Capítulo 5
Los restos de la quinta víctima, de nuevo de sexo femenino, los encontró la policía unos días después de su fallecimiento, gracias a la denuncia de una amiga y colega, intrigada por el hecho de que la mujer no se hubiera presentado en el trabajo y no hubiera respondido a sus llamadas telefónicas. Las fuerzas del orden, tras obtener la autorización del fiscal para acceder a la casa, consiguieron entrar echando abajo la puerta, cerrada solo con el resbalón, como en los tres primeros homicidios. La víctima se llamaba Mosca Scrofagnocca, cincuentona y vendedora en un gran almacén de cocinas y artículos de baño. Soltera y sin parientes, vivía sola como inquilina en un antiguo piso de dos habitaciones en Via Stampatori. El delito, según el forense, debió producirse al día siguiente al del asesinato de Cipolla. También este cadáver mostraba las señales de un fuerte golpe en la cabeza, previo a la perforación del cerebro con un punzón.
Vittorio supo por Evaristo, el día posterior al descubrimiento de los restos, que también Scrofagnocca había estado vigilada por el contraterrorismo en los años 70 y 80: había fichas en la DIGOS de comisaría en las que constaba que las ideas revolucionarias de Scrofagnocca eran de origen familiar, siendo sus padres fervientes estalinistas en el Partido Comunista de Togliatti en los años 40 y 50, conocidos en comisaría como agitadores habituales y atacantes ocasionales contra la Democracia Cristiana durante las primeras campañas electorales. El nombre completo que habían dado desgraciadamente a la hija era el de Mosca Stalina, aunque ella usaba desde hacía tiempo, después de que desaparecieran en los años 80 las revueltas y disturbios iniciados en 1968, solo el nombre de Mosca, que no recordaba directamente la ya difunta Unión Soviética. También se encontró en el archivo un detalle intrigante que podía resultar útil para las investigaciones sobre el Monstruo: en el pasado, la mujer había trabajado como almacenista en la misma fábrica de mamparas de ducha donde también había trabajado la segunda víctima y, más o menos, en los mismos años. Esto podía llevar a considerar con más atención la pista política, aunque sin dejar de lado la del grupo demoniaco o el psicópata asesino en serie.
En el caso de que el homicida fuera un asesino en serie, resultaba interesante, según los criminólogos y psicólogos sociales consejeros de la comisaría, el hecho de que no hubiera contactado nunca ni con los medios de comunicación ni con la policía, a diferencia de otros a los que les gustaba mostrarse con mensajes, desafiando a la sociedad, como el arquetipo de todos los asesinos en serie, el tristemente famoso londinense autor de al menos cinco delitos, que realizó entre el 31 de agosto y el 8 de noviembre de 1888, que había enviado por correo tres cartas, presuntamente auténticas, en la primera de las cuales había firmado como Jack el destripador, como sería llamado posteriormente en los periódicos y quedaría en los anales de la criminología y que en las tres cartas había incluido presuntos indicios burlándose de Scotland Yard. En el caso de Monstruo de la Oreja, la ausencia de mensajes, postales, llamadas telefónicas o correos electrónicos había llevado a los peritos psiquiátricos a esbozar, aunque con reservas, algunos rasgos de su personalidad: él, o ella, si se trataba de una mujer, seguramente sufría en el fondo un complejo de inferioridad y además debía obtener algún placer, al tiempo sádico y autodestructivo respectivamente, al recaer ocultamente sobre Turín asustándola con su crueldad y, al mismo tiempo, negándose la íntima satisfacción de desvelarse, al menos un poco, ante el mundo.
Por el contrario, para el subjefe Pumpo, el silencio del Monstruo corroboraba la idea del grupúsculo demoniaco asesino por razones rituales y que tenía un gran interés, como todas las comunidades satánicas, por mantenerse en la sombra.
Para el comisario Sordi, podía considerarse la hipótesis de un homicida colectivo, porque el hecho de ser más de uno habría facilitado la ejecución de los homicidios, pero no debía tratarse obligatoriamente de muchas personas, ni necesariamente de un entorno demoniaco: según él, podría tratarse por el contrario de uno de esos casos profanos que los criminólogos llamaban de magister-alumnus, es decir, una pareja de asesinos en serie compuesta por una persona que ideaba los homicidios y su puesta en práctica y un alumno aprendiz y ejecutor o coejecutor.
Vittorio, por el momento, consideraba importantes todas las hipótesis y, sin preferir ninguna, estaba a la espera de datos más relevantes.