Capítulo 14: Caminando Sobre Hielo Fino

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¿Qué se supone debes hacer cuando uno de tus amigos aparece en una foto que tiene casi un siglo y medio? Esa era la pregunta que le quería hacer a Katherine cuando sugirió jugar a “verdad o atrevimiento” a la hora del almuerzo. —¿Y bien? —insistió ella. —No tengo ganas de jugar —respondí en un suspiro agotado. Estaba demasiado sumergida en mis propias teorías y suposiciones como para tener tiempo para una tontería como esa. —¿Van a venir el sábado a la Cena de Acción de Gracias en nuestra casa? —le preguntó Anna a Erick luego de mi negativa a Katherine quien, indignada, fue a sentarse en la mesa de los chicos del equipo de basketball, junto a aquel tal Mason que conoció en el lago la noche de la fogata. —No estoy muy seguro. A lo mejor papá se antoja de ir a cenar con los Hall —dijo Erick un poco aliviado de no tener que pasar más tiempo con Anna del necesario. A pesar de que mi hermano estaba mucho más amable con ella y la Amell había bajado un poco sus defensas, ambos caminaban sobre cristal fino cada vez que estaban cerca. Lo curioso, sin embargo, era que cuando estaban solos, no parecía haber ninguna riña entre ellos, sino que pasaban algo de tiempo de calidad juntos. El problema aparecía cuando alguien se cruzaba en su conversación y mi malhumorado hermano se sentía acorralado, dejando escapar sus rabietas contra la pelinegra y ella respondía de la mejor manera posible: con la ironía y el gracioso sarcasmo que la caracterizaba. —Oh... —se asombró ella—. Juraba que Jensen me había dicho que de seguro estarían allí. —¡Sí, de seguro que iremos! —respondí de forma rápida y con un fingido entusiasmo. Esa era la excusa perfecta para descubrir qué era Jensen realmente. Si se trataba solo un tenue parecido con el hombre de la foto o verdaderamente era un asunto que se escapaba de las leyes de la naturaleza y era, en efecto, algo sobrenatural. A esas alturas del juego no me daba mucho miedo lo que pudiera descubrir. Los fantasmas de niñas muertas en mi espejo eran suficientes para curarme de cualquier espanto, y si mi corazón había sobrevivido a aquella montaña rusa de emociones en la que viajaba desde el momento en punto que había puesto un pie en esa ciudad, de seguro podría soportarlo todo. Anna se alegró de que aceptara la invitación y nos dijo que estuviéramos en la mansión temprano en la tarde. Sugerí que podía cocer el pavo así que estaría en su casa sobre las cuatro para ayudar en la cocina en cualquier cosa que pudiera hacer falta. —Solo para advertirte, Helena, Sam y Lachlan nos acompañarán —me dijo la chica antes de despedirse de mí en la puerta del instituto. —No tengo ningún problema —sonreí—. Entre más, mejor. Si solo ella supiera, pensé. Pasé los próximos dos días planeando cuál sería mi primer movimiento, qué cosas llevar y hasta qué punto acercarme a Jensen. No me importaba las otras personas. Solo Jensen… o James… tenía mi indivisible atención. Visité tantas páginas web y leí tantos libros durante aquellos días que a cada segundo me cuestionaba más si continuar con mi nueva aventura u olvidarla por completo. Me preguntó cómo hubiera actuado otra persona en mi lugar y aseguro que, definitivamente no hubiera hecho lo mismo que yo. Huir, esconderme y desentenderme por completo de lo que se ocultaba bajo el velo de la realidad, hubiera sido incluso mejor para cualquier con medio cerebro, pero a la vez era totalmente excitante descubrir el misterio que le rondaba a aquel protector y dulce hombre de amables ojos verdes. Pasé las noches enteras sin dormir buscando todo tipo de información, y luego de mucho replantearme mi propia postura al respecto, me armé con un poco de acónito y muérdago que compré en una tienda de hierbas a las afueras de la ciudad. Según las leyendas locales, la extraña planta de flores