Capítulo uno
Por las mañanas, a Erick Miller le gustaba contemplar la ciudad. Todos los días, sin excepción, se levantaba a las cinco y media (una hora antes de que su alarma sonara) y luego de darse una ducha de agua fría para despertar todas las terminaciones nerviosas se su cuerpo, hacía media hora de ejercicio, se duchaba de nuevo y finalmente, con una taza de café y vestido para comenzar su día, se paraba justo en frente de la enorme ventana panorámica que dominaba casi la totalidad de una de las paredes de su sala, desde donde se veía con bastante claridad toda la ciudad de Nueva York. Desde esa altura, no se oía más que su respiración, así que esos minutos de contemplativo silencio lo calmaban bastante.
Aquella mañana, sin embargo, algo cambió. Mientras contemplaba en silencio la ciudad en la que había
vivido toda su vida, comenzó a escuchar extraños ruidos fuera de su pent-house, unos ruidos que fueron haciéndose más y más fuertes hasta que lograron picarle la curiosidad. Dejando de lado su taza de café, tomó su teléfono para llamar al jefe de su seguridad privada, pero no había logrado marcar ni el primer número cuando recibió una llamada justo de él.
— ¿Nelson?—dijo Erick—. ¿Qué demonios pasa allá afuera? ¿Qué es todo ese ruido?
Al otro lado de la línea, Peter Nelson parecía nervioso cuando contestó:
—Disculpe las molestias, señor Miller, es que yo…bueno…
—Escúpelo ya, Nelson—le espetó Erick, quien no solía ser conocido por su paciencia—. ¿Qué es lo que pasa?
—Lo siento, señor, tratamos de decirle que no podía subir sin anunciarse antes…
— ¿Qué…? ¿De qué hablas?
Pero antes de que Nelson pudiera decir nada, Erick encontró la respuesta a su pregunta cuándo, de golpe, la puerta de entrada se abrió de par en par, dándole vía libre a una hermosa mujer de cabello rojo, curvas prominentes y expresión enfurecida. Se trataba nada menos que de Louisa Mason, la ex esposa de Erick, y la persona a la que menos habría esperado ver aquella tranquila mañana.
— ¿Y tú qué haces aquí?—le dijo Erick, mientras colgaba la llamada y se guardaba el teléfono—. ¿Qué acaso no te dije que no te quería volver a ver?
—Pues me importa una mierda lo que dijiste—replicó Louisa, quien se detuvo a tan solo unos pasos de distancia de Erick y comenzó a rebuscar con furia en la cartera que llevaba consigo—. He venido por esto—dijo poco después, y tras sacar un fajo de papeles, se los lanzó a Erick, quien los atrapó al vuelo.
Si había algo que definía a Erick Miller, era su capacidad de intuición, ese instinto extra que le había funcionado de maravilla para los negocios, llevándolo a amasar una de las fortunas más grandes del país, y puede que tal vez del mundo entero. Sabía leer a las personas, descubrir sus intenciones y manejarlas a su conveniencia, por lo que, para aquel momento, ya sabía muy bien lo que había llevado a su ex esposa a irrumpir de aquella forma en su casa. Aun así, en cuanto vio los papeles que sostenía entre sus manos, no pudo evitar que el estómago se le revolviera de desagrado.
— ¿Cómo puedes ser tan miserable?—le dijo Louisa, mientras Erick dejaba a sus ojos vagar por los papeles—. ¿Cómo puedes ser capaz de condenar el futuro de tus hijos de esa forma tan cruel?
De pronto, el desagrado de Erick fue sustituido por una rabia poderosa y efervescente que lo inundó de pies a cabeza. Dejando los papeles de lado, se acercó más a Louisa y la miró a los ojos con la única intención de hacerle saber lo molesto que estaba. Lo único bueno que Erick había obtenido de su matrimonio con aquella mujer, eran sus hijos, los gemelos Lisa y Louis, unos niños adorables que llenaban la vida de Erick de luz y color. Desde que habían nacido, cinco años atrás, se había dedicado a cuidar de ellos con todo su amor y entrega, por lo que no iba a permitir que nadie se atreviera a insinuar lo contrario. De él podían decir que era un mal esposo, un empresario despiadado o lo que fuera…pero nunca un mal padre.
—Espero que te des cuenta de la mierda que está saliendo ahora mismo de tu boca—le dijo a Louisa, controlándose para no hablarle demasiado alto, pues incluso con lo desagradable que era aquella mujer, seguía siendo eso, una mujer, y le debía algo de respeto—. Sabes muy bien que a mis hijos nunca les ha faltado ni les faltará nada, y no te voy a permitir que tú ni nadie…
— ¡Eres un imbécil!—le gritó Louisa, interrumpiéndolo—. ¿Que nunca les ha faltado nada, dices? Bueno, eso puede ser cierto, pero ahora, con lo que has hecho, puedes jurar que el estilo de vida al que están acostumbrados será cosa del pasado.
