Capítulo 16: Entrevista con James Smallwood

2134 Words
Me volteé a mirarlo e intenté que mi sobresalto no se me reflejara en el rostro. Él estaba más pálido de lo normal y los ojos le brillaban. Ya no eran del tenue color verde que lo caracterizaba, sino que centelleaban en azul y estaban casi blancos. Las venas debajo de su piel se tornaban de un escarlata y parecían danzar debajo de su epidermis Jensen se veía realmente muerto, un cuerpo sin vida pero que mantenía, aún, una pequeña sonrisa en su escultural rostro. —¿Cómo descubriste qué soy realmente? —preguntó el hombre y los caninos filosos se avistaron en su boca. Los incisivos laterales eran tan puntiagudos como los colmillos que se abultaban debajo de sus rojos labios. Me miraba con esos ojos que parecían dos cuencas vacías en su cara, pero que no se mostraban para nada amenazadores. Parecía como si la sangre no lo tentara en lo absoluto; como si pudiera contenerse sin hacer ningún sacrificio. —El anillo que me regalaste… descubrí que tenía una inscripción. Traté de buscar su significado y descubrí una foto tuya y de tu esposa —le respondí. Como siempre, no me sentí en peligro por él en ningún momento. Muy al contrario, a pesar de su condición sobrenatural me sentí protegida, y aunque estaba en conflicto conmigo misma por aquella mezcla de sensaciones tan contradictorias, descubrir la verdad siempre dejaba un sabor a victoria en la boca. Quería saber todo lo que él me dijera. Un nuevo y misterioso mundo se abría para mi aburrida y monótona realidad. —Entonces, me imagino que tienes miles de preguntas: ¿Qué sucedió con tu esposa? ¿Dónde está tu hija? ¿Quién era ese hombre? ¿Quién te convirtió? ¿Cómo fue? ¿Anna también…? Estoy en lo correcto ¿no es cierto? —me preguntó mientras volvía a la normalidad. Dejé escapar una sonrisa ante sus palabras, pues aquellas eran exactamente las preguntas que estaba formulando en mi cabeza, incluso en ese orden. —Pensé que era un mito eso de que los vampiros podían leer tus pensamientos pero ya veo que también en eso estaba equivocada —contesté, al parecer la habilidad de Jensen, ya había causado efecto sobre mí. —Contestaré todas tus preguntas, pero después que te cubras esa herida. Estás malgastando tu sangre —me dijo apuntando la mancha roja que había dejado en el fregadero. Me trajo unas vendas y me ayudó a lavarme la mano. Aplicó una crema antiséptica y colocando el apósito sobre la cortada, me dejó saber que él era muy diestro en los primeros auxilios. —¿Te asombra? —inquirió en total calma. —No —dije aún intentado disipar mi temblor—. Supongo que debes mantener a tu alimento con vida por más tiempo. Su risa simpática me hizo estremecerme. ¿Qué había dicho mal? —No me alimento de sangre humana o de animales, Elizabeth —se sinceró el vampiro—. Poseo una compañía especializada en el plasma sanguíneo que funciona como mi principal fuente de alimentación. Y mi entrenamiento con los primeros auxilios se debe a que serví como médico en las dos guerras mundiales. Cuando hubo terminado, me invitó a pasar a su despacho donde podíamos hablar con toda tranquilidad y privacidad necesaria. Abrió una botella de burbon y tomó el primer sorbo instándome a iniciar el interrogatorio que tenía preparado. —Puedes comenzar con tus preguntas —me dijo inclinándose en la silla detrás de su escritorio. Dudé un minuto en cuál sería mi primera interrogante pero al cabo de unos segundos de indecisión me llené de valor finalmente para cuestionar lo que era, a mí entender, lo más apremiante. —¿Por qué ella se aparece en mis sueños? —pregunté. Pude ver el rostro de Jensen fruncirse y aunque estaba preparado para esa interrogante, le golpeó un poco cuando la formulé. Sabía que esa sería mi gran duda, y que era más importante que el resto de incertidumbres que tenía. Aquella mujer tenía algo para decirme y no lograba saber qué era. —Para entender