"Capítulo 2: Impulsiva pasión"

4144 Words
20 años atrás Punto de vista de Aster. Recuerdo que la primera vez que la vi, yo cuando cruzaba la calle en silencio. Ella iba en un auto ostentoso color guinda, su barbilla se encontraba apoyada en el marco de su ventana, tenía la pulsera de un hotel, no era raro recibir turistas en mi ciudad natal, debido a que se trataba de una conocida playa que en temporada vacacional se llenaba de turistas de diversos países. El viento de diciembre, aun cuando hacía calor, hizo que su cabello castaño bailase direccionado hacia mí, fue como si me hubiera llamado diciéndome algo que, en ese entonces, a mis irremediables dieciséis años, no pudiera comprender. Escuché de su mismo auto, (aún en rojo el semáforo), una canción de acústica, ¿Qué era eso? ¿Jazz? ¿Cómo podría reconocerlo? Todavía era muy joven y no me interesaba demasiado por ese tipo de melodías. Cuando sus ojos se fijaron en mí, mi corazón comenzó a latir con una fuerza desenfrenada por una fracción de segundo. —Aster, ¿Ahora qué te pasa? —Escuché entonces la ronca voz del pintoresco Mario con su llamativo sombrero viejo, al igual que su edad, debía tener unos cincuenta en aquel tiempo. —¿Qué? —Pregunté idiotizado. La muchacha había enfocado sus ojos color marrón en mí. Me sentí tan ordinario, casi sucio al compararme con ella debido a que todo mi cuerpo sudaba por pasar día y noche en la calle trabajando, vendiendo fruta, en cambio ella tenía una piel suave, fresca y tersa. Sin estar cerca pude imaginarme su aroma a limpio. —¡Que te van a atropellar animal! —Gritó tirando de mi brazo. Tan pronto como dijo aquello, noté que el hombre que conducía el automóvil de la muchacha limpia y tierna sonaba el claxon malhumorado mientras me veía con ojos de sapo. Me reí en voz alta y me disculpé encogiendo mis hombros, desinteresado de mi vida, que de pronto no valía tanto, viendo, (a como Dios me dio entender), el color de la pulsera que usaba la chica, pues como en el resto de los hoteles, le era proporcionado a los huéspedes para mayor seguridad. —Lo siento, Mario. —Murmuré observando cómo se alejaba el auto de la chica junto con la música sonando más y más a la distancia, terminé de cruzar la calle para llegar a la del malecón, me sentí entusiasmado, aunque ligeramente vacío ante su pronta ausencia. —Tenemos una misión. —Él me miró con curiosidad arrugando la frente, yo sonreí con fuerza, mi corazón no había latido de tal manera nunca y era algo que debía aprovechar, aquella motivación, como un despertar. —Tenemos que encontrar un hotel donde usen pulsera negra. —Dije. —Ahí venderemos hoy, Don, tengo que encontrarla. — ¿Pulsera negra? —Preguntó mirando al cielo, entrecerré los ojos sin creerle aquella actuación malhecha. —Pues aquí, por lo menos, no conozco ningún hotel que use pulsera negra para sus huéspedes, debiste ver mal, muchacho. —Sonrió entonces. —Vente, vámonos, tenemos trabajo que hacer. —Usted conoce todos los hoteles, Mario, por favor dígame que sabe cuál es, no juegue más. —Supliqué entonces sintiendo que mi corazón se oprimía por la ansiedad de no tener por lo menos la oportunidad de verla sólo una vez más. —Pues ya te lo dije, no sé de qué me estás hablando. —Concluyó con un tono lastimero. Suspiré mientras mis hombros se hundieron, ¿Habría sido una ilusión? Con ese calor y yo encontrándome medio deshidratado, por un momento pretendí que así había sido, de otro modo la sensación de desasosiego hubiera continuado. De todos modos ¿De qué se trataba todo eso? Yo no era así, tampoco un romántico, mis prioridades eran otras...Pero aquellos ojos que sonreían hacia mí... Me había derretido en tan sólo unos segundos. Enseguida la ensoñación se convirtió en miedo puro, si con una simple mirada ella me había provocado