POV AURORA
Una parte de mí quiere volver corriendo escaleras arriba y hacer señas a un taxi, para que me lleve directo al apartamento.
Infierno, que aparentemente es el nombre del club, ―un poco demasiado en el clavo en mi opinión―, se compone de una enorme pista de baile, en la que hombres y mujeres vestidos de látex y cuero se retuercen unos contra otros, con botas que podrían aplastar la cabeza de alguien o sacarle un ojo, y más púas que toda una tienda de Hot Topic. Es un cambio de los bares elegantes y los hombres de negocios depredadores, al menos, pero no creo que estos tipos sean más seguros. No me había dado cuenta de que era posible sentirme más fuera de mi elemento de lo que me siento ahora.
Ana, en cambio, luce perfecta. Con su vestido, labios y uñas, todo carmesí y bañada por el brillo rojo que baja de las luces, parece el demonio más caliente que he visto en mi vida, como algo en un video musical. Puedo ver cabezas volviéndose mientras camina hacia la barra lacada en n***o, y me apresuro a seguirla, tambaleándome sobre mis talones.
―Ustedes hacen una pareja perfecta.
Casi salgo de mi piel, me doy la vuelta para ver a un hombre alto con pantalones de cuero n***o y una camisa blanca ajustada debajo de una chaqueta de cuero parado allí, con las manos metidas casualmente en los bolsillos. Su cabello es muy corto en la parte superior y rapado a los lados, rubio platinado, y sus ojos son sorprendentemente azules.
―¿Qué? ―Lo miro tontamente. Casi tengo que gritar para que me escuche por encima de la música.
Él asiente hacia Ana.
―Una morena, una rubia. Una en rojo, una en n***o. Ambas hermosas. ―Escucho la insinuación de un acento en su voz, algo áspero, pero no estoy segura de qué es. ¿Alemán? ¿Holandés? Tal vez ruso, pero no está claro. Incluso el acento de Ana es más fuerte que eso, y ha pasado la mayor parte de su vida aquí en los Estados Unidos.
―Gracias ―digo vacilante―. Pero no estoy buscando una cita…
Él sonríe.
―¿Quién dijo algo sobre una cita? Pero déjame invitarte a una bebida.
―No, está bien. ―Retrocedo, queriendo estar más cerca de Ana―. Lo tengo.
―Les invitaré a ambas a una bebida. ―Hay un brillo en sus ojos―. Dos mujeres tan hermosas no deberían pagar su propia noche de fiesta.
―Eso es muy amable de tu parte, pero estoy segura de que estamos bien.
―Insisto. ―Extiende la mano para dejar su tarjeta de crédito en la barra, y la manga de su chaqueta se sube justo por encima de su muñeca, revelando el borde de un tatuaje. No puedo ver bien qué es, pero parece el comienzo de la cabeza de un águila.
Ana lo mira y puedo ver que está molesta.
―No necesitamos…
Las palabras mueren en sus labios cuando vislumbra su muñeca.
Su cara se pone muy pálida.
―Vamos, Aurora ―dice, agarrando mi mano. Antes de que pueda decir nada, ella me empuja hacia la multitud de personas en la pista de baile, moviéndose a través de ellos hacia el bar en el otro lado del club. Miro hacia atrás una vez, vislumbrando el cabello rubio blanquecino del hombre entre la multitud, pero lo pierdo de vista casi de inmediato cuando se cierran a nuestro alrededor.
―¿Qué ocurre? ―jadeo cuando finalmente llegamos al otro lado de la pista de baile―. Pensé que te gustaban los tipos así. Dominante, un poco insistente…
―Por supuesto. ―La voz de Ana tiembla un poco. Se vuelve hacia la barra―. Gin tonic, por favor, y un trago doble de vodka. De primera.
―Ana, ¿qué pasa?
―Aléjate de él ―dice ella, en voz muy baja―. Si lo vuelves a ver, ve para el otro lado. Y cualquier otra persona que veas con ese tatuaje.
Parpadeo hacia ella, confundida y asustada a la vez.
―¿Por qué?
―Él es de la Bratva. ―Ana observa la multitud―. Mafia rusa. ―Su mirada se vuelve hacia mí y puedo ver que está muy, muy asustada―. No quieres ser notada por ellos.
Mi estómago da un vuelco.
―¿No deberíamos simplemente irnos, entonces?
