Capítulo 6

1180 Words
Capítulo 6 Dos días después del homicidio de Mosca Stalina Scrofagnocca, hacia las 20:00, mi amigo y yo estábamos juntos cenando, como casi todas las semanas a lo largo de nuestra ya larga amistad. Comíamos siempre en el mismo local, un restaurante en el Corso Palestro, no muy lejos de nuestras casas. Vittorio, saltándose los entremeses «mata hambre», como los definía igual que yo, y terminado el primer plato, que era algo casi obligado para un napolitano, espagueti con marisco, empezó a hablar del Monstruo de la Oreja: —Evaristo me ha dicho que, por lo que parece, ninguna víctima se había quejado, con parientes o amigos, ni muchos menos denunciado haber recibido amenazas en general, ni, pensando en las dos muertes de las relacionadas en el pasado con la extrema izquierda, amenazas políticas en particular. Considerando además que las cuatro murieron en su casa, o al menos eso parece, habrían dejado entrar al homicida, podría pensarse que tenían alguna relación anterior con el asesino o los asesinos. —Pero fíjate, Vittorio, en que con la primera víctima el Monstruo se habría colado desde el jardín a través de una ventana. —Sé que existe esa hipótesis, pero esta no puede excluir el hecho de que el homicida haya sido por el contrario admitido en la casa de la víctima. Lo que sí es verdad es que no se ha forzado en ningún caso ninguna puerta de entrada. —¿Puede ser que el Monstruo consiguiera las llaves de las casas? —sugerí. —¿De las propias víctimas? —No, no. Yo pensaba en copias falsas realizadas previamente, no sé, haciendo un molde de alguna manera. —No es tan fácil, ¿sabes? Solo en las películas consiguen subrepticiamente moldes de las llaves en cera y hacen copias perfectas. Los cerrajeros no trabajan nunca así, sino que parten de un original o, si no hay llave, trabajan directamente sobre la cerradura, a veces limitándose a sustituirla por entero. En todo caso, piensa en una ganzúa que pueda abrir fácilmente una puerta con solo el resbalón, aparte de que hoy en día la gente normalmente cierra todo lo que puede, aunque esté dentro: a derecha, izquierda, arriba y abajo —Hizo varias veces el gesto de girar en una cerradura imaginaria una llave inexistente—. Pienso que el resbalón que han encontrado luego de entrar los parientes y la policía en el caso de Scrofagnocca, era la consecuencia obvia del hecho de que el asesino, cada una de las veces, cerró la puerta tras de sí al escapar, no que hubiese estado solo el resbalón cuando llegó, aunque tal vez no en el primer caso, ya que la asistenta declaró a Evaristo haberse ido dejando la puerta con el resbalón como de costumbre: imagino que la pobre señora Tron se sentía segura gracias al murete del chalet y, por otro lado, ella o la asistenta habían abierto las ventanas de la planta baja para airear la casa, pues ese día hacía calor y no habría tenido sentido dar tres vueltas a la llave para cerrar la entrada. Por otro lado, parece determinante el hecho de que todas las asesinadas estaban en casa y, por tanto, si el asesino hubiera forzado la puerta para tratar de entrar, le habrían oído. Por tanto, si en el caso de Capuò Tron pudo entrar en la casa saltando la valla y la ventana, en los otros delitos alguien debe haber abierto desde el interior: imagino que las propias víctimas. —Escucha, Vittorio. Aunque tal vez mi idea sea un poco como de telenovela, ¿no podría el homicida haber sido el amante de las cuatro mujeres y, por tanto, todas podrían haberlo admitido en casa sin sospechar nada? —¿Amante de todas? Una idea un poco excesiva, efectivamente, aunque no se pueda descartar al cien por cien. ¿Pero qué pasa con el anciano vagabundo pulgoso y alcohólico? ¿También él era amante del Monstruo? —Bueno, si es por eso, ¡son tantos y tales los gustos sexuales repelentes, Vittorio! Piensa que hay quienes lo hacen incluso con animales, lo que me parece incluso peor que copular con un viejo borracho andrajoso. —Ya, y por cierto no puedo excluir que en el futuro se admitan lamentablemente incluso matrimonios con animales o, yo que sé, que se legalicen otras depravaciones como es sexo paidófilo: hoy son tantos los políticos privados de moral natural, gente inmersa en el pensamiento débil,6 que se preocupa solo por seguir el sentimiento mutable de sus potenciales electores. Pero dejando aparte las preocupaciones morales, volvamos al caso del Monstruo: si el asesino es el mismo para los cincos homicidios, podemos suponer que tanto el clochard como las cuatro mujeres le conocían de antes, ¡pero sin la necesidad de que hubieran sido amantes! Aun así, Cipolla pudo haber sido asesinado, no por el Monstruo como asesino en serie, sino por un admirador-imitador el mismo, o incluso por un enemigo personal, que querría desviar la atención usando el método del Monstruo. —De acuerdo, Vittorio. —Sin embargo, no es improbable que el asesino en serie conociera al menos a tres de las asesinadas y que ellas mismas le hubieran abierto la puerta y además hay otra cosa: tengo la sospecha de que los muertos se conocían entre sí e incluso en dos casos, según me confió Evaristo, casi con seguridad es así: mañana por la mañana verificaré en persona algo al respecto y, si tengo razón, te lo contaré, incluso para tu periódico, pero si no es así, nanay. En ese momento empezó a tomar el segundo plato, que le había traído hacía ya un par minutos una amable señora, setas de otoño y flores de calabacín empanadas y fritas, no precisamente lo mejor para una buena digestión, sobre todo para un estómago ultraoctogenario como el suyo. A la mañana siguiente, en perfecto estado de salud, Vittorio fue al registro civil, preguntando por un jefe al que conocía porque, igual que él, era parroquiano en Santa Bárbara. Como sabía que era jefe emérito de policía, desobedeciendo la ley de privacidad, su conocido puso a su disposición un archivero y, con su ayuda, averiguó cuáles eran las profesiones de las cinco víctimas según sus antiguos documentos de identidad. Poco a poco descubrió que también Capuò Tron, Piccozza Ferini y Cipolla habían trabajado como almacenistas. Quedaba por averiguar dónde: ¿también en la misma fábrica de mamparas de ducha? Por la tarde, Vittorio avisó telefónicamente al comisario Sordi acerca de la coincidencia, sugiriéndole indagar en los archivos de la Oficina de Empleo de Turín para descubrir en qué empresas habían sido almacenistas esos tres: —Me pregunto, Evaristo, si trabajaron en la misma compañía donde habían trabajado Peritti y Scrofagnocca. También me informó a mí, como habíamos quedado en caso de haber novedades, para que se las contara a Carla y esta las incluyera en un artículo. Se publicó a la mañana siguiente, en primera página. A petición de Vittorio, la autora se atribuía el mérito del descubrimiento en el registro civil, ya que mi amigo no quería aparecer en los medios. Me dijo por teléfono: —No es por modestia por lo que no quiero que me nombres, sino por prudencia, porque no quiero que el monstruo que venga a buscar a casa con su punzón a mi edad venerable. Por el tono, me lo imaginé sonriendo.
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