18 de mayo de 2009
Querido diario,
Hoy fue un día muy especial porque hace poco cumplí los 8 años, ¡yay! Mamá me dejó invitar a todos mis amigos de la escuela para una fiesta en el patio de casa. Había globos de colores por todos lados y guirnaldas que se mecían suavemente con la brisa. La tarde estaba llena de risas, juegos y música.
Todos la pasamos súper bien, jugando y corriendo por todas partes. Incluso Dan y Alfa vinieron, lo cual fue genial. Pero entonces llegó el momento de soplar las velas del pastel. El pastel era grande y tenía mi dibujo animado favorito encima, se veía delicioso y olía aún mejor, como a vainilla y fresas.
Cuando me acerqué para soplar las velas, vi algo raro. El pastel estaba como mordido en una esquina. Al principio, me quedé mirando, confundida. Luego miré a todos alrededor: mis amigos, Dan, Alfa... hasta que vi a Anya y sus amigas. Sus dedos estaban sucios, manchados con el mismo color rosa y blanco del pastel que tenía frente a mí.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero apreté los puños y me dije a mí misma que no iba a llorar delante de todos. No quería que la fiesta terminara mal por culpa de Anya.
Anya ha sido muy mala conmigo desde que llegué aquí hace un año. Siempre me hace cosas feas y no entiendo por qué. Me siento triste y un poco sola cuando hace eso.
Mamá no sabe nada de esto. No le he contado porque no quiero que se enoje o pelee con Rafe por mi culpa. No quiero causar problemas.
Pero bueno, mañana será otro día, ¿verdad, diario? Quizás sea mejor y más divertido. Voy a intentar ser fuerte y no dejar que Anya me arruine las cosas.
Con cariño, Grace.
Grace
—Mami, —llamé con voz débil, parada al pie de la escalera. Me sentía como si tuviera un gran peso en todo el cuerpo, y mi cabeza daba vueltas. —Me siento mal, —dije, esperando que mamá entendiera.
Ella dejó lo que estaba haciendo y vino rápidamente hacia mí. Con una mano en mi frente y otra en mi hombro, me examinó con preocupación.
—Tienes fiebre, cariño, —dijo con una voz llena de preocupación.
Miré hacia abajo, sintiéndome culpable.
—Lo siento, mami, —murmuré. Sabía que ella tenía muchas cosas que hacer, y no quería ser un problema. —Tienes que ir a trabajar...
—No tienes que sentirlo, pequeña, —me interrumpió mamá con suavidad, arrodillándose para estar a mi altura. —Todo estará bien. Llevaremos a Anya y Dan a la escuela y luego te llevaré al médico. No te preocupes por nada más.
Sus palabras me hicieron sentir un poco mejor, aunque todavía me dolía todo. Asentí con la cabeza, aceptando su plan. Con pasos lentos y pesados, regresé a mi habitación para cambiarme de ropa, envuelta en una sensación de cansancio y malestar. Me alegraba tener a mamá a mi lado en días así. Ella siempre sabía cómo cuidarme.
Cuando subí al auto, los chicos ya estaban todos sentados, listos para ir a la escuela. Anya, con su típica actitud desagradable, se quejó desde atrás.
—Vaya que demoraste, Grace. —Su tono era de impaciencia y no escondía su fastidio.
No tenía energía para contestarle. Simplemente me recosté en el asiento delantero, sintiéndome mareada y débil. Cerré los ojos, esperando que mamá subiera al auto y nos pusiéramos en camino.
Fue entonces cuando escuché la voz de Dan.
—Oye, peque, ¿estás bien? —preguntó, y su tono era genuinamente preocupado. Era agradable saber que al menos él se preocupaba por mí.
Con voz baja y cansada, le respondí:
—Mamá dice que tengo un poco de fiebre... —No quería que se preocuparan, pero la verdad era que me sentía bastante mal.
Dan no dijo nada más, pero su silencio era de comprensión y preocupación. Me acomodé en mi asiento, intentando sentirme cómoda, mientras mamá encendía el auto y nos dirigíamos primero a la escuela y luego al médico.
La voz de Alfa me sorprendió y me sacó de mis pensamientos. No me había dado cuenta de que se había inclinado entre los asientos delanteros, extendiendo una mano para apoyarla suavemente en mi hombro. Me giré para mirarlo y vi una expresión de preocupación en su rostro.
—Toma, peque, para que te sientas mejor, —dijo con suavidad, entregándome una de mis golosinas favoritas. Me sorprendió el gesto, no esperaba algo así de él.
—Gracias, Alfa, —respondí, una pequeña sonrisa apareciendo en mis labios a pesar de sentirme mal. La golosina era un pequeño rayo de sol en mi día nublado.
—Es Owen, peque, —me corrigió con una sonrisa tímida, y luego volvió a su asiento. Me quedé mirando la golosina en mi mano, pensando en su amabilidad.
Después de dejar a los chicos en la escuela, mamá me llevó al médico. La sala de espera era tranquila, con un suave olor a desinfectante en el aire. Me sentía un poco mareada y el mundo parecía girar un poco demasiado rápido a mi alrededor.
