Capítulo 2

1668 Words
Capítulo 2 El segundo delito se produjo cinco días después del asesinato de la señora Capuò Tron, ya en octubre: la víctima fue Giovanna Peritti, viuda de Verdani, jubilada sesentona que vivía sola en una vivienda heredada de su marido en Corso Agnelli. Tenía una hija, pero esta estaba casada y vivía en Asti. Fue esta última la que descubrió el cadáver, poco después de las 22:00 del mismo día del homicidio: solía telefonear todas las tardes a su madre y esa vez no había contestado, aunque el teléfono sonó muchísimas veces desde las 19:30. Poco después de las 21:00, la hija, bastante preocupada porque sabía que su madre nunca salía de casa cuando era de noche, se montó en el automóvil y vino a Turín. Tras llegar una hora después al portal de la casa de su madre y llamar inútilmente al portero automático, entrar usando la copia de las llaves, subir, abrir la puerta del piso de su madre, cerrada solo con el resbalón, como contaría después a la policía, y encender la luz hizo el espeluznante descubrimiento de su madre muerta en el suelo del recibidor, con la boca abierta en una mueca de dolor, los ojos cerrados, sangre y sesos que salían de una oreja y una gran hematoma en la cabeza. Posteriormente se estableció que la equimosis la había causado un jarro pesado de la casa con el que se le había golpeado en la cabeza, en el que el anatomopatólogo encontró restos del cuero cabelludo de la víctima. El médico también estableció que, seguramente, la muerte se debió a un punzón clavado en la oreja agujereando el encéfalo. La hija de la fallecida, que a duras penas tuvo tiempo para caer sobre una silla, se desmayó. Tras recuperar el conocimiento, hacia las 22:10, como vio en su reloj de pulsera, aunque todavía bajo shock, consiguió telefonear al 113. Hacia las 23:00 le comuniqué a Vittorio por móvil el nuevo homicidio, atendiendo a su petición de informarle de posibles novedades cuya noticia llegara al periódico. La noticia del nuevo delito me la había comunicado Carla Garibaldi poco antes desde su cubículo cuando pasaba a su lado para ir al mío. Acababa de recibir la noticia por teléfono de un colaborador que, habitualmente, se quedaba por la tarde-noche en el patio interior de la comisaría, junto con los colegas del otro periódico de la ciudad y las televisiones, para conocer las últimas noticias de sucesos. Inmediatamente el número dos de Carla acudió con los demás al lugar del delito, para referir las novedades a su jefa. Vittorio tenía el teléfono del móvil de Evaristo Sordi, de quien supo que el funcionario se encontraba en el lugar del delito y que los restos mortales todavía no se habían retirado, a la espera de la llegada inminente y la autorización del fiscal Trentinotti para el traslado al depósito para la autopsia. Mi amigo consiguió de Sordi que se le admitiera en la vivienda de la fallecida confundiéndose con los periodistas. Nunca había obtenido el permiso de conducir y viajaba por la ciudad en tranvía, parsimoniosamente, pero dada la hora y la urgencia, esa vez tomó un taxi. Sin embargo, fue una pérdida de tiempo y dinero, ya que llegó al rellano de la vivienda de la difunta cuando ya habían llegado tanto los periodistas, incluyendo el subordinado de Carla, como el forense, el juez y el comisario. Estos se llevaron en el vehículo de servicio a la hija de la difunta, para recoger y redactar oficialmente su declaración en la comisaría. Solo quedaban dos agentes que estaban sellando la puerta y la subcomisaria que los mandaba y que, reconociendo a D’Aiazzo, le saludó con cordialidad. Tal vez no podía hacerlo, pero le ofreció también llevarlo a la comisaría en el coche patrulla, algo que él rechazó, considerando lo cerca que estaba su casa y lo tarde que era. Al día siguiente, Vittorio, durante su paseo habitual bajo los soportales de Via Cernaia, Corso Vinzaglio, Corso Vittorio Emanuele y vuelta, al volver tuvo la idea de parsarse un rato por la comisaría. Preguntó por el comisario Sordi, esperando que estuviera allí. Estaba y le recibió. Sin preámbulos, Evaristo le dijo: —Mañana por la tarde tuve que irme antes de que llegaras… Viniste, ¿no? —Sí, señor. —Lo siento, Vittorio, pero antes de que llegaras el juez nos dio la orden de desalojar y sellar. No pude esperarte, ya que tenía que irme con los demás y tomar a continuación declaración del hallazgo de la difunta por su hija, para redactarla cuanto antes. —Sin problemas. Si te parece, cuéntame algo sobre la hija. —No hay ninguna sospecha sobre ella, es más, parece, por el testimonio de los vecinos de la casa de la madre y también los vecinos de la hija interrogados hace poco por nuestros compañeros de Asti, donde vive con su marido y dos hijos, que las dos se querían y se llevaban bien: la hija y el yerno invitaban a menudo a la madre a su casa, viniendo uno u otra a recogerla en automóvil aquí, en Turín, para que no fuera de aquí para allá en tren, y luego la traían de vuelta al acabar el