Capítulo 41

1960 Words
Samuel No podía evitar sentir una sensación de triunfo al haber capturado a Orión. Todo había sido gracias a Adriana; ella me había liberado de la mazmorra donde mi hermano me había encerrado y, durante nuestra huida, lo encontramos vulnerable y solo. Una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar. Él había sido tan tonto, tan descuidado. Me encontraba en mi habitación, sumergido en el placer que proporcionaban dos lobas que compartían mi cama, cuando Adriana irrumpió en la habitación. Su expresión estaba cargada de furia, sus ojos brillaban con una intensidad fría y peligrosa. —¿Qué sucede? —pregunté con calma, tratando de mantener la compostura a pesar de su entrada abrupta. Las lobas a mi lado se tensaron, claramente intimidadas por la presencia de la vampira. —¡Los Alfas están reuniéndose! —exclamó, su voz cargada de urgencia y enfado. —¡Tus juegos aquí no son lo importante ahora! Debes actuar antes de que se organicen contra nosotros. Era típico de Adriana, siempre tan centrada en la estrategia y el poder. Aunque era mi compañera predestinada por la Luna, nuestras personalidades a menudo chocaban. Ella no comprendía mi desdén por Orión, ni mi deseo de reclamar a Octavia como mi compañera elegida. Para mí, era más que una cuestión de poder; era personal. —Tranquilízate, Adriana, —dije, deslizándome fuera de la cama y poniéndome de pie. —No subestimes mi plan. Tener a Orión en nuestro poder es una ventaja, pero también debemos ser astutos. Adriana frunció el ceño, claramente insatisfecha con mi respuesta. —Samuel, no puedes ignorar esta amenaza. Los Alfas unidos podrían ser un problema. Deberíamos atacar ahora, aprovechar la confusión. Sus palabras tenían sentido, y una parte de mí sabía que debía escucharla. Sin embargo, había otra parte, una más oscura y vengativa, que quería jugar un poco más con mi hermano y con los demás Alfas antes de hacer mi siguiente movimiento. —Está bien, —dije finalmente, después de un momento de reflexión. —Prepararemos un ataque. Pero será a mi manera. Y respecto a Octavia... —hice una pausa, dejando que la implicación de mis palabras colgara en el aire. Adriana me miró con una mezcla de frustración y resignación. —Como desees, Samuel. Pero no tardes demasiado. No subestimes a tu hermano, ni a los Alfas que están de su lado. Asintiendo, me dirigí hacia la puerta de la habitación, dejando atrás a las lobas y a una Adriana aún inquieta. Ella, con su ira apenas contenida, me siguió fuera de la habitación. —Usa a tus lobos para atacar. No dejaré que dañes a mis hijos en tu pobre intento de obtener a Octavia como premio, —dijo, su tono lleno de asco y celos al mencionar su nombre. La furia se apoderó de mí. —¡No son tus hijos, Adriana! —le grité, apuntándola con el dedo acusadoramente. —Son humanos transformados, ¡y gracias a mí los tienes! —le gruñí, mi paciencia agotándose rápidamente. —¡Tú no hiciste nada! ¡Eres un niño pequeño incapaz de hacer algo por ti mismo! —me gritó ella a su vez, mostrándome los colmillos en una clara amenaza. En un instante, la sujeté con fuerza del cuello, mis garras extendidas, y la empujé contra la pared. —Tú eras basura humana antes de mí, —siseé, presionando mis garras contra su cuello. —Gracias a mí eres poderosa, pero no te olvides que, así como te creé, te puedo destruir. Su mirada, mezcla de miedo y furia, se encontró con la mía. —Sí, Alfa, —logró decir con dificultad antes de que finalmente la soltara. La tensión entre nosotros era innegable. Los vampiros y los lobos éramos enemigos naturales, una enemistad profundamente arraigada en nuestros orígenes. Antes, las criaturas de la noche eran temidas y respetadas, hasta que una deidad decidió castigar duramente a esas criaturas, limitando su poder y su influencia. A pesar de nuestras diferencias y nuestra