―No. Se fijó en ti por alguna razón. Si nos vamos, es posible que nos sigan. Actúa con normalidad y, con suerte, buscarán otras presas. ―Ana sonríe brillantemente, dándome mi bebida mientras bebe su trago doble―. Otro, por favor ―le dice al cantinero.
Me lleva de vuelta a la pista de baile, moviéndose al compás del ritmo mientras toma el segundo trago y deja caer el vaso en una bandeja que pasa. Agarro mi propia bebida en una mano, tratando de no derramarla sobre nadie mientras trato de hacerme mi propio espacio en medio de los cuerpos repletos de sudor. Un hombre con una gabardina estilo Matrix y un cuello de púas comienza a moverse en mi dirección, las caderas giran y automáticamente miro hacia sus muñecas. Ambas están desnudas, pero eso no significa que quiero dejarlo que me toque.
Sin embargo, es imposible no ser tocada por alguien aquí. El club está repleto, y miro alrededor, tratando de estar atenta al hombre alto y rubio. Pero todo lo que puedo ver son cuerpos bailando, parejas apretadas contra las paredes y pilares, besándose y frotándose unos contra otros, y algunos bailarines profesionales girando contra cruces en forma de X apoyadas contra una pared. Hay una escalera de caracol negra que conduce a un segundo piso, y justo al lado, suspendida sobre nosotros, una jaula con dos bailarinas apenas vestidas retorciéndose dentro. No estoy del todo segura de que no haya más que baile allí.
Puedo sentir cómo crece el pozo de ansiedad en mi estómago. Si no podemos irnos todavía, al menos necesito salir de la multitud por un minuto.
―¡Voy al baño! ―grito por encima de la música, acercándome al oído de Ana.
Ella frunce el ceño.
―Iré contigo ―dice ella, escaneando la multitud en busca de un camino fácil hacia la escalera que conduce al segundo piso y a los baños de mujeres.
―¡Esta bien! Sólo tardaré un minuto...
―No deberíamos separarnos. ―Ana toma mi mano―. Vamos.
Puedo oler el perfume y el sudor de los bailarines en la jaula mientras subimos las escaleras a toda prisa, los tacones golpean contra el piso lacado n***o mientras caminamos rápidamente hacia los baños. En el momento en que entramos, siento que mi ritmo cardíaco se ralentiza un poco. La música está apagada aquí, el aire fresco, y me hundo en uno de los bancos de terciopelo n***o, respirando el aroma a clavo del jabón de manos y aire más limpio.
―En realidad no tienes que orinar, ¿verdad? ―pregunta Ana, mordiéndose el labio inferior―. Sé que es abrumador. Lo siento, pensé que sería divertido.
―Lo sé. ―Inclino mi cabeza hacia atrás contra la pared―. Está bien.
―Bueno, realmente tengo ganas de orinar. Solo espera aquí, ¿de acuerdo? ―Se mete en uno de los cubículos y cierro los ojos brevemente. Tal vez Ana vuelva a salir y acceda a irse a casa. Puede ser insistente cuando quiere hacer algo, pero es una buena amiga y sabe que me siento incómoda. Tal vez ha pasado suficiente tiempo desde que vimos al hombre rubio que…
Una fuerte presión desciende sobre mi boca, y el olor a colonia y la piel de un hombre llenan mi nariz.
Mis ojos se abren. El hombre alto y rubio está de pie junto a mí, su mano presiona mis labios, y cuando trato de abrirla para gritar, sonríe con frialdad y mueve su dedo en mi cara.
―No hagas ruido ―dice en voz baja, y ahora puedo escuchar su acento claramente.
Ruso. Bratva, escucho la voz de Ana decir en mi cabeza, y un escalofrío me recorre la espalda. Mafia.
―Vas a venir conmigo ―continúa, inclinándose para que su boca esté muy cerca de mi oído―. Con rapidez. Porque si no lo haces, y tu amiga sale de ese puesto y me ve, no tendré más remedio que dispararle.
Mi mirada se desliza hacia su cintura. Puedo ver el bulto de un arma debajo de su chaqueta, arruinando las líneas de la misma. ¿Cómo no lo vi antes?