día. —Entiendo. Debe haber sufrido mucho esa pobre mujer. —Sí, estaba desolada. Aparte de esto, si ayer por la noche no te pude atender, a cambio te cuento ahora todo lo que sé. Ante todo, que, al contrario que en el caso Capuò Tron, el homicida entró por la puerta y no por una ventana, dado que, como sabes, la vivienda estaba en el tercer piso. Además, esta vez no ha robado nada o al menos eso es lo que ha dicho la hija de la difunta: tal vez al asesino le haya asustado algo antes de registrar y robar y ha desaparecido a toda prisa cerrando la puerta tras él, que quedó cerrada solo con el resbalón. Pero tal vez lo más importante tenga que ver con el perfil de la víctima: he verificado en nuestros archivos si la señora Peritti Verdani tenía antecedentes y la he encontrado fichada… en el DIGOS.2 —¡Ah, caramba! Mm… ¿Y la primera víctima…? —No, ninguna, la señora Capuò Tron era un ángel, pobre mujer, no ha tenido nada que ver con nosotros en ningún sentido. Por el contrario, Peritti era de otra pasta, al menos en el pasado, ya que posteriormente debió calmarse. Al principio de los 70, antes de apellidarse Verdani, trabajó en la FIAT, que le había amenazado con el despido muchas veces debido a graves altercados sindicales contra colegas no comunistas y contra el supervisor, es más, más que de altercados hablamos más bien de excesos filorrevolucionarios: Paretti era conocida en el entorno marxista-leninista con el apodo de Pasionaria, como la antigua Dolores Ibárruri de la guerra civil española, exactamente como la Pasionaria de Mirafiori. Las advertencias de la dirección buscaban su despido, pero, por el llamado Estatuto de los Trabajadores,3 tenía que haber justa causa, como se llamaba, es decir, en caso de reclamación por parte del despedido debía haber un motivo de despido reconocido como válido por un juez laboral. —En general, para una situación normal, habría sido una buena ley, pero no para esos años revolucionarios. —Sí, Vittorio, de hecho, en aquel tiempo, como sabes, solo en casos verdaderamente extremos los jueces laboralistas reconocían la justa causa y Peritti era casi intocable. Solo a mediados de los años 70 la empresa fue capaz de echarla por fin, después de una sentencia favorable, debido a un hecho más grave que los precedentes: durante una de las muchas manifestaciones violentas delante de las puertas de la fábrica, golpeó físicamente a su supervisor, a quien ella misma y otros facinerosos habían obligado por la fuerza a participar: aunque nueva había realizado actos de este tipo, la Pasionaria le arreó dos golpes con el palo de la bandera roja que empuñaba, uno sobre la espalda y otro, bastante más grave, en la cabeza y le mandó al hospital desvanecido y con el cuero cabelludo desgarrado. Para su desgracia, esa vez había realizado su valiente acción delante de uno de nuestras patrullas de servicio, que la arrestó, no sin dificultades, como consta en el informe del archivo y la trajo aquí a la comisaría, donde se cumplimentaron los trámites correspondientes y fue denunciada por resistencia a la autoridad. Luego fue denunciada por el supervisor y, entre una cosa y otra, recibió una condena, aunque fuera con libertad condicional, y además de su finiquito, a instancias del abogado del herido, fue embargada para resarcir a la víctima. Pero, sobre todo, con una gran satisfacción, la empresa pudo deshacerse de esta nueva Ibárruri, Los nuestros de la DIGOS siguieron vigilándola, evidentemente, pues eran los años del terrorismo y Peritti tenía el perfil exacto para ser sospechosa de simpatizar con las Brigadas Rojas y compañía. También aparece en el archivo que, después de un breve periodo de desempleo, fue contratada como almacenista en una tienda artesanal fabricante de mamparas de ducha y que, unos años después, se casó con un vendedor ambulante de fruta y verdura, acomodado, y ayudaba a su marido en el puesto; desde ese momento, ¡ríete!, se convirtió curiosamente de comunista como era a demócrata cristiana. —No hay mucho de lo que reírse, Evaristo, si sabes cómo funcionan los ideales en muchas personas. Pero dime una cosa: ¿excluyes una venganza política de alguien? ¿Tal vez de algún excompañero, al ver que se había pasado al otro bando? —¿Una venganza aplazada? Bueno, no se puede excluir del todo, pero un castigo de carácter político aplazado durante tantos años no me parece muy probable y, además, el homicidio se ha realizado como el de la señora Capuò Tron, que era, por el contrario, una mujer burguesa pacífica. Más bien da la sensación de ser obra del mismo maniaco perforacerebros. —Pero no se puede excluir del todo que el segundo asesino sea otro y haya asesinado aposta de la misma manera para desviar las sospechas. —Lo sé. También lo hemos pensado, pero somos de la idea de seguir sobre todo la hipótesis de un solo maniaco y, si tenemos casos similares, tendremos la confirmación. —Por desgracia, tendría que actuar.
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