CAPÍTULO 3

1754 Words
POV AURORA Para mi alivio, empezamos de forma sencilla. El primer lugar al que me lleva Ana es un bar de martinis de lujo en una azotea, donde nos saltamos la cola para entrar y lo único que hace Ana es decirle al portero su nombre. En el momento en que su apellido sale de su boca, su cara cambia y ni siquiera me mira mientras nos hace pasar. Estoy sorprendida de cómo me hace sentir. Nunca me ha importado nada de esto, pero una especie de euforia extraña me inunda cuando el portero me hace señas para que pase, como si acabara de ser admitida en un mundo del que solo sabía vagamente que existía. El bar está lleno de mujeres vestidas con todo, desde costosos trajes de negocios hasta vestidos ajustados como los que llevamos Ana y yo, con tacones altísimos y peinado y maquillaje perfectamente arreglados. Los hombres también son elegantes y estilizados, con trajes de corte limpio que solo puedo imaginar que están hechos a la medida para ellos, le sientan tan bien que no puedo evitar sentir un ligero zumbido de deseo mientras miro alrededor de la habitación. Es imposible no hacerlo: el bar vibra con energía s****l, cada hombre aquí es un depredador alfa que busca a su presa para pasar la noche. Puedo sentir sus miradas viajar sobre mí como chispas eléctricas en mi piel, y no estoy segura de que me guste. Me siento demasiado expuesta, y deseo desesperadamente no tener solo una capa de tela demasiado apretada entre mi piel y sus ojos hambrientos. ―Necesito un trago ―siseo en el oído de Ana, y ella sonríe. ―En ello. ―Agarra mi mano, tirando de mí hacia la barra reluciente. Detrás de esta, hay un hombre apuesto con una camisa blanca y sin corbata, con el cabello oscuro peinado hacia atrás. Está preparando algo elaborado para una mujer hermosa, delgada como un lápiz, recostada en la barra, moviendo rápidamente la coctelera de una mano a la otra y luego vertiéndola desde varias pulgadas por encima del vaso, terminando con una floritura antes de agregar una pizca de ralladura de limón y colocando el vaso en la barra. ―¿Qué quieres? ―Ana se sienta en uno de los taburetes de caoba y se aparta un largo rizo de la cara―. Yo voy a tomar un gin martini, extra sucio. ―Ni siquiera sé lo que eso significa. ―Solo inténtalo. ―Ella sonríe con coquetería al camarero, apartándose un mechón de cabello oscuro y sedoso de su rostro. Puedo ver los ojos de él ir inmediatamente a sus labios carnosos. Hay un cierto tipo de poder en lo que ella hace, creo, pero no entiendo cómo lo ejerce Ana y mujeres como ella, cómo pueden tener tanta confianza en su belleza y su sexualidad. Sé que soy hermosa según la definición de la palabra, pero todo lo que siento en este momento es que estoy fuera de lugar e incomodidad, estoy incómoda en mi vestido delgado y expuesto por todo lo que no tengo debajo. No sé cómo sentirme poderosa así. El cantinero desliza los dos martinis hacia nosotras y Ana toma el suyo. ―Por una noche emocionante en Manhattan ―dice con una sonrisa, golpeando el borde delgado de su copa contra la mía. Toma un sorbo, dejando una mancha carmesí en el cristal. Cautelosamente, levanto mi propio martini a mis labios. Huele a pino, y cuando tomo un sorbo, toso inmediatamente. Hay un leve sabor salado de las aceitunas, pero aparte de eso, me quema todo el camino hasta el estómago. Ana frunce el ceño. El cantinero me mira con una pequeña sonrisa y puedo sentir que me pongo roja. Nunca debí haber accedido a esto. ―Aquí. ―El cantinero me acerca una bebida, su rostro es un poco más comprensivo―. Pruébala. Huelo ese mismo aroma a pino, esta vez mezclado con lima, y cuando tomo un sorbo esta vez es mucho más sabroso, un poco más dulce y teñido con suficiente lima que creo que realmente me gusta. ―Esto es bueno ―percibo―. ¿Qué es? ―Gin tonic ―dice el cantinero. Sus ojos están pegados a mí ahora, recorriendo mis pechos en la parte superior estilo bustier de mi vestido―. Pídelo en cualquier bar con lima extra y licor de primera, y te garantizo que te gustará. Es una bebida difícil de joder. ―Me guiña un ojo―. Solo un pequeño consejo. ―Estoy segura de que ese no es el único pequeño consejo que tiene ―susurra Ana en mi oído, riéndose mientras él se aleja. ―Creo que es sexy. ―Por una vez, me permití mirar a un chico de una manera s****l, preguntándome qué pasaría si le pidiera su número o le diera el mío―. Tiene un buen trasero. Ana frunce el ceño. ―No te distraigas con el primer par de pantalones ajustados que veas, Aurora. Puedes hacerlo mucho mejor que un cantinero. ―¿Qué pasa si no quiero, sin embargo? ―A decir verdad, no estoy realmente interesada en salir con nadie. Pero los hombres depredadores que hay