―Ahora ―sisea. Agarra mi muñeca con la otra mano, tirando de mí para ponerme de pie y empujándome hacia la puerta, doblando mi brazo detrás de mi espalda mientras mantiene su otra mano plantada firmemente sobre mi boca―. Cuando salgamos, voy a quitar mi mano de tu boca. Vas a estar muy callada, o será mucho peor para ti.
Mi corazón late con fuerza en mi pecho cuando él me empuja hacia el pasillo, tan fuerte que me duele. Mi garganta se siente cerrada, ahogada, y ni siquiera estoy segura de poder gritar. Pero tan pronto como su mano deja mi boca, cada instinto en mi cuerpo me dice que eso es absolutamente lo que debo hacer.
La música vuelve a estar alta, bombeando a través de cada centímetro del club, ahogando todo lo demás. El hombre ve mi rostro y se inclina de nuevo hacia mí.
―Nadie te escuchará. Si lo hacen, lo ignorarán, si no lo hacen, los mataré y volveré y le dispararé a tu amiga también. Ahora muévete.
Me empuja hacia la salida. Tropiezo hacia adelante, aún más torpe por los talones.
―Date prisa ―sisea, y siento el pinchazo de algo en mi espalda. Se siente redondo, como el cañón de un arma, y mi sangre se hiela.
El hombre empuja la puerta de salida para abrirla, empujándome hacia el rellano en la parte superior de las escaleras que conducen a un callejón detrás del club. El aire primaveral me golpea en la cara, cálido, fresco y tan limpio como el aire de la ciudad de Nueva York, pero apenas puedo respirar. Estoy al borde de las lágrimas, pero tan aterrorizada que ni siquiera puedo llorar. Me siento paralizada con eso.
―Déjame quitarme los zapatos. No puedo bajar las escaleras...
―Te las arreglarás. Ahora ve. ―El hombre me empuja hacia adelante de nuevo, y me aferro a la barandilla mientras tropiezo, el miedo a torcerme o romperme el tobillo se suma al terror que me revuelve el estómago. Si me lastimo, ni siquiera podré correr si tengo la oportunidad. La cabeza me da vueltas por los gin tonics que he bebido esta noche, y deseo fervientemente haberme quedado en casa. Haber rechazado a Ana como siempre.
Si lo hubiera hecho, ¿sería ella la que estuviera donde estoy ahora? ¿O me buscaron a mí, específicamente?
No sé por qué alguien querría secuestrarme. Hace años, cuando era la hija de Gabriele Lombardi, tal vez, pero ahora solo soy una violinista huérfana. Solo sé un poco sobre lo que hizo mi padre, el tipo de gente para la que trabajaba, pero no puedo ver qué tiene que ver eso conmigo ahora.
El dinero. Pienso en los ceros de mi cuenta bancaria, el depósito que muestra cada mes. ¿Saben sobre eso, de alguna manera? ¿Me están secuestrando para obligarme a pagar mi propio rescate?
Hay un elegante coche n***o parado en la acera. La puerta se abre al llegar y el hombre me empuja hacia el coche.
―Sube ―dice con frialdad, y yo me resisto. Todas las mujeres saben que, si entras en el coche, tus posibilidades de ser rescatada se reducen drásticamente.
Siento de nuevo el peso del arma en mi espalda.
―Entra. ―No quiero morir, Pero si realmente quieren algo de mí, no me dispararán hasta que lo consigan. Así que me doy la vuelta, tragándome el miedo cuando siento que el arma se clava en mi vientre.
―Si quieres el dinero, puedes tenerlo ―digo con valentía, mirando a los fríos ojos azules del hombre―. Pero no voy a subirme al auto.
Maldice por lo bajo en ruso.
―Métete en el puto coche.
―No. Yo no…
―Sube al auto, o vuelvo adentro y le disparo a tu amiga.
―No. Si te das la vuelta, huiré.
El hombre deja escapar un largo suspiro y mira por encima de mi hombro. Empiezo a girar la cabeza para ver qué está mirando, pero antes de que pueda siento una sensación de ardor en el cuello.
―Que…
Solo toma unos segundos antes de que el mundo comience a desdibujarse. El hombre rubio me empuja hacia atrás en el auto, y caigo en el asiento de cuero al lado de otro hombre vestido todo de n***o, con el mismo cabello rapado y ojos azules.
Lo último que veo antes de que el mundo se vuelva n***o es la aguja en su mano, y sé exactamente lo que sucedió. Me han drogado.