naturaleza antagónica, Adriana y yo compartíamos un objetivo común. Sin embargo, estaba claro que nuestra alianza era frágil y complicada, llena de poder y peligro. Con ella a mi lado, sabía que teníamos el potencial para lograr grandes cosas, pero también era consciente del filo de la navaja sobre el que caminábamos. —Prepara a los vampiros, —dije finalmente, recuperando mi compostura. —Y deja que yo me encargue de los lobos. Nuestro momento para atacar se acerca. Adriana asintió, todavía recuperándose de mi agarre, y se alejó para cumplir con mis órdenes. Yo me quedé allí, reflexionando sobre el poder que tenía en mis manos y los planes que debía ejecutar. Caminé con paso decidido hacia mi oficina, donde sabía que mi Beta, Ría, me estaría esperando. Al entrar, la encontré de pie junto a la ventana, su figura envuelta en sombras. Su presencia siempre llevaba un aire de misterio, y sus palabras a menudo tenían un tono enigmático que reflejaba su naturaleza de bruja. —Algo está pasando, Alfa. Las sombras susurran traición... —dijo, su voz baja y llena de un presagio oscuro. Frente a su advertencia, esbocé una sonrisa arrogante. —Vamos, Ría, nadie sería tan tonto como para traicionarme, —respondí con suficiencia. Aunque valoraba su intuición y sus habilidades, a veces su inclinación a las supersticiones me parecía exagerada. Sin embargo, Ría no parecía convencida. —Las sombras no mienten, Alfa. Son los ojos y oídos de lo oculto, —insistió, pero yo ya había decidido pasar al siguiente asunto. —Ignoraré las sombras por ahora. Llévame a ver las 'creaciones' de mi estúpida compañera, —dije, usando un tono de desdén al referirme a Adriana y sus vampiros transformados. A pesar de mi relación con ella, nunca había aceptado del todo su obsesión por expandir nuestras filas con esos seres. Ría asintió, aunque su expresión mostraba una mezcla de preocupación y resignación. Salimos de la oficina y nos dirigimos hacia las mazmorras, donde Adriana había estado trabajando en sus experimentos. A medida que nos adentrábamos en los corredores más oscuros del castillo, podía sentir el cambio en la atmósfera: un frío penetrante, una sensación de muerte y desesperación. Finalmente, llegamos a una cámara subterránea donde Adriana había establecido su macabro taller. Las criaturas que había transformado estaban encadenadas a las paredes, sus ojos mostrando una mezcla de hambre y locura. Adriana estaba allí, supervisando a sus vampiros con una mirada de satisfacción. Observé a las criaturas, sintiendo una mezcla de repulsión y curiosidad. Eran herramientas, nada más, pero herramientas poderosas. —Bien hecho, Adriana, —dije, aunque mis palabras carecían de verdadero entusiasmo. Ella me miró, sus ojos brillando con orgullo. —Están listos para servirte, Alfa. Son fuertes, rápidos y letales. Asentí, contemplando las posibilidades que estos seres representaban. —Los usaremos para nuestra ventaja, —declaré, ya planeando cómo podrían encajar en mi estrategia. Mientras salíamos de la cámara, una parte de mí recordaba las palabras de Ría. 'Las sombras susurran traición...' A pesar de mi desdén, decidí estar alerta. En este mundo de poder y oscuridad, la traición podía venir de donde menos se esperaba. —Iré a visitar a mi prisionero favorito, —anunció Adriana, una sonrisa maliciosa adornando su rostro. Era obvio a quién se refería. Sabía que había estado involucrándose con mi hermano, aunque dudaba seriamente que Orión participara en ello voluntariamente. —Ten cuidado con él, lo necesito vivo, —le advertí, mi voz un gruñido bajo dirigido hacia ella. A pesar de mi desprecio por Orión, su supervivencia era crucial para mis planes. Una vez que Adriana se alejó, Ría y yo nos dirigimos a la sala de conferencias de la casa de la manada. Allí, en la penumbra de la sala, comenzamos a discutir