tanto ¿Qué más podría hacer de mí? El horror me ahogó por un momento y después de sacudir un par de veces la cabeza, tomé las cosas que previamente cargaba para seguir a Mario de nuevo hacia la playa. Apenas un par de horas después ya me encontraba insolado y cansado, habíamos estado en el hotel bahía durante por lo menos cuatro horas, debían ser las cinco cuando me acerqué a Mario ligeramente frustrado, fruncí el ceño y observé con envidia a la gente de alrededor, ellos disfrutaban de sus piñas coladas, y yo, al parecer, tenía que trabajar en vacaciones. —Estoy aburrido. —Se me escapó decir una palabra que parecía ser pecado para él. Me observó con sus ojos negros, y sirvió leche condensada en unas fresas para entregársela a una niña. — ¡Estamos en la playa, hay mujeres hermosas y mira el joven guapo en el que estás convirtiéndote! —La muchacha sonrió ante el carisma de Mario. Siempre me molestó su buena disposición ¿Por qué yo no me podía conformar? ¿Por qué sentía tanta ira de mis circunstancias? Quería más, y no podía ser feliz con nada de lo que se me ofrecía entonces. —Jamás diré que me siento "aburrido" en la playa, y no lo hagas tú. —Me señaló enseguida con una sonrisa pintada en sus dientes blancos. —Sí. —Dije. —Sin embargo, aquí estamos trabajando en lugar de divertirnos como ellos. —Señalé con mi barbilla a un grupo de jóvenes de mi edad jugando voleibol justo frente al enorme edificio de un hotel. —El que quiere se divierte a su manera, y cuando quiera, no necesitas nada más que apreciar lo que tienes, pero tú nunca podrías hacer algo como eso ¿Verdad, amargado? —Se burló entonces, yo rodé los ojos sintiéndome ofendido. – ¡Pollo! ¿No tendrás cambio? —Preguntó volviendo a lo suyo. Suspiré, y me sentí cansado no física, pero sí emocionalmente. Estar ahí me provocaba impotencia de sólo saber que no podía entrar ni siquiera a nadar con las olas altas de aquella tarde, debido a que, como siempre, me encontraba demasiado ocupado. —Tú ponte a vender y si tienes más ganancias que yo, te llevaré al hotel de la misteriosa muchachita de pulsera negra. —¿Entonces sí sabías donde era? —Pregunté cruzándome en brazos, él me miró con seriedad, como si con aquel vistazo me hubiera querido advertir de algo, pero mi esperanza había retornado, ya no era necesario convencerme a mí mismo de que ella era sólo un sueño, no sólo era real, sino que, además, con suerte, la vería. —¿Qué le pongo, bella? —Preguntó sonriendo. La muchacha le dijo algo ilegible para mí, pero él sí entendió, y comenzó a servirle fresas. Supe en ese momento que su silencio hablaba por sí mismo. Vendería más que nadie ese día. Unas horas más tarde, después de vencerlo en ventas, Don Mario, con sus tres canas en la nuca, y el paso firme, caminaba delante de mí. De pronto me sentía acobardado y él estaba (como siempre) valiente y seguro, No es justo, pensé frunciendo el ceño con fuerza. Él estaba con toda calma y yo estaba ahí, sintiéndome morir. Había logrado el objetivo impuesto por Mario. Tal como lo solicitó para cumplir mi capricho de encontrarme con aquel ángel, vendí en la mitad del tiempo la misma cantidad de productos que Don Mario, y este, apenas terminó, comenzó a dirigirse sin hacer más preguntas hacia el hotel de donde provenía la pulsera color negra atada a la muñeca de la jovencita que consiguió que mi corazón latiera de aquella forma tan extraña para mí. —Como se nota que el interés tiene pies ¿No es así muchachito? —Preguntó Mario, sonreí sin negarlo, cuando apreté el paso conseguí alcanzarlo, aunque sostenérselo siempre era difícil debido a que parecía estar a prisa todo el tiempo, era un hombre esbelto y con más condición física de la que yo tenía entonces, había estado en el mundo de vendedores ambulantes toda su vida, tal como