violetas debilitaba a los seres sobrenaturales y el muérdago, que siempre era el protagonista de las fiestas navideñas, tenía propiedades igualmente místicas que afectaban el olfato de las criaturas de la noche. Conseguí verbena. Era una planta un poco más pequeña, y aunque en Internet decía que era para alejar a los vampiros, probé mi suerte con ella. Había más de mil criaturas en los bestiarios que había encontrado. Muchas, ni siquiera quería pensar que podrían existir, pero ¿y si así fuera? ¿Y sí, cómo mismo el fantasma de una niña muerta sin ningún tipo de unión a mí me acechaba en mis sueños, todas esas bizarras creaciones podrían ser ciertas? Era impensable, lo sé, pero era una posibilidad que siempre tuve en cuenta. El mundo nuestro está creado de la contraposición de las cosas, la dicotomía contraste de lo bueno y lo malo; la luz y la oscuridad. Sí existían los seres del día, también caminaban entre nosotros aquellos que eran hijos de la oscuridad. Parecía que el tema más recurrente y en el que estaba más preparada era en todo lo referente a los vampiros, pero no podía dejar de pensar que quizás Jensen había sido ese ser que me atacó en el valle. No se me ocurrió que fuera otra cosa y ni siquiera consideré la posibilidad de que no fuera algún tipo de cambiaformas, pero aún así llevé conmigo un zumo de ajo, un pequeño frasco de agua bendita que días antes le había pedido al padre John, de la sacristía y todas las hierbas que había comprado. El bolso que llevaba a casa de Jensen era enorme, pero tenía todo lo que yo consideraba necesario y, a consejo de Veronica, llevé además un botón de una rosa roja salvaje que, según ella, crecía en los alrededores del río. —En Valley City siempre se llevan rosas a nuestros anfitriones. Es una vieja costumbre entregarlas en la puerta —me explicó la extraña tradición pellizcando mis mejillas para que tomaran algo de color cuando se despidió de nosotros en el porche. —Me debes una grande, Elizabeth —me dijo mi hermano colocándose detrás del volante de la camioneta. —Pretendamos que tú no disfrutas pelear con Anna —le dije entrecerrando mis ojos. —Y pretendamos que tú estás cómoda con Sam y Helena —arremetió. —De hecho, estoy cómoda con Lachlan —solté sin pensar. —Típica, Lizzy —dijo rodando sus ojos en blanco en un gracioso ademán. Sabía que nada de lo que me dijera iba a hacerme cambiar de parecer—. Siempre tienes que ir por el peor chico de la ciudad. —¿Creía que Sam era el peor? —recordé su primer aviso cuando conocí al trigueño en la biblioteca. —Connan Lachlan o Sam Fennigan... —enumeraba—. Da igual, Lizzy. Uno es un atrevido y el otro un misterioso. Escoge tú y aún así creo que no terminarás hasta que los tengas a los dos. Tu atracción a los problemas es inconmensurable y, aunque no quieras aceptarlo, a ti te llaman la atención esos dos casi que por igual. Y en eso tenía razón. Ambas suposiciones de su parte habían dado en el clavo. Mi tóxico gusto en hombres era de dominio público en mi familia y con frecuencia terminaba con el corazón roto por mis pobres decisiones. Y ellos dos... Había algo que siempre me hacía orbitar entre ellos dos. Pero ni Lachlan o Sam eran mis verdaderos intereses esa noche. Únicamente, Jensen. Al llegar me esperaba Anna en la puerta. ¿Será posible que ella también estuviera inmiscuida en ese asunto? Me pregunté. No podía tener la guardia baja así que también tenía que vigilarla. Estando como a diez pasos de la puerta principal el rubio que figuraba como su tutor apareció. Habló con Anna al oído y esta enseguida se fue hacia la cocina. Él se quedó esperándome, lo que me cortó un poco la respiración, pero continué caminando y sonriendo como si todo estuviera perfecto. —¡Qué bueno que conseguiste venir! —me dijo tomando el bolso de mis manos y colocándolo sobre la mesa de flores en la sala. —Sí, era aquí o cenar en casa de los Hall —respondí un