Eleonor —¿No vas a dirigirme la palabra?—Me preguntaba Aaron durante todo el camino, hasta que llegamos a la casa. —No, no voy a dirigirte la palabra y desde que me encuentre bien, me marcho de tu casa, para cuando quieras traer a tu esposa. —Aún no me caso, Elen. —¿Tengo que esperar a que ella entre por esa puerta para yo salir? Queda muy poco para tu boda y no me apetece estar aquí.—él cubría mis piernas con las sábanas, acomodó la almohada detrás de mi espalda y se sentó a mis pies. —No fue lo que quise decir. Para empezar, ahora que quieres dirigirme la palabra, lo siento. Debí estar aquí. —Pero no estuviste. —Tampoco me dijste qué tenías, callaste, Elen, no soy adivino. —¡Porque no lo entiendes! ¡No entiendes nada! Casi ni hablamos desde que estás con esa maldita boda y de