Ana Grimm estaba agotada. Entró en su apartamento con los gemelos a cuestas, ambos niños llenos de energía después de un largo día. Con la comida empaquetada que había recogido de camino, se dirigió a la cocina y la metió al microondas. Mientras el temporizador hacía su cuenta regresiva, suspiró y se apresuró a llevar a los gemelos al baño para lavarse las manos antes de cenar.
El baño pronto se convirtió en un campo de batalla: agua salpicada por todos lados, risas y gritos llenando el aire. Ana apretó los labios, intentando mantener la paciencia. Mientras ayudaba a uno de los niños a secarse las manos, murmuró:
—En días como este, desearía que tu papá estuviera en casa.
Noah, su esposo, había llamado más temprano para decir que intentaría llegar esa noche. Pero Ana ya había aprendido a no emocionarse demasiado. Su trabajo era demandante, y aunque prometía regresar, siempre existía la posibilidad de que algo de último minuto lo retuviera. Esta noche parecía ser otra de esas veces.
El trabajo de Noah no solo lo alejaba físicamente, sino que también estaba empezando a pesar emocionalmente en su familia. Ana sabía que era una buena fuente de ingresos: la empresa iba viento en popa, los libros estaban equilibrados y los cheques siempre llegaban puntualmente. Pero el precio que pagaban por esa estabilidad económica era alto.
—Demasiado alto —pensó mientras intentaba contener el desorden en el baño.
Noah sabía cuánto valoraba Ana el tiempo en familia. Por eso, siempre que lograba regresar, intentaba compensar. Pasaban días enteros juntos, haciendo cosas simples como cocinar, jugar con los gemelos, o incluso escapándose para hacer un pequeño viaje. Esos momentos eran mágicos, recordándole por qué habían construido su vida juntos.
Pero, por muy duro que trabajara para balancear todo, Ana no podía evitar resentirse un poco. Su madre siempre le había advertido sobre los hombres que priorizan sus carreras sobre la familia, pero Ana lo había ignorado. Noah no era así. Él amaba a sus hijos, a ella, y hacía todo lo posible para estar presente.
Los gemelos escucharon y chillaron encantados. —Será mejor que no causen más desorden o todos estaremos limpiando todo el lugar—, dijo, incluso mientras los niños corrían delante de ella.
—Alguien extraña a papá—, dijo Noah mientras sus hijos corrían a abrazarlo. Su madre se apresuró a encontrarse con él.
—Me alegro de que estés en casa—, le dio un beso húmedo sin importarle que sus hijos de seis años miraran con dulzura.
La abrazó con fuerza. —Te he extrañado.
—¿Quieres mostrarme cuánto?— coqueteó, lamiéndose los labios con sensualidad, en un tono atractivo que añadió en un susurro a sus oídos: —¿Una y otra vez?
Antes de que pudiera responder, los niños saltaron sobre él.
—Papá, no conseguiste los chocolates—, acusó Elizabeth, con los brazos cruzados y los labios en un puchero. El reflejo hizo reír a ambos padres.
—¿Y mi hombre spiffy?— añadió Ethan con tristeza.
—Sostengan ese pensamiento—, respondió su esposa y apresuradamente envió a los niños a su habitación, donde pretendía darles sus regalos.
Mientras los tres corrían a la habitación de los niños, Ana limpió la habitación y subió a tomar un baño caliente. Ella se había duchado y estaba dormida cuando él entró. Noah se coló en la cama con ella y la arrastró hacia sí mismo. La besó profundamente, despertándola en todos los sentidos.
Con somnolencia preguntó por qué había tardado tanto.
—Bueno, entre darles sus regalos, ser aplastado con besos, que por cierto fue lo más destacado de mi día. Entonces, estaba escuchando chismes que tal vez me perdí según Elizabeth; sé de los nuevos juguetes grandes que Selene les consiguió por cierto. Luego contando cuentos a la hora de dormir, me retrasé. Aún así, ¿quieres que te muestre cuánto? — Sus manos manosearon su cuerpo. No necesitaba más invitación. Su cuerpo la delató. Sus pezones se endurecieron en el instante en que su pulgar los rozó y ella se enfurruñó al respirar.