la respuesta a esa pregunta, debes conocer la historia completa —dijo buscando por mi permiso y al yo asentir a escuchar su relato, el vampiro comenzó—. Alexandra y yo nos casamos muy jóvenes. Ella apenas tenía veinte y yo solo veinticuatro. Nací aquí, en Valley City y mi familia era una de las más ricas de todo Estados Unidos. La suya era ucraniana y de muy buena posición económica, pero no contaba con el estatus y los privilegios que traía mi apellido. Su padre se hizo socio de la compañía maderera de mi familia y, sin querer, nos enamoramos ella y yo. Era la mujer más bella que había visto en toda mi vida. Alex era natural, sencilla, pero a la vez nueva, refrescante, siempre sonriente y con una mirada penetrante. Sus ojos verdes sabían cómo manipularme y cualquier cosa que ella dijera era como una orden para mí. Cuando Jensen hablaba de ella siempre se emocionaba. Para él era como si estuviese reviviendo su muerte. Esa vez, no se presentó vulnerable ante mí, pero no pudo evitar la nostalgia que se avistaba en sus ojos. —Por amor, y por un poco de interés por parte de nuestras familias, nos casamos poco tiempo después de conocernos. Éramos felices, al menos eso era lo que yo creía y ella me demostraba. Varios años después del matrimonio, Alex quedó embarazada finalmente. Era una niña... una pequeña preciosa. La nombró Isabelle porque era un nombre de reina. Después de que Alex y yo muriéramos, le entregué la niña a mi hermana menor con la seguridad de que podría tener una vida humana que yo era incapaz de darle. Joanne estaba embarazada pero había perdido a la criatura, así que le dije que cuidara bien a Isabelle y que se fuera lejos de mí. Ambas fueron a Inglaterra. «Cuando volví a ver a mi niña, ya era toda una mujer. Tenía treinta y cuatro años y Joanne ya había muerto. La encontré en París con una foto mía y al verme se echó a llorar. Yo era más joven que mi propia hija. Ella tenía ya dos bebés y un esposo en Norteamérica. Me contó que mi hermana le había dicho la verdad acerca de las circunstancias de su nacimiento y no quería morir sin saber que yo vería a mi Isabelle… Jensen no lo pudo soportar más, la presión era demasiado fuerte para él. Estaba serio y aunque su rostro frío de mármol perfecto parecía inamovible, las lágrimas corrían sobre su rostro mientras yo fruncía mi ceño imaginando su dolor. —Es extremadamente duro ser padre, luego hermano, hijo y nieto con el paso de los años. La vi morir y vi a mis nietos también. Uno tras otro fueron rellenando tumbas en el cementerio mientras yo estaba vivo para llorarlos y arrepentirme. Tu bisabuelo era nieto de uno de hijos de mi Isabelle. Tú eres la primera mujer que nace en nuestra línea de sangre luego de ella. —¿Es por eso que me siento cercana a ti? ¿Y por eso me parezco tanto a Alexandra, tu esposa… mi ancestro? —pregunté aún llorando. Sin querer me había encontrado con mi familia. Jensen era mi sangre y por eso siempre trató de mantenerme a salvo. —No te pareces a Alexandra, Lizzy. Quizás en la fiereza de su carácter o en tus cabellos negros, pero cuando te miro a ti, yo veo a mi niña. Veo a esa pequeña que no pude tener a mi lado para poder protegerla de todas las cosas terribles de este mundo nuestro —terminó. Los recuerdos de nuestros encuentros regresaban uno por uno a mi mente en retrospectiva. Todo se esclarecía con sus palabras. Aquella tarde en el cementerio en la que él le llevó las flores a mi mamá, estaba allí para encontrarse conmigo y conocerme. Él me salvó de aquella cosa en el bosque. Siempre estuvo allí. Incluso había sido Jensen quién nos había sacado del auto a mi hermano y a mí en aquel accidente donde Emma murió. —¿Fuiste tú, no es cierto? Él ya había leído mis pensamientos. —No pude llegar a tiempo para salvarla a ella. Fue muy tarde, pero los saqué a ustedes dos —respondió. —¿Pero por qué no lo recuerdo? —pregunté. —Porque