Capítulo 12

1652 Words
Sentí como todo mi cuerpo cedía a la gravedad y me preparé para el golpe que iba a recibir. Solo que nunca llegó porque los fuertes y cálidos brazos de Mauricio me envolvieron impidiendo que llegara al suelo y sujetándome fuerte junto a él. El aroma de su colonia invadió mis fosas nasales y por un segundo fue como si el tiempo se detuviese y la realidad dejara de existir mientras yo inhalaba su olor. Pero mis ojos volvieron a caer en el cuerpo de Saúl y un sollozo se adueñó de mí, había sido mi amigo, mi compañero, y ahora no era más que un cadáver. ¿Cuántas personas más acabaría perdiendo en esta vida? ¿Cuántas veces más tendría que pasar por este dolor? ¿Cuándo sería suficiente muerte y desgracia? —Ya, ya, todo acabo pequeña. Ahora estarás bien, voy a cuidarte—dijo Mauricio en un susurro sobre mi oído y retiré mi vista del cuerpo de mi amigo para verle a él, directo a esos hermosos ojos que desde el primer momento me habían cautivado, que ahora solo mostraban alivio y ¿Amor? Y supe, muy dentro de mí supe, que al único que no soportaría perder en esta vida sería a él. Nunca había creído en los flechazos, el amor a primera vista para mí no era más que una estupidez, pero Mauricio se había adueñado de mi alma y todo mi ser, junto a él nada más interesaba, solo él, solo nosotros. Ví como por su mirada cruzaba el dolor al verme llorar y le besé. Fue un beso dulce y tierno con el que intente transmitirle todo lo que estaba sintiendo dentro de mí, todo lo que no podía expresarle con palabras. Porque sentía que todas se quedaban cortas, ninguna frase por muy rebuscada que fuera sería capaz de describir lo que estaba sintiendo, porque este sentimiento, el cual aún no sabía identificar, al que no le podía poner un nombre porque ninguno parecía suficiente, el cual me confundía y me hacía dudar de todo, era superior a todo lo que una vez en la vida había sentido, simplemente era eminente. Él me correspondió el beso y pude sentir la necesidad que tenía de mí. No me hacía falta que me dijera lo que sentía, sus acciones estaban hablando por él, la forma en que me veía, como me tocaba, me besaba, me amaba, todo en él me demostraba que sentía lo mismo que yo, y que al igual que a mí era la primera vez que algo tan lindo, intenso y primoroso le sucedía en la vida. Él limpio cada una de mis lágrimas con un suave movimiento de su dedo y beso cada una de mis mejillas. Para luego besar nuevamente mis labios, pero esta vez un beso más corto, más de consuelo y luego hablar. —Venga, vámonos de aquí. Es hora de que olvides toda esta pesadilla—y tomándome de mi mano comenzó a jalar suavemente de mí al exterior de la casa. Me sorprendí al encontrar a una decena de hombres, todos armados fuera de la casa y tras mirar a Mauricio inquisitivamente él dijo—Estaba desesperado, movilicé a todos mis hombres en tu búsqueda y cuando te localizaron ordené que todos vinieran para protegerte hasta que yo llegara. —¿Hiciste todo eso por mí? ¿Para estar junto a mí?—pregunté con la voz rota a causa del dolor y la emoción que me provocó escuchar sus palabras. Había paralizado todo hasta que yo apareciera, se había preocupado por mi supuesto secuestro y ocupado de encontrarme como fuera necesario. Las lágrimas volvieron a llenar mis ojos, nunca nadie había hecho algo tan... Ni siquiera encontraba una palabra para describirlo, porque de todos los bellos gestos y detalles que las personas habían tenido conmigo a lo largo de mi vida, este era el más hermoso, increíble y extraordinario. Él se detuvo ante su auto y antes de abrir la puerta se volvió y tomando mi cara entre sus manos dijo: —Por ti haría esto y más, soy capaz de dar mi vida por un día a tu lado. *** Cuando salimos de la casa de Benjamín Mauricio me dijo que iríamos a su casa, que yo creía compartía con Aracelio. Era lo más común en este tipo de red, usualmente los mayores peces se mantenían juntos para una mayor protección. Solo que no sé en que parte del transcurso del viaje el sueño junto con el cansancio acabaron ganándome y terminé dormida. Ahora estaba en una habitación que era completamente desconocida para mí. La cama imperial en la que me encontraba era sumamente sauve y sinceramente no me apetecía nada levantarme de ella. Giré mi cabeza y encontré una nota junto a una rosa roja sobre la almohada que estaba junto a mí. «Si despiertas por favor mantente en la habitación, he tenido que salir pero regresaré lo