yo, y eso le había dado fuerza. Yo sólo esperaba no terminar como él, a pesar del inmenso cariño que le guardaba. —¿por qué lo dice, Mario? —Pregunté sarcásticamente, sintiendo mis pies ser absorbidos por la arena y pasando de hotel en hotel. —Verás, te dije que si vendías bien te llevaría al hotel de tu dulcinea, y te acabaste toda la fruta, incluso un poco de la mía. —Seguido de eso soltó una risa de esas que me contagiaría si no me diera rabia que se burle de mí. —No me malentiendas, eres un buen vendedor, de hecho, el mejor que tengo, por eso te llevo conmigo para todos lados...pero ¿Así como fuiste hoy? Nunca antes. —Lo que digas, don, yo sólo sé lo que quiero y sé cómo obtenerlo. —Concluí mirando hacia el frente, llegar a ella era lo único en lo que pensaba y no pararía hasta escuchar su voz aunque fuera una vez. Sentí enseguida la mirada preocupada de Mario, quise poner los ojos en blanco, pero por respeto decidí no hacerlo. —Cuidado con esa actitud ambiciosa que tienes, chico. —Lo miré con una mueca incómoda. Siempre les había molestado mi firmeza ante todo lo que deseé alguna vez, pero ¿Qué más hubieran esperado de mí? ¿Querer lo poco que ya tenía? No había puta manera. —Desde que tu mamá te traía cuando salías de la primaria, hasta ahora, siempre has sido así. Tan insaciable, te olvidas de lo importante. —¿Usted me habla a mí de cosas importantes, Don? —Supe enseguida que mi tono se había elevado un poco, por lo mismo, sentí la mirada pesada de Mario sobre la mía. Sintiendo repentino desprecio lo miré de arriba hacia abajo. —Vea que la ambición es muy importante. —Estás equivocado. —Respondió negando un par de veces con la cabeza, odiaba mi impulsividad, la manera en la que el enojo enseguida se apoderaba de mí, unas simples palabras lo detonaban todo dentro de mí— ¿y así esperas ser feliz? ¿Ambicionando siempre y olvidándote de lo que ya es importante? —Preguntó. —Las personas que viven en el mañana nunca disfrutan lo que tienen hoy, no estás más que en otro lado, tu ausencia te debilita el alma y si sigues así estarás vacío toda tu vida. —Usted...No lo entendería... —Murmuré pensando en su mediocridad, la manera en la que siempre se había dedicado a lo mismo, pues, a pesar de ser un vendedor brillante, nunca había salido de las playas, y yo no podía soportar que nunca quisiera siquiera intentar abrir un local propio, por pequeño que fuera. Él se había aferrado a su zona de comodidad. Él bufó y detuvo sus pasos. —Claro, muchacho. Tú sabes más. —Rió, al notar el sarcasmo en su timbre de voz, apreté los labios. No sabía por qué, pero me sentía hervir, apreté los puños con fuerza, a punto de decir algo de lo que seguramente me hubiera arrepentido enseguida, Mario se adelantó, por suerte. —Tu dulcinea está aquí. —Miré a mis espaldas un monumental hotel de lo que parecían infinitos pisos, los vendedores ambulantes escaseaban mucho ahí, supuse que los dueños del hotel no se los permiten. La sensación que tuve al contemplarlo era similar a la que tuve cuando vi a aquella joven en su auto, una añoranza tan intensa que de algún modo dolía. Lentamente una sonrisa triste se alojó en mis labios, de nuevo estaba el enojo ahí, escalándome de los pies a la cabeza. —Escúcheme cuando le digo que este hotel va a ser mío, Don Mario. —Enseguida levanté la mano y señalé simplemente con mi dedo índice hacia arriba, en la cima de una de las torres. Antes de poder reaccionar, mi dedo golpeó algo, bajé la mirada para averiguar qué había sido. —¡Ay, tonto! —Escuché una voz vocecilla quejumbrosa. Mi corazón se detuvo enseguida, tuve que parpadear un par de veces antes de reconocerla, antes de darme cuenta de que no era una simple ilusión, de que no estaba poniendo en el rostro de cualquiera el de ella...porque era ella. Me