El médico, un señor de voz calmada y manos suaves, me examinó con cuidado.
—Es solo un poco de fiebre, tiene inflamada la garganta, —le explicó a mamá. Sus palabras sonaban distantes, como si vinieran de lejos. —Le dejaré las recetas de los medicamentos y la veré en unos días más.
—Gracias, doctor, —respondió mamá, su voz llena de alivio y preocupación a la vez. Mientras salíamos del consultorio, me aferré a la mano de mamá, sintiéndome un poco débil pero también cuidada y segura.
—Mami, —le dije en el camino de vuelta a casa, —yo puedo quedarme sola unas horas. —No quería que ella faltara a trabajar por mi culpa. Me sentía culpable por causarle problemas y quería que ella supiera que podía manejarlo.
—No te preocupes, cielo. Rafe se quedará contigo, —dijo mamá con dulzura. Sus palabras me sorprendieron un poco. Rafe era amable, pero aún no estaba acostumbrada a tenerlo como una figura paterna.
Me recosté en el asiento, sintiéndome un poco mejor al saber que no estaría sola, pero aun así preocupada por ser una molestia. Miré por la ventana, observando cómo el paisaje pasaba en un borrón de colores y luces.
Cuando llegamos, mamá me ayudó a instalarme cómodamente en el sofá, y me trajo una manta y una taza de té caliente.
Poco después, Rafe se sentó a mi lado con su laptop, listo para trabajar, pero también para cuidarme. Me sentía agradecida, rodeada de cuidados y amor en mi nuevo hogar. A pesar de la fiebre y el dolor de garganta, no pude evitar sentirme un poco afortunada.
—Bueno, —dijo Rafe en cuanto mamá se fue, con una sonrisa en su rostro, —creo que un poco de chocolate podría hacerte sentir mejor, ¿no crees?
—¡Sí! —exclamé, saltando un poco en el lugar a pesar de mi malestar. La idea del chocolate me emocionaba; siempre había sido mi dulce favorito.
Rafe fue increíblemente atento conmigo toda la tarde. Me consintió con chocolate y hasta vimos mi película favorita no una, sino dos veces. Me envolví en una manta suave en el sofá, sintiéndome acogida y mimada, y por un rato olvidé que estaba enferma.
Cuando mamá finalmente llegó con Anya y Dan, me sorprendió ver a Owen con ellos. Rafe se levantó de inmediato para ayudar a mamá con las bolsas de la compra, y los chicos se acomodaron en la sala conmigo. Anya eligió sentarse lo más lejos posible, mientras que Dan y Owen tomaron un lugar a cada lado mío.
—¿Cómo te sientes, peque? —preguntó Dan con genuina preocupación.
—Mejor, el médico me dijo que es una infección en la garganta, —le dije, agradecida por su interés.
A mi lado, Owen me extendió más de mis golosinas favoritas. Lo miré con una gran sonrisa, sintiendo una oleada de felicidad.
—Gracias, Alfa, —dije, desenvolviendo una.
—Owen, peque, —me corrigió suavemente, y luego se levantó. —Me voy a casa, nos vemos mañana.
Lo vi salir, pensando en lo amable que había sido conmigo. Me sentía afortunada de tener personas que se preocupaban por mí.
La hora de la cena era casi un ritual: todos comíamos juntos, pero Anya siempre encontraba una razón para discutir, añadiendo tensión a la mesa.
Después de la cena, mamá me llevó a mi habitación. Sentía mi cuerpo pesado y cansado, pero mi mente todavía estaba activa. Me acostó con cuidado y me dio un beso de buenas noches.
—Mami, —le dije mientras ella se dirigía hacia la puerta, —si mañana me siento bien, quiero ir a la escuela. Seguro mis amigos se preocuparon por mí.
—Veremos mañana, cariño, —respondió ella, con una sonrisa tranquilizadora, y cerró la puerta casi del todo.
Estaba a punto de cerrar los ojos cuando la puerta se abrió de nuevo. Al principio pensé que era mamá, pero luego sentí el peso de Anya sentándose en la cama. Su presencia era fría y pesada.
—Tú, maldita porquería, —me susurró con un desprecio que me heló la sangre. —Llamarás a Owen por Alfa, ese es su apodo y no tienes permitido llamarlo por su nombre. —Su voz era un siseo venenoso, lleno de ira.
Estaba confundida y asustada.
—Pero él me dijo... —comencé a responder, pero antes de que pudiera terminar, ella puso su mano sobre mi boca, presionando con fuerza. Me estaba lastimando.
—No me importa lo que él te dijo. Solo los más cercanos a él podemos llamarlo por su nombre, y tú, no eres una de nosotros, —gruñó entre dientes. —No lo eres y nunca lo serás. Si te vuelvo a escuchar llamarlo por su nombre... —amenazó, empujándome contra la almohada con rudeza antes de levantarse y salir de la habitación.
Me quedé allí, temblando, con lágrimas rodando por mis mejillas. No entendía por qué Anya estaba tan enojada, por qué me trataba así. Esa noche, mientras la casa se sumía en el silencio, me envolvieron las sombras de pesadillas que no podía escapar.