más rápido posible para estar a tu lado. Por favor no salgas de ese cuarto. Mauricio» Esa nota me descolocó y conmocionó completamente. ¿Por qué rayos no podía salir de la habitación? Pero también me entró una ola de furia y rabia, y aunque no quería darle crédito a lo que pasaba por mi mente no pude evitar molestarme por esto. ¿Ya se creía mi maldito dueño o que carajos? Al final me levanté de la cama y me percaté de que no llevaba las mismas ropas que antes, ahora tenía un fino camisón de seda. Caminé hasta la puerta y traté de abrirla pero me fue imposible, debía de estar cerrada con llave desde fuera y la rabia que sentía se incrementó aún más. ¡Me había encerrado en la habitación el muy patán! ¿Cómo se atrevió a hacerme esto? Estuve por horas encerrada en esa maldita habitación, tenía una TV pero ni me molesté en prenderla, lo que tenía eran ganas de arrancarla de la pared y tirarla al suelo. Afortunadamente la habitación estaba conectada a un baño, por lo que decidí darme una duda con la idea de refrescar un poco las ideas, y el enojo dicho sea de paso. Dejé el agua correr por mi cuerpo mientras cerraba los ojos y pensaba en como estaban ahora las cosas. Todo había cambiado tanto, lo que había sido una muerte más, fácil y simple, se había convertido en... Ni siquiera sabía que rayos era esto, no sabía en la situación en la que me encontraba, y mucho menos emocionalmente hablando. Habían instantes en los que me sentía culpable, la peor de las mujeres por lo que le estaba haciendo a Fabián, pero luego cuando tenía a Mauricio frente a mí olvidaba todo y me sentía... Feliz, lo más feliz y dichosa que me había sentido nunca en la vida. Sentí un cálido y a la vez húmedo beso en mi cuello y unas manos en mi cintura. Volteé para encontrarme con Mauricio con la camisa a medio desabotonar y el pelo desarreglado, lucía cautivador y todo el enojo que sentía con él fue sustituido por un deseo ardiente de morder sus labios, y así hice. Él me tomó entre sus brazos apretándome y haciendo que no quedará espacio entre nosotros y pude sentir la erección que comenzaba a surgir. Terminé de desabotonar su camisa y pasé mis manos por su torso, deleitándome con cada fibra de sus trabajados músculos. El terminó de deshacerse de toda su ropa quedando desnudo frente a mí. Recorrí todo su cuerpo con una mirada lasciva que nada tenía que envidiarle a la que el me dió a mí antes de arrodillarse y comenzar a darme placer. Cerré los ojos mientras sentía el orgasmo que me invadía y él me tomó en sus brazos cuando mis piernas se aflojaron. Me recostó a la fría pared de la ducha y me penetró de un certero empuje. Arqueé mi espalda y empujé mis caderas hacia adelante para recibirlo mejor. No sé cuanto tiempo estuvimos así, pero si sé que se sentía como en el mismo paraíso hasta que finalmente nos alcanzó el clímax casi a la misma vez y fue como ir a la luna. Cuando salimos del baño nos vestimos con dos de los albornoces que habían colgados en el baño. Pensaba hablar con él sobre lo que había hecho esta mañana, ciertamente ya no estaba tan enfadada pero seguía siendo una actitud que no me había gustado en lo más mínimo y tampoco pensaba tolerar. Pero al entrar en la habitación Mauricio se quedó blanco como el papel y yo me encontré de frente a un hombre completamente desconocido. No lucía nada mal aunque se notaba que era algo mayor, debía tener unos 50 años o tal vez más, pero aún así su postura resultaba impotente, y no sé por qué pero al verle un escalofrío me recorrió todo el cuerpo poniéndome la piel de gallina. —¿Qué haces aquí dentro? Sabes no me gusta que entres a mi habitación y menos ahora que está Patricia aquí—dijo Mauricio y en los músculos de su espalda se notaba que estaba tenso, fuera quien fuera este hombre estaba claro que no le agradaba en lo más mínimo. —Ohh, por favor no exageres, ni que fueras mujer para andar dramatizando tanto—dijo el hombre en un tono sumamente despectivo e incluso el gesto de su cara lo fue y cambiando el tono a uno que me resultó algo amenazador dijo—solo vine a conocer a mi nueva invitada. ¿No vas a presentarnos? ¿O prefieres lo haga yo? Mauricio torció su gesto y me percaté de que él había interpretado las palabras y expresión de ese hombre de la misma manera que yo. Y agarrándome fuertemente por la cintura finalmente nos presentó con voz neutra. —Patricia este es mi jefe, Aracelio Iglesias.

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