Capítulo 22

1731 Words
Lucien Con manos ligeramente temblorosas, saqué el arma de la cintura de mi pantalón y apunté al domador. Luego, volví la mirada hacia Octavia, que estaba a unos pocos pasos de ellos, mirándome. Le hice un gesto afirmativo con la cabeza para que supiera que la estaba cubriendo. Con una mano, le indiqué que esperara un momento. Apunté nuevamente al domador y disparé directamente a su cabeza. La bala lo dejaría inmóvil en el suelo durante un buen rato. Al oír el golpe sordo de su cuerpo cayendo, un escalofrío me recorrió la espina dorsal. El Umbra, alarmado, se puso de pie, buscando entre los árboles con sus ojos salvajes y desorientados. En ese momento crucial, Octavia emergió de detrás de él y clavó su espada en su costado. La criatura, con un grito que retumbó por el bosque, se retorció violentamente hasta liberarse de la espada y lanzó a Octavia unos cuantos pasos atrás con un movimiento brusco. Al verla levantarse con la espada en mano, un suspiro de alivio escapó de mis labios. Corrí hacia donde estaba ella, buscando oportunidades para atacar desde los flancos. Cada movimiento era un cálculo, intentando distraer al Umbra de su enfoque en Octavia. En un momento de pura adrenalina, la criatura se lanzó hacia Octavia, pero ella, con una agilidad impresionante, respondió con un giro rápido, deteniendo la embestida con su espada. Con una determinación férrea, clavó la hoja en la criatura, cortando su piel oscura y revelando una luminiscencia rojiza en su interior. El combate fue feroz, un baile de muerte bajo la luz de la luna. Finalmente, entre esquivas gráciles y cortes certeros, logramos repeler al Umbra Bestial. La criatura, herida y desorientada, retrocedió entre las sombras, dejándonos respirar aliviados en la quietud de la noche. Octavia y yo, agotados, intercambiamos una mirada de complicidad y respeto. Su espada, que brillaba bajo la luz de la luna, estaba ahora manchada con la esencia oscura del monstruo derrotado. —Tenemos que matarlo —dijo Octavia con determinación, su respiración aún agitada por la lucha. En ese momento, mi atención se desvió hacia el domador, quien comenzaba a mover los dedos. Un escalofrío me recorrió al verlo. —Primero debemos ocuparnos de él, cielo —dije, tomando la espada de sus manos con decisión. Giré la espada en mis manos y me acerqué al domador en cuanto abrió los ojos nuevamente. Sus ojos de color sangre se clavaron en mí con una intensidad perturbadora. Frunció los labios, revelando una sonrisa retorcida y mostrándome sus afilados dientes. En ese momento, sentí una mezcla de miedo y determinación, sabiendo que debíamos actuar rápido para poner fin a esta amenaza. —Hoy no te toca comer, hijo de puta —murmuré con una determinación fría, clavando la espada en su garganta con un movimiento decisivo. Utilicé la palanca para arrancarle la cabeza del cuerpo con un giro brusco. El sonido grotesco de la separación resonó en la quietud del bosque. En cuanto se separó, le devolví la espada a Octavia, saqué un mechero de mi bolsillo y le prendí fuego al cuerpo y a la cabeza. El cuerpo ardió al instante, y el ambiente se llenó con el olor nauseabundo de la criatura. Me tapé la boca y la nariz con el brazo, tratando de bloquear el hedor, mientras esperaba a que ambas partes del domador se consumieran. Escuché a Octavia vomitar detrás de mí, el sonido crudo y doloroso, pero no me aparté del cuerpo hasta que no quedó más que cenizas. La vida en el bosque volvió gradualmente con sus sonidos de insectos y animales pequeños, indicando que el peligro ya había pasado. Cuando la última llama se apagó, me di la vuelta y vi a Octavia sentada en un claro, con la mochila abierta a un lado. Estaba limpiando su espada con un paño, sus movimientos mecánicos, casi como un ritual para recuperar cierta normalidad. —¿Estás bien, cielo? —Me acerqué a su lado y me senté, observándola con preocupación. —Deja de llamarme así —gruñó ella, deteniendo la limpieza de la espada. Su rostro reflejaba una mezcla de frustración y vulnerabilidad. —Yo... Yo estoy bien. —Sé que algo te está molestando, Octavia —dejé el apodo en el aire, consciente de que no lograría nada si ella se enojaba y dejaba de hablar. Mi tono era suave, intentando ofrecer un espacio seguro para que se abriera. —Todo esto es una locura. Hasta hace unos meses, solo debía preocuparme por qué estudiar en la universidad. Luego tuve que aprender a vivir una vida nueva, sin mis padres y con una loba, y ahora esto. Siento que he vivido toda mi existencia en una burbuja —la tristeza resonaba en su voz, sus palabras estaban impregnadas de un dolor