No hizo falta que mencionara los papeles para que Erick se diera cuenta de a qué se refería, así como tampoco hizo falta que nadie le dijera las verdaderas razones que impulsaban la furia de Louisa en aquel momento. Aunque en los primeros años de su relación ella había sido una mujer encantadora, con el paso del tiempo se había ido convirtiendo en una arpía amante del dinero, que encima había tenido el descaro de serle infiel a Erick, razón por la cual se habían divorciado. No obstante, parecía que Louisa seguía amando el dinero tanto como siempre lo había amado, por lo que no estaba dispuesta a aceptar que Erick se lo quitase, aun cuando estaba más que claro que ella no tenía ningún derecho sobre su fortuna.
—Dos millones de dólares al año están más que bien para criar a dos niños—le dijo Erick, ahora un poco más calmado—. Con eso puedes darles de comer, cubrir gastos escolares, de vivienda, vacaciones… ¡Maldición, Louisa, puedes incluso enviarlos a la universidad con ese dinero!
— ¡¿Y por qué no puedo administrarlo yo?!—chilló la mujer, más histérica con cada segundo que pasaba—. Se supone que soy su madre, se supone que soy yo quien debería manejar su dinero.
—Ese es justo el detalle, Louisa, que el dinero es de mis hijos, no tuyo. Y te conozco lo suficientemente bien como para saber que, si no hubiera tomado la prevención de depositarlo en un fondo correctamente vigilado, te habrías encargado de despilfarrarlo en un abrir y cerrar de ojos. Es mejor así.
— ¿Y qué pasa conmigo? ¿Qué pasa con mis necesidades?
—Eres perfectamente capaz de trabajar, Louisa—dijo Erick—. Si quieres comprarte ropa, zapatos o lo que sea, tendrás que encontrar la forma de generar tus propias ganancias.
Por la forma en la que Louisa se le quedó mirando, Erick confirmó que había dado, una vez más, justo en el clavo. Sin duda alguna Louisa había acudido con la única intención de hacerlo cambiar de parecer y convencerlo de que le dejara administrar la pensión vitalicia que le había dejado a sus hijos, todo para que ella misma no tuviera que perder el estilo de vida al que se había acostumbrado durante los diez años que había durado su matrimonio. La sorpresa que se reflejaba ahora en sus ojos, dejaba muy en claro que, a pesar de todo, hasta aquel momento Louisa había creído que podría salirse con la suya. Cosa que, por supuesto, no había pasado ni pasaría nunca.
—Te vas a arrepentir de esto—le dijo Louisa después de un rato, señalándolo con un dedo—. Juro por mi vida que te vas a arrepentir de esto, Erick Miller.
— ¿De verdad tienes el descaro de venir a amenazarme a mi propia casa?
—No te estoy amenazando, claro que no—replicó ella, que había comenzado a alejarse poco a poco, en dirección a la puerta—. Te estoy prometiendo que te arrepentirás de lo que has hecho. Y cuando prometo algo, yo lo cumplo, Erick, de eso puedes estar seguro.
Y sin más, se marchó, sin siquiera molestarse en llevar consigo los papeles. Furioso, dolido y profundamente triste, Erick se quedó mirando sin ver la puerta durante al menos veinte minutos seguidos, hasta que recordó que debía ir al trabajo y se puso en marcha. Al menos, se dijo mientras se colocaba el saco y tomaba su maletín, podía distraerse un poco con el trabajo, y así sacar de su cabeza la terrible sorpresita que aquella mañana le había obsequiado.
***
Cuando su alarma sonó, Olivia no pudo sino maldecir su suerte. La noche anterior, quedarse hasta las tantas con la pantalla del portátil quemándole las pestañas no parecía mayor cosa, pero ahora que debía levantarse con solo dos míseras horas de sueño, acababa de comprender lo equivocada que había estado. Sin embargo, las sorpresas no acababan ahí, porque en cuanto pudo sacudirse el sueño que imperaba en ella, Olivia se dio cuenta de que no había sido despertada por su alarma, sino por el tono de llamada de su celular. Lo tomó de la mesita de noche, y en cuanto vio la hora y el nombre de quien la llamaba, empezó a maldecir para sus adentros con más fuerza todavía.
— ¿Hola?—saludó al atender, tratando de que su voz no sonara demasiado culpable—. Señor Gallahan, sé que es tarde…
—Estoy cansado, Olivia—le respondió su jefe al otro lado de la línea. En efecto, su voz denotaba a la perfección mucho cansancio—. Y como estoy tan cansado, solo te preguntaré algo.
— ¿Qué cosa?
— ¿Tienes idea de cuántas veces llegaste tarde este mes? ¿Llevas la cuenta, Olivia?
