—¿Teníais por tanto muchos empleados? —No, señor, pero sí más de quince, por cierto el número para el cual el Estatuto imponía la llamada cusa justa para poder despedir: tanto en las empresas familiares como en la nuestra. —¿Cuánto personal teníais exactamente? —Dieciocho es ese periodo: nunca fue una gran empresa. Fue la ingenuidad de mi madre la que la llevó por encima de los quince trabajadores. Mamá, sin conocer la ley ni informarnos a mi padre ni a mí, contrató a la vez en 1976, además sin pedir información sobre ellos, un operario aprendiz, un buen muchacho por cierto, llamado Piero, y tres personas que enseguida mostraron su carácter subversivo: Maria Capuò, Giovanna Peritti y Ruggero Rigoletti. Así que mamá, pobre mujer, aumentó irresponsablemente nuestra plantilla de catorce a