alrededor de este bar no me excitan, me asustan. Todo lo que puedo pensar es que cualquier mujer con uno de ellos no es una novia, es una posesión. ―Vamos ―dice Ana, terminando su bebida y dejándola sobre la mesa―. Hay mucha noche por delante. Llegamos a dos lugares más, un bar futurista con mucho hielo seco y luces de neón, y un bar de whisky lleno de humo con asientos de cuero y caoba por todas partes. Me siento fuera de lugar en todos ellos, y estoy a punto de rogarle a Ana que regresemos al departamento, o al menos que me deje regresar sola, cuando ella vuelve del baño con una gran sonrisa en su rostro. ―Mi amigo Devin acaba de enviarme un mensaje de texto ―dice, inclinándose hacia mí con complicidad―. Me dio la contraseña secreta para este nuevo club. Se supone que es salvaje. Salvaje es exactamente lo contrario de lo que quiero. Pero Ana ya está pagando la cuenta, una mirada emocionada en su rostro. ―Hace meses que oigo hablar de este club ―dice―. Es súper exclusivo. Y cosas locas suceden allí. ―No sé si estoy de ánimos para cosas locas ―empiezo a decir, pero para entonces Ana está firmando el recibo y agarrando mi mano, llevándome a la concurrida calle de nuevo mientras hace señas a un taxi―. Esta va a ser la mejor noche de nuestras vidas ―promete―. Voy a tener un poco de sexo realmente extraño esta noche. Tampoco es algo que me interese, pienso secamente mientras un taxi se detiene junto a la acera y Ana cae dentro, tirando de mí. Solo puedo imaginar cómo debe ser este lugar al que nos está llevando. Ana no tiene miedo, está dispuesta a cualquier cosa, y tengo que admitir que a veces es un rasgo que envidio. Pero, ¿cómo puedo ser intrépida, cuando sé demasiado bien lo que hay por ahí para temer? Que hay monstruos en las calles oscuras de la ciudad, el tipo de hombres que arrebatarían al padre de una niña y la dejarían medio huérfana a los doce años y a su madre con el corazón tan destrozado que no tuvo el ánimo para luchar contra el cáncer que la atacó un año después. Los médicos dijeron que simplemente no lo detectamos a tiempo, pero yo sabía la verdad. Incluso yo no era suficiente para mantener a mi madre atada a esta Tierra sin mi padre. No cuando creía que su espíritu estaba en algún lugar esperando por ella. Toco la pequeña cruz de oro que descansa contra mi piel, incrustada con el más pequeño de los diamantes pavé a lo largo de los lados. Es lo más valioso que tenía mi madre, aparte de los aretes de perlas que mi padre le regaló para su boda, y me los dio justo antes de morir. Fue un regalo de su propia madre, allá en Rusia. Ana quería que me lo quitara esta noche, pero no me lo he quitado desde su funeral. No iba a hacerlo esta noche, solo para evitar desanimar a alguien. No soy ni un poco religiosa, su funeral también fue la última vez que estuve en una iglesia, pero nada en el mundo podría convencerme de quitarme lo último que me regaló mi madre. El taxi se detiene al borde de la calle otra vez, sacándome de mis pensamientos, y me bajo mientras Ana le paga al conductor. La calle en la que estamos está oscura y menos concurrida que otras, y siento esa sensación punzante de nuevo, la advertencia de que algo anda mal. Pero Ana ya se dirige hacia la pared frente a nosotros, donde ni siquiera puedo decir que hay una puerta hasta que estamos justo frente a ella, y puedo ver la delgada costura. Ana llama a tres veces rápidamente, y la puerta se abre. ―Preispodnyaya (inframundo) ―dice ella, su acento se espesa mientras dice la contraseña en voz alta. Es la primera vez que recuerdo haberla oído hablar en ruso y me da escalofríos. Rara vez escuché a mi madre hablarlo, y recuerdo haber escuchado a mi padre decirle que no podía enseñarme, que ni siquiera debería hablarlo en casa. Lo había dicho amablemente, pero, aun así, fue una de las pocas veces que vi llorar a mi madre. La puerta se abre y Ana entra confiada. La sigo, con los nervios revolviéndome el estómago, y vislumbro al hombre parado en las sombras junto a la puerta: alto y vestido todo de n***o, sus rasgos hoscos son indefinibles en la oscuridad. Puedo escuchar el fuerte ritmo de la música mientras bajamos los escalones, y veo un resplandor rojo delante de nosotros. En el momento en que llegamos al pie de las escaleras y nos detenemos frente al arco que conduce a la sala principal del club, encerrada detrás de puertas de hierro, puedo sentir la música vibrando a través de mi cuerpo y sacudiendo el suelo debajo de mí. Dos chicas increíblemente delgadas vestidas con látex rojo abren las puertas y Ana me sonríe mientras caminamos hacia el resplandor rojo. ―Bienvenidas al infierno.
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