Su boca buscó y encontró sus labios. Ella devolvió el beso fuego por fuego. Una lengua sondeó la entrada en la boca del otro, que se abrió para la invasión. Sus lenguas se enzarzaron en una feroz danza al igual que su cuerpo. Dejaron que su pasión chisporroteante ardiera a través de sus cuerpos enredados mientras rodaban el uno sobre el otro en la cama.
— Sí, por favor— ronroneó cuando ambos salieron a tomar aire.
Lo que sea a lo que ella estaba diciendo que sí se le escapó. Se inclinó y tomó un pezón mientras su pulgar giraba el otro. Ella se quejó de él tal como él la amaba. Satisfecho con su respuesta, dejó que su pulgar rosara el otro pezón mientras prestaba la misma atención al segundo.
Ana jadeó y él apretó su boca más cerca del pezón. La mano de Ana buscó su cremallera y encontró su longitud endurecida. Noé gimió de placer. Se elevó por encima de ella para que ella tuviera acceso a él. Su palma desnuda en su longitud endurecida lo hizo crecer más.
Le chupó los labios con fuerza. No se necesitaron palabras mientras los dos se rasgaban la tela del otro. Estaban desnudos en un minuto. Cuando la empujó, Ana gritó en voz baja. Sus golpes eran profundos y duros. Cada golpe tirando de él, atrayéndolos más cerca. Le rodeó la espalda y le clavó las uñas en el clímax. No le tomó mucho tiempo llegar allí también. Su gemido mientras vertía su semilla caliente en ella.
Minutos después, la pareja se levantó de la cama y se metió en la ducha. Ana le ayudó a restregarse la espalda. Cuando terminó, ella también le pasó la esponja, pero sonrió con picardía. Cuando empezó a enjuagar, ella se quejó de la forma en que la sujetaba contra él. Sus manos comenzaron su propio movimiento mágico.
—¿Dijimos una y otra vez?— ronroneó en sus oídos. Asintiendo, cerró los ojos y cedió a la sensación que recorría la parte interna de sus muslos.
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No fue hasta tres días después que el equipo de Pete decidió que no había nada que desenterrar. Owen Pierce estaba limpio. Y eso solo podía significar dos cosas: o estaba muy sucio, pero tenía un equipo realmente bueno cubriéndole las espaldas, o estaba realmente limpio. Al no tener otra opción, los miembros del equipo instaron al líder a presentar la poca información que tenían sobre él.
Pete se sentó pacientemente mientras el hombre le contaba todos los detalles sobre Owen. Asintió cuando se enteró de su patrimonio neto. El hombre siempre había tenido mucho dinero y, a lo largo de los años, parecía haber ganado el triple.
—Perdió a su esposa y…
—¿Cuándo entra lo sucio, James?— preguntó Pete con impaciencia. Estaba cansado de escuchar las cosas buenas del hombre que lo había fastidiado. —Quiero lo sucio—, dijo con voz más alta para que el hombre inquieto pudiera escucharlo alto y claro.
—Eso es lo que pasa, señor, el hombre está limpio. Tan limpio…
—Eso debe significar que lo está encubriendo bien—, sonrió con malicia. —¿Confío en que pudiste saltar sus paredes y entrar?
Cuando James asintió negativamente, Pete se enderezó.
—¿Por qué diablos te he estado pagando?— gritó y luego bajó la voz: —Te quiero fuera ahora. Consígueme algo jugoso o corres el riesgo de perder tu trabajo.
Mientras el equipo de Pete buscaba en Internet para desenterrar la suciedad de Owen, este estaba cenando con Selene en un restaurante elegante. La forma en que los camareros los atendieron con cortesía y cuidado extra lo delató: o había estado allí antes con la amenaza de que se comportaran, o esto era suyo.