—Pues…no lo sé—respondió Olivia, y como sabía perfectamente que esa no era una buena respuesta, soltó el primer número que se le ocurrió—: ¿Cinco veces, tal vez?
Tras soltar una risita sarcástica y desganada que sepultó las esperanzas de Olivia, el señor Gallahan respondió:
—Quince veces, Olivia. Y el mes solo tiene treinta días, lo que quiere decir que has estado llegando tarde durante la mitad justa del mes.
—Señor Gallahan, yo…
—Te llamaré cuando tu cheque de liquidación esté listo para que pases por él. Hasta luego.
Después de eso, colgó. Con el teléfono todavía pegado a la oreja, Olivia se quedó mirando el techo por encima de su cabeza, tratando de descubrir cómo se sentía realmente. Era el tercer trabajo que perdía en menos de dos años, y aunque cualquiera podría haberse sentido deprimido estando en una situación como la suya, ella no sentía…nada. Simplemente se sentía vacía y desganada. Había llorado y sufrido tanto, se había sentido tan perdida, tan dolida y traicionada, que ya cualquier nuevo golpe de la vida le daba exactamente igual que el anterior. De hecho, lo único que le importaba en aquel momento era salir bien en el trabajo que había entregado hacía unas horas, para que así al menos no hubiera tenido que desvelarse y perder otro empleo en vano.
— ¡SÍ! ¡ASÍ ES NENA, MUÉVELO, MUÉVELO CON FUERZA!
Cuando la voz de Trina, su compañera de departamento, llegó hasta ella, Olivia no pudo hacer nada más que sonreír. Ante la perspectiva de pasar un día entero en casa junto a la que también era su mejor amiga, se sintió un poco mejor, así que se dio una ducha, se arregló un poco y se encaminó hacia la sala, a la que llegó justo a tiempo para ver cómo Trina, una rubia despampanante de un metro ochenta, hacía pilates junto con el video interactivo que se reproducía en el televisor frente a ella.
— ¿Todavía sigues aquí?—le preguntó Trina cuando, en uno de sus movimientos, echó la cabeza hacia atrás y la vio parada detrás de ella—. ¿No se te hace tarde para ir al trabajo?
Olivia no contestó, y como Trina la conocía lo suficiente como para saber interpretar de forma exacta sus silencios, en realidad no hizo falta. Con cara de pena, su amiga apagó el televisor y se acercó a ella.
—Demonios, ¿te despidieron?—le preguntó.
De nuevo, Olivia no habló, aunque esta vez se aseguró de asentir con la cabeza para responderle a su amiga.
—Te desvelaste de nuevo, ¿no es cierto?
—Era una tarea muy importante—replicó Olivia, quien no podía evitar defenderse, pese a que sabía que Trina no sería capaz de juzgarla—. Al menos me salió bien, o eso creo.
—Seguro que sí, porque eres toda una genio—le dijo Trina, ofreciéndole una sonrisa conciliadora que calentó un poco el maltrecho corazón de Olivia—. ¿Y sabes qué? A la mierda ese trabajo. Estoy segura de que pronto conseguirás un nuevo y mucho mejor, y mientras lo haces, tú y yo vamos a pasar un día estupendo aquí en casa.
Sin esperar una respuesta, Trina le regaló un efusivo abrazo y se encaminó hacia la cocina, dispuesta a preparar el desayuno. Tras sentarse en la barra para observar a su amiga, Olivia se preguntó a sí misma, una vez más, si tal vez sería buena idea seguir el consejo que Trina le había dado tantas veces. Se habían conocido un par de años atrás, cuando las dos habían comenzado a estudiar derecho, aunque solo Olivia había seguido con ello, pues su amiga, tras volver viral uno de sus videos de ejercicios y vida fitness, había decidido dedicarse por completo a las r************* y al dinero que éstas le podían generar. Pese a sus dificultades económicas, Olivia había seguido estudiando, mientras repartía su tiempo en trabajos esporádicos que a duras penas le daban lo suficiente; más de una vez, había estado tentada de probar lo mismo que Trina, pero al final siempre terminaba entrando en razón.
— ¡A comer!—anunció Trina, poniendo sobre la barra una serie de platos muy variados, y por supuesto, muy saludables.
Mientras comían, se dedicaron a charlar alegremente, hasta que Trina tuvo que retirarse para grabar algún video o algo parecido, por lo que Olivia se terminó el desayuno en soledad. Tras lavar los platos y dejar todo limpio, tomó el periódico de aquella mañana y se dispuso a revisar una a una todas las ofertas de empleo. Después de todo, si no tenía la habilidad ni el carisma que a su amiga la había ayudado a hacerse una carrera seguida por millones de personas en todo el mundo, debía buscar la forma de no terminar en la calle.