te hice olvidar. No era seguro para ninguno de los tres en ese momento —respondió—. Tu hermano, por otro lado, recuerda mucho más porque su mente se niega a aceptar las compulsiones de los sobrenaturales. —En el bosque, aquella noche que ese animal me atacó, tú lo detuviste. Tú sabes que no era un animal común y corriente. Sabes que es un humano ¿no es cierto? —pregunté secándome las lágrimas del rostro. —Solo te diré lo referido a mi vida. Lo demás, lo sabrás a su debido tiempo. Lo siento, pero te aseguro una cosa: hay mucho más que solo vampiros en este mundo, Lizzy —dijo cerrando los ojos y negando en un gesto. —¿Qué sucedió con tu esposa? ¿Por qué se me aparece su imagen? —continué con mi cuestionario un poco más calmada. —Bueno —tomó aire, al parecer esta era la parte interesante de ese relato—. Pocos meses después que Isabelle nació, un viejo amigo mío fue a visitarnos. Estudiamos juntos en Inglaterra y allí nos conocimos muy bien, o al menos eso era lo que yo creía. —¿William Donovic? —me apresuré como siempre. —Sí. Él se quedó en nuestra casa por aquellos días porque venía de visita. Desde que él llegó, comenzaron los asesinatos. Primero era uno a la semana, pero después fueron aumentando desde cortesanas y prostitutas a políticos y duquesas. Nadie sabía lo que sucedía, excepto Alexandra. Él la llevó un par de veces a los burdeles para que viera como se alimentaba de las mujeres que llamaban su atención. Alex aprendió rápido e incluso asesinó a dos o tres siendo humana aún. No sabía ninguna de sus andanzas porque pasé unos días en el sur atendiendo la empresa de mi padre. Cuando regresé, Will ya se había marchado y ella ya era un vampiro. Trató de convertirme varias veces pero no acepté. En cambio, para justificar sus primeros días de convertida y la euforia del momento dijimos que había muerto. —¿Cómo te convirtió a ti? —pregunté. La curiosidad me estaba matando. —Estaba durmiendo. Trató de alimentarse de mí y cuando vio que estaba al punto de matarme tuvo convertirme. También intentó matar a Isabelle así que se la di a mi hermana y le dije que se fuera lo más lejos posible de nosotros. Después le prendí fuego a la casa con ella y conmigo adentro, pero fue inútil. Alex escapó y yo no morí. —¿No la has visto más? —pregunté un poco intrigada. —Sí, la vi una vez estaba en República Checa a principios de 1919. Estaba haciendo lo que mejor sabía hacer: asesinar. Ahora me pregunto qué fue de la muchacha aquella de la que yo me enamoré —comentó. Me vino entonces a la mente lo que Anna me había dicho sobre la Masacre de Znojmo. —¿Alex era Raina Novotná? —pregunté. Jensen respiró profundo, como si hubiera algo que no quisiera contarme. No quería continuar presionando así que le aseguré que ya era suficiente de preguntas por ese día y respeté su silencio. Antes de salir del despacho, su voz me detuvo. —Los vampiros antiguos como Alex y yo tenemos una expresión mucho más fuerte que los neófitos —habló. —¿Expresión? —pregunté con un gesto confundido en el rostro. —Lo que tú llamas poderes, nosotros le llamamos expresión —explicó en un tono taimado—. Nuestros años en esta tierra nos garantizan mayor control sobre nuestra expresión individual. Sí un vampiro te la da mano, puede acceder a tu espacio personal. La puerta de tu vida está abierta para él únicamente con ese gesto de confianza. Los antiguos, por otro lado, no necesariamente tienen que pedir un saludo para llegar a un humano, sino que con un solo roce de sus dedos pueden realizar su expresión en su víctima —sentenció el vampiro haciéndome sentir abismada por su confesión. —No somos otra cosa que presas fáciles para ustedes. —Tú y tu hermano lo fueron para Alex, quién se coló en sus mentes solo con el roce de unas palmaditas en la espalda durante el entierro de tu madre, hace ya más de diez años.
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