Llegó al edificio a las 15:30. «Sin duda, Ferini está en el banco», razono. Llamo a varios pisos en el portero automático al azar y, como suele pasar, y lo saben bien los distribuidores de publicidad que hacen buzoneo, alguien me abre. Subo de nuevo a pie. Llamo. Me da la sensación de que alguien me observa a través de la mirilla e inmediatamente veo abrirse la puerta: es ella, Margherita, como esperaba. Me ha reconocido porque esta vez, a propósito, no me he puesto la barba. Me dice en tono sorprendido: —¿Usted? Pongo la excusa de que soy desde hace tiempo agente de seguros y que quiero proponerle una póliza. Me dice que ya está completamente asegurada con el banco de su marido, pero me invita a entrar. Supongo que es curiosidad por mi miseria. Es eso: su deseo de saber es más fuerte qu