poco nerviosa, pero forzando la sonrisa. —¿Lista para una Cena de Acción de Gracias en Valley City? —preguntó Helena bajando las escaleras principales de la casa. Llevaba un ceñido vestido verde y su cabello perfectamente recogido. Ella era, de hecho, una mujer hermosa. —No tenía ni idea que la cena era un evento de etiqueta —dije, pues yo llevaba mi natural outfit de jeans ajustados y un maxi abrigo, complementados por unas botas de cuero oscuras. —No te preocupes, no lo es —habló Lachlan asomando su cabeza de la biblioteca de Jensen con un trago en las manos—. Ella solamente quiere ser el centro de atención. —Jódete, Lachlan —estalló Helena mostrándole el dedo del medio y haciendo que el chico le regalara una entretenida sonrisa mientras yo mordía mis labios para no reír. —Espero que no te moleste el caos —me explicaba Jensen mientras me indicaba el camino a la cocina. —Para nada —respondí sin despegar mis ojos de Lach quien se servía otro vaso de whisky—. Es entretenido de alguna forma. ¿No vienes? —le pregunté al chico, pues me dirigía a la cocina para ayudar a preparar la cena. —No —negó él—. No me siento como para mojarme las manos —respondió guiñándome un ojo. —No lo escuches —dijo Jensen apoyándose en mi hombro e hice lo posible por no temblar al tacto—. Tenemos otro par de manos mucho más hábiles que las de él. Sam sacaba el pavo del refrigerador mientras le daba un largo sorbo a una cerveza embotellada. Llevaba el cabello recogido en un moño deshecho, finos espejuelos de armadura metálica en su rostro perfilando su fina nariz y una camisa negra abierta un poco más debajo de sus pectorales, mostrando todo su pecho lleno de tatuajes. Tenía ambas mangas de la misma levantadas hasta los codos. Nunca había visto sus brazos desnudos y cuando vi la tinta que cubría ambas extremidades, la imagen captó mi atención de inmediato. —¿No es lo que te imaginabas? —me preguntó al ver que continuaba observando sus tatuajes. —Nada es lo que imagino en Valley City, Sammuel —respondí correspondiendo a su tono juguetón, pero escondiendo mi rostro. Observé a Jensen con una sonrisa de medio lado que alumbraba su cara mientras lavaba las lechugas de la ensalada. —¿Cocinas? —continuó Sam haciendo un poco de conversación mientras preparaba el pavo para el relleno. —No mucho —dije honestamente—. Pero soy una maravillosa asistente de cocina —terminé encogiéndome de hombros, un gesto que le pareció gracioso, pues sonrió bajando la mirada y se mordió el labio para detenerse. Al mirar detrás de mí, encontré a Helena con una copa de vino en las manos de pie en el umbral de la puerta. Me había prometido a mí misma no inmiscuirme en ningún tipo de drama, por lo que simplemente me limité a continuar preparando los vegetales para la ensalada junto a Jensen. Cuando la chica se marchó, el rostro de Sam se endureció y apretó su mandíbula. Me dio la espalda y continuó su trabajo junto al fregadero, a una considerable distancia de mí. —De hecho, chicos —habló el anfitrión súbitamente—, creo que voy a necesitar que ambos me asistan en una cuestión. Se nos acabó el caldo para el preparado. ¿Lizzy, puedes ir al súper y comprar algunos frascos por mí? Sam puede llevarte... —sugirió, pero antes de que terminara, le interrumpí. —Iré con Lachlan —dije impulsivamente—. Él dice que no se quiere mojar las manos, pero no veo por qué se niegue a cooperar con la cena. —Bien… supongo —asintió Jensen y ante las palabras del rubio, Sam levantó la cabeza traqueando su cuello con una facilidad un poco intimidante. Antes de salir de la cocina, me miró por encima del hombro y sus ojos parecían incluso más verdes de lo normal. ¿Podría él también ser parte de todo eso? ¿Incluso los que no eran miembros de la familia Amell, pero se codeaban con ella, como Lachlan o la propia Helena? Lo averiguaría todo ese día.
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