Gabriel estaba arreglando por enésima vez la pajarita de su esmoquin, su hermano se acababa de ir por un trago, porque el hombre ya no podía mantenerse sin una copa de licor en sus venas.
Sus manos estaban un poco temblorosas y la ansiedad era un poco extraña, nunca había sentido eso, pero supuso que era por que los minutos estaban contados.
La puerta de su habitación se abrió y creyó que sería su padre, estaba esperando que su viejo con el que tenía una relación tan fragmentada viniera a darle los mejores consejos para mantener y tener un matrimonio tan próspero como el de sus padres.
Pero no era su viejo.
El color del vestido era precioso, sin duda su favorito, la tela era de todo su gusto y la caída le daba un aire demasiado elegante.
El pelo caía en una perfecta cascada y el