profundo y una sensación de pérdida abrumadora. —Los humanos desconocen la existencia de otras razas, y no entiendo cómo llegaste a desconocer esta vida si eres una loba —expresé mi confusión, mi voz llena de curiosidad y preocupación. La miré, tratando de comprender quién era ella realmente y cómo podía desconocer toda esta realidad, una realidad que parecía tan intrínseca a su ser. Ella me miró, sus ojos reflejando una mezcla compleja de emociones. Era evidente que su historia era una llena de descubrimientos y desafíos, y en ese momento, me di cuenta de que, a pesar de la lucha feroz en la que acabábamos de participar, había otra batalla que se libraba dentro de ella, una batalla por comprender su propia identidad y lugar en un mundo que era mucho más vasto y misterioso de lo que jamás había imaginado. Era evidente que su historia era una llena de descubrimientos y desafíos, y en ese momento, me di cuenta de que, a pesar de la lucha feroz en la que acabábamos de participar, había otra batalla que se libraba dentro de ella, una batalla por comprender su propia identidad y lugar en un mundo que era mucho más vasto y misterioso de lo que jamás había imaginado. Me di cuenta de que, a pesar de la lucha feroz en la que acabábamos de participar, había otra batalla que se libraba dentro de ella, una batalla por comprender su propia identidad y lugar en un mundo que era mucho más vasto y misterioso de lo que jamás había imaginado. Octavia terminó de limpiar su espada y dejó las cosas a un lado. Se recostó en el pasto, mirando al cielo. Bajo la luz de la luna, se veía hermosa, un tenue brillo sobre su piel la hacía parecer inalcanzable, como una estrella o una diosa de un mundo antiguo. Soltó un suspiro cansado, que parecía liberar parte del peso de sus hombros. —Mi hermana y yo fuimos secuestradas de niñas, algo pasó y mis padres humanos nos encontraron en el bosque. No sabíamos que éramos lobas hasta que cumplimos los 18. A partir de ahí, todo ha sido una montaña rusa —habló con una lentitud pensativa, como si cada palabra fuera una revelación que luchaba por salir. —Y ahora estás aquí descubriendo más sobre este mundo. Entiendo —dije, y realmente la entendía. Había visto demasiado en mi vida y comprendía lo abrumador que debía ser para ella enfrentarse a esta nueva realidad. —Lo estás haciendo bien, Octavia, un día a la vez. Ella se sentó de nuevo, y su mirada se clavó en la mía. El agradecimiento brillaba en sus ojos, y por un momento, sentí que nuestra conexión iba más allá de las palabras. —Un día a la vez —repitió, asintiendo con una nueva resolución en su voz. Nos miramos en un silencio cómodo, una complicidad que parecía bailar entre nosotros, hilando una conexión profunda de lo que las palabras podrían describir. —Debemos continuar —sugirió luego, parándose y colocándose la mochila en la espalda. Envainó su espada con un movimiento fluido y me tendió la mano para ayudarme a levantarme. —¿Me vas a decir qué buscas en las Tierras Sagradas? —No pude evitar preguntar. Sabía que mi propio viaje estaba impulsado por una sed de venganza, pero ¿qué la movía a ella? —Algún día —fue su única respuesta, un velo de misterio envolviendo sus palabras. Caminamos el resto de la noche por el bosque, utilizando el mapa para orientarnos con la brújula y las estrellas. Octavia demostró ser muy inteligente, guiándonos con una habilidad que me sorprendió más de una vez. Mientras avanzábamos, me di cuenta de que cada paso nos acercaba más no solo a nuestro destino, sino también el uno al otro, tejiendo una historia que estaba apenas comenzando a desplegarse en la inmensidad de la noche estrellada. —¿Aprendiste en el mundo humano a orientarte así? —Pregunté, mi curiosidad ya transformada en una fascinación sincera. —A mis padres les gustaba la aventura, viajábamos cada vez que podíamos y nos enseñaron supervivencia —respondió con una sonrisa en sus labios. Era la primera sonrisa genuina que le había visto, y su efecto en mí fue inmediato, dejándome un calor reconfortante en el pecho. —Deben estar muy orgullosos de ti —murmuré, casi sin pensar. —Eso espero —dijo ella, bajando la cabeza ligeramente, su voz cargada de una melancolía sutil. Estar con Octavia era un riesgo constante. Me encontraba perdiéndome en cada detalle de su ser: sus miradas, el sonido de su voz, el movimiento fluido de su cuerpo, cada respiración. Todo en ella me desconectaba de mi entorno, atrapándome en un torbellino de sensaciones y emociones que me hacían olvidar todo lo demás. Si hubiera llegado antes a su vida, esa era la única idea que rondaba mi cabeza. Ella estaba marcada