nuestras estrategias para llegar a las Tierras Sagradas. Nuestro objetivo era claro y audaz: exigir el poder que nos había sido robado hacía mucho tiempo y, si era necesario, enfrentar a la Diosa Luna misma. —La Diosa Luna ha mantenido el equilibrio durante demasiado tiempo, —dije, desplegando un mapa antiguo sobre la mesa. —Es hora de que ese poder pase a manos más merecedoras. Ría asintió, su mirada fija en el mapa. —Las Tierras Sagradas están protegidas por encantamientos antiguos y guardianes poderosos. No será fácil llegar hasta la Diosa. —Lo sé, —respondí, estudiando el mapa. —Pero tengo un plan. Utilizaremos las habilidades de tus hechizos combinadas con la fuerza de los vampiros y los lobos. Nada nos detendrá. Ría comenzó a señalar ciertos puntos en el mapa, explicando posibles rutas y obstáculos. A medida que la discusión avanzaba, me sumergí en los detalles de nuestra inminente conquista. No solo buscaríamos el poder de las Tierras Sagradas, sino que también desafiaríamos a la misma deidad que había dictado las reglas durante tanto tiempo. —Y una vez que tengamos el control, —continué, —reformaremos este mundo según nuestras reglas. Un nuevo orden donde los lobos y los vampiros reinarán juntos bajo mi liderazgo. Ría me miró, su expresión era una mezcla de admiración y temor. —Será el comienzo de una nueva era, Alfa. Una era de oscuridad y poder. La idea de tal dominio me llenó de una sensación de anticipación y poder. Con cada palabra y cada plan, me sentía más cerca de alcanzar ese destino que tanto había anhelado. Orión, la Diosa Luna, y cualquiera que se interpusiera en mi camino serían solo obstáculos a superar en mi ascenso al poder absoluto. El repentino borrón dorado que se detuvo frente a mí era Adriana, su semblante era el de alguien completamente desquiciada. —¡No está! —dijo con los dientes apretados, la furia burbujeando en cada palabra. —¡Tu hermano ha escapado! Me quedé paralizado por un instante, mi mente luchando por procesar la noticia. Lentamente, mi mirada se dirigió hacia Ría, quien me observaba con una expresión de severidad. —Te lo dije, —dijo simplemente, su tono indicando que había anticipado este giro de los acontecimientos. Sin perder un segundo más, salí corriendo de la sala de conferencias y me dirigí a toda velocidad hacia las mazmorras. Al llegar, me encontré con la inquietante realidad: no había señales de Orión, ni siquiera un solo guardia caído. Era como si se hubiera evaporado en el aire. La frustración y la ira hirvieron dentro de mí. —¡Haz sonar la alarma y que busquen en toda la ciudad, ya mismo! —le grité a los guardias más cercanos. —¡No puede estar lejos! Los guardias se apresuraron a cumplir mis órdenes, y el sonido de la alarma comenzó a resonar por todo el territorio. Cada segundo que Orión estuviera libre era un segundo que podría usar para fortalecerse y contraatacar. Me volví hacia Adriana, cuya rabia parecía igualar la mía. —Encuentra a Orión, —le ordené con una voz que no admitía réplica. —Y asegúrate de que no vuelva a escapar. Ella asintió, su rostro un retrato de determinación mortal. —Lo encontraré, Alfa. No descansaré hasta que esté de vuelta en nuestras manos, —afirmó con una convicción que me dejó claro que estaba tan comprometida como yo en esta caza. Mientras los guardias y Adriana se movilizaban, me quedé de pie en las mazmorras vacías, contemplando los planes que se desmoronaban a mi alrededor. Pero no me rendiría. Orión era solo una pieza más en el juego de poder que estaba jugando, y no permitiría que su fuga pusiera en peligro mis ambiciones. Con una resolución fría, salí de las mazmorras. Era hora de preparar el siguiente movimiento, de adaptar mis estrategias para enfrentar este nuevo desafío. Orión no me detendría; nada lo haría.
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