El silencio de Inda se había convertido en un reburujo de emociones para Aster Lennox.
Los labios que hacía apenas unos días habían besado ahora lo rechazaran como si de una enfermedad contagiosa él se tratara. —Por favor, Mario, siento que me voy a morir. —Suplicó Aster con los ojos enrojecidos. No había dormido en días después de lo sucedido, sentía que se le iba el alma.
—No cabe duda de que el amor más ridículo e intenso se vive en la adolescencia. —Se mofó mientras ambos limpiaban rigurosamente la fruta que venderían al día siguiente, aunque Aster lo hacía de manera deficiente. —Si vas a trabajar así prefiero que te vayas a llorar a otro lado.
—Usted tiene los contactos, sólo necesito dar con la habitación de Inda, ella tiene que escuchar. —El hombre de mediana edad soltó lo que te
