La copa de champagne está vacía, y él con su mirada me pregunta si quiero otra. Asiento y observo la manera en que vuelve a llenar la copa. Estamos esperando el postre y aún no le he respondido a su pregunta. Hemos hablado de muchas cosas, pero no exactamente acerca de lo que creía que sucedería entre nosotros si él no hubiese sido un imbécil. Lo he pensado lo suficiente—estoy preparada para responder a la pregunta que me has hecho y que quedó pendiente entre los dos— confieso y me mira expectante. —Te escucho— me dice firme. Antes de responderle, espero a que el mesero deje los platos con el postre sobre la mesa y una vez que se retira, respiro profundo e intento tomar valor para decir la verdad. —La noche que te conocí, yo aún estaba muy lastimada por lo de Ramiro; tú conoces bien es