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—¡Emma!—gritó. Al levantar la vista, estaba frente a mí un hombre enfadado, pero no me importo, seguí llorando, mortificándome por la perdida de mis padres, echándome la culpa por no estar con ellos y también por no haber podido encontrar sus cuerpos— tú no tienes la culpa de nada, lo que ocurrió fue una tragedia inesperada. —¡Mis padres no se lo merecían!— vociferé harta de mí y de la vida, qué hasta el momento había sido tan injusta y cruel conmigo. —Nadie en esa ciudad merecía morir como lo hicieron Emma, pero por más que te lamentes nada los traerá devuelta, ellos se fueron, pero tú sigues aquí— declaro agachándose para limpiar con las yemas de sus dedos la infinidad de lágrimas que no dejaban de brotar de mis ojos. —¡No tengo nada porque vivir! —Tienes toda una vida por delante— m