volver con Débora.
—El Sr. Nadir está comprometido, imposible meterme ahí.
—Sí, la pobre de Clarisa ha sufrido mucho —concuerda conmigo —Merece ser feliz.
El timbre nos alerta, me apresuro a abrir encontrándome con un ramo de girasoles, mis favoritas. Detrás de estas estaba tapado Zaid, su sonrisa ilumino mi día que se tornaba gris y complicado. Mamá notando que no reaccionaba se acercó a nosotros, lo saludo tomando en sus delgadas manos mi obsequio y se alejó con la excusa de ponerlas en agua.
—Gracias, están hermosas—. Le di paso hacia el departamento— Estábamos por comer, ¿Te quedas?
—No, qué pena —rechazó —Solo quise pasar a dejarte las flores, ya me voy.
—Usted no se va de aquí, sin probar mi pasta —le ordenó mamá. El solo asintió con la cabeza.
Nos sentamos todos a comer, a decir verdad estaba delicioso, el don de la cocina lo heredo Daniel, yo aún busco en que soy buena. Zaid era tan buena compañía, relajado, gracioso, veía el lado positivo de la vida y tenía a mamá metida en el bolsillo.
Después de comer, nos pusimos a ver una película en mi habitación, Débora seguía con nosotros, llegó la noche él se despidió para irse a su casa y nosotras a dormir. No concilie el sueño enseguida, mi cerebro no quería descansar, pensaba en todos estos días. Por fin me desuso a dormir y mi teléfono me interrumpió, pensé que sería Zaid avisándome que llegué a una casa pero me sorprendió ver que no era él.
- ¿Sr. ¿Harén?