contuve, aunque mi corazón estaba saltando alegremente. Mi emoción disminuyó en medida de que noté que su tierna mirada esta vez no parecía tener nada de tierna. Ella estaba notablemente molesta. Cerré los ojos con fuerza. De todas las personas a las que pude golpear con mi dedo accidentalmente en la frente, me había tocado golpear a la única a la que quisiera tocar de cualquier otra manera. Su linda piel, sus ojos marrones, a la luz del atardecer estoy seguro de que lucían preciosos, pero sólo podía fijarme en su frente brillosa por el sudor. —Lo siento, bonita. ¡Qué vergüenza! —exageré mi reacción sacándole una sonrisa tierna. Noté entonces que iba del brazo con su hermana, o su prima, o lo que fuera, no me molesté en ponerle atención...Porque después de todo...la tenía a ella frente a mí, a mi ángel, un sueño. —Olvídalo... tonto. —Una sonrisa tímida y aún burlona se apoderó de sus ojos y labios, enseguida no pude perder detalle en la manera en la que delicadamente, casi como el movimiento de una hoja caer de su árbol, con cadencia ella movió su mano hasta su frente para tallar la frente, después de dedicarme una ultima mirada, esta vez más fría, finalmente se retiró sin decir más. —Don Mario. —Suspiré con una sonrisa de esas que no se pueden evitar. —Ella será mi esposa. —Si apenas te miró ¿De qué estás hablando? —Su risa no me hirió en ese momento, porque yo estaba seguro. —Vente, ya te cumplí tu capricho y la niña ya se fue ¡A cenar que se hizo tarde! —Sentenció finalmente, no pude reaccionar enseguida debido a que mientras que la sonrisa embobada se encontraba petrificada sobre mis labios, ella me lanzaba pequeñas miradas desde su hombro mientras reía juguetona con la otra jovencita. No me rendiría, no si era posible averiguar su nombre. Pasaron dos días antes de que regresara con ella al mismo hotel muriendo de fe porque no se hubiera ido aún. Pasé toda esa tarde solo, Don Mario estuvo en unas playas lejos de la mía, yo tuve que ser sigiloso por el hecho de que, efectivamente, guardias del hotel revisan constantemente que vendedores como yo no estuviéramos merodeando. No me interesaba vender, me interesaba ella. Contrario a lo que había imaginado, aquella gente que vacacionaba en el costoso hotel a las afueras de la ciudad sí quería comprar mi fruta, supuse entonces que seguramente dentro del restaurante del complejo vacacional excedían los precios de todo, aprovechando la distancia entre el resto de las tiendas y restaurantes. Durante esos días que pasé ahí, buscando infructuosamente los ojos marrones que me cautivaron, conseguí el doble de dinero que había ganado en la ruta que seguía normalmente. Hablaría con Don Mario sobre eso, ¡Estábamos perdiendo el tiempo en las rutas de siempre! De todos modos, en ese momento estaba consiguiendo las dos cosas más importantes en mi futuro a largo plazo: éxito económico y la posibilidad de ver a ese ángel. Por algo me había estado matando en la escuela durante años, a la par del arduo trabajo para ahorrar un futuro en la universidad privada de mi ciudad, para estudiar negocios internacionales. Aunque para ello faltaba mucho. —Aquí tienes, belleza. —Le entregué a una señora fruta bañada en salsa picante; me dio unas monedas que guardé con familiar agilidad, mientras a la distancia noté que más clientes se acercaban, enfocado en ponerme de nuevo los guantes de plástico. — ¿Qué te doy, luz? —Cuestioné sin alzar la vista todavía. —¿Por qué me dices luz si mi nombre es Inda? —Preguntó una voz femenina, alcé mi vista y sentí calor de mis pies hasta la cabeza subir como un incontenible hormigueo, casi doloroso, demasiado intenso para mí. Había estado con el riesgo de ser detenido toda esa tarde por estar en propiedad privada para ver esos bonitos ojos una vez más, y maldita sea, valió la pena. —Inda no es ni siquiera un nombre común, en cambio luz... Como la luz que tiene en esos ojos bonitos, ¿ves? —Sonreí, ella me miró extrañada. Aunque procuré mantener mi rostro tranquilo, por dentro me estaba muriendo, podía notar el rechazo que ella sentía hacia mí desde ya, sin embargo...Inda era su nombre y eso era lo que más me importaba. —No me agradan los aduladores. —Mi sonrisa se borró lentamente como si sí me hubiese herido, aunque lo cierto era que sólo me había puesto nervioso. Pretendía hacerla sentir culpable por su frialdad, con ello conseguiría más de alguna cosa: averiguar su personalidad ¿Sería el tipo de persona que se sentiría culpable o simplemente le importaría un comino mis emociones?, y por otro lado, con suerte conseguiría la forma de contactarla de nuevo, manipulando un poco la situación. —Obviamente estoy bromeando. Pero eso tú ya lo sabes. —Lo último que dijo me dejó helado, pero al mirar la fila detrás de mí decidí enfocar mis ojos al resto de clientes. Señalé con mi dedo todas las frutas a mi alcance, una mujer de mediana edad me señaló en un vaso mediano piña y coco, asentí con la cabeza y comencé a servirlo con dificultad, ya que todo mi cuerpo estaba temblando. Me hacía sentir humillado que ella notara mi nerviosismo, pues por aquella sonrisilla en sus labios podía ver que claramente se había dado cuenta. —Así que crees que te estoy manipulando, luz. —Acerté con los ojos enfocados en la fruta, pues de verla a ella, seguramente terminaría por derretirme. —De tus labios salió lo que sabes que estás pensando. —Con ese carácter nuestros hijos no van a ser contestones jamás, pensé. Sonreí y negué un par de veces con la cabeza ante mis ideas tan alejadas de la realidad, por lo menos la que vivía en ese entonces. —Vine aquí...No necesariamente por fruta. —Dijo ella y casi al momento un señor con sobrepeso, un bigote castaño y lentes oscuros sin camisa se acercó, muy inclinado a Inda, al notar el rostro incómodo en ella, mi semblando cambió por completo, apreté los labios hasta que se convirtieron en una línea, él retrocedió enseguida. —¿A cuánto? —Abrí los ojos de par en par al notar que ese grandulón e intimidante hombre en realidad tenía una vocecilla casi como la de un infante. Enseguida, por inercia, miré a Inda, ella con una carita risueña, me contemplaba conteniendo una carcajada —A quince, señor. —Él asintió y me entregó un billete pequeño más una moneda. —Dame dos. —Tuve que comportarme profesional, pero era tan difícil con Inda riendo bajito, su tierna alegría era contagiosa, aunque fuera por burlarse de la condición de un hombre, cosa que normalmente no me hubiera causado gracia. La voz de ese hombre era hilarante para cualquiera que lo escuchara. Los serví después de cortar los mangos con rapidez y habilidad que adquirí a través de los años. —Aquí tiene, que tenga buena tarde. —Dije forzando mi seriedad. Él alzó los vasos hacia mí en señal de agradecimiento. Como se fue, Inda y yo reímos con fuerza y sin parar, no pude ignorar la facilidad con la que congeniamos, con la que nos agradamos. Dios, la tenía en un pedestal y quería que se quedara ahí siempre. —Ya te has ganado mi respeto. —Dijo entre risa y risa. Observé mientras tanto su cuerpo delgado, pero no demasiado, en un bikini rojo junto con ese short de mezclilla. —El hecho de que no te hayas reído te da un punto por madurez ¡Impresionante! Es decir, su voz era simplemente... —Ella me miró y enseguida sus pómulos enrojecieron. — ¿Estoy siendo cruel? Es que tiendo a ser imprudente. —Agregó avergonzada, sonreí sin dientes hacia ella y ladeé la cabeza. —¿Cuánto tiempo estarás aquí, luz? —Volví a lo que era importante para mí, ella terminó de reír y se reincorporó. —Me quedan dos semanas. Bueno, una semana y tres días. —Mi corazón de encogió un poco, pero lo vi como una oportunidad. Era suficiente tiempo para llegar a ella, para conocerla, tener manera de contactarla...Además parecía haberle agradado ¿Verdad? La inseguridad de nuevo llegaba como un invitado incómodo a mi cabeza. ¿Por qué le agradaría alguien como yo? —Es mucho tiempo. —Externé alzando ambas cejas —Cuando llegamos a salir de vacaciones en mi familia son dos días...A lo mucho tres. —¿Para qué viajar si vives en el paraíso? —No pude evitar notar que se trataba de una joven apasionada de la vida, se expresaba con el cuerpo entero, señalando con manos, rostro y ojos todo lo que la rodeaba. — ¡No me distraigas más! Venía a decirte algo. —Me regañó y yo sonreí. —No fui yo. —Dije. —Fue ese Don Juanito que vino a comprar. —Agregué haciendo mi mayor intento de una voz aguda, parecida al del hombre. Ella rió bastante fuerte alzando su cabeza al cielo hasta que terminó sobando su estómago, finalmente al cabo de unos segundos suspiró y me contempló con aquellos ojos marrones espectaculares. — En fin, niñito. —Se puso seria repentinamente. —Vine porque has sido hasta hoy mi más implacable acosador, y quiero saber a qué se debe. Te he visto tres veces por la ciudad. —¿Acosador? —Pregunté entonces en un tono ofendido, mi corazón latía con fuerza al no poder distinguir si sólo bromeaba o si realmente me consideraba uno, la idea de que ella me viera como alguien malo era aberrante, pero ¿Por qué? — Inda, deja de leer novelas raras que te revuelven la mente. —Ninguna revoltura de mente, sé que te he visto y ya no se me hace coincidencia, además de que una tiene que enfrentar sus problemas de cara. —Agregó poniendo los puños sobre sus costados, alcé una ceja. —No puedo creer que me llamaste "problema". —Negué con la cabeza. —Una cosa es que alguien te busque y otra muy diferente que las circunstancias se den, yo qué sé, destino. Tú eres mi destino o yo el tuyo, así lo indica todo. —¿Y no es lo mismo? —Preguntó, de repente un brillo de curiosidad había picado en sus ojos y me sorprendieron mis ganas de querer impresionarla. —No. —Ella me contempló con curiosidad, por lo que me apresuré en explicarle. —Tú, Inda, tienes siempre opciones y tú o yo decidimos si tomamos lo que el destino nos está dando o no. Así que, bien puede ser mi destino porque yo sí lo quiero y yo no el suyo porque tú lo rechazas. —Ella asintió. Cerré la caja de vidrio donde mantengo fresco mi fruta y me subí a la bicicleta que lo lleva. —Y eso lo cambia todo ¿sabes? Las decisiones que tomas te llevan a diferentes escenarios, diferentes destinos. —¿A dónde vas? —Preguntó rápidamente. —Mi jornada terminó. —Sonreí. Ella asintió de nuevo, la había dejado confundida y eso me encantaba, necesitaba mantenerla atenta, curiosa. —¿Cómo te llamas? —sentí mi corazón desenfrenado. Suspiré y miré sus ojos. Noté por primera vez ese bonito lunar que lleva cerca del labio. —Aster. —Sonreí en señal de presentación. —Espero verte pronto de nuevo, Inda. —Ella me contempló con sus ojos de venado y no dijo nada, parecía asustada, aunque emocionada y eso era suficiente. Tragué saliva intentando ignorar mis pensamientos negativos, ¿Y si sólo estaba asustada? Comencé a conducir mi bicicleta, dándole la espalda, mi ceño comenzó a fruncirse cada vez más ante la posibilidad. ¿La asusté? ¿Por qué? Me preguntaba tragando saliva. No voy a volver si me tienes miedo, Inda, continué con mis pensamientos. — ¡Hasta mañana, Aster! —Aquellas palabras, como una bocanada de aire fresco, calmaron mis pensamientos, me detuve un segundo simplemente para saborear su voz en el aire. Asentí sin voltearme, finalmente pude irme con una felicidad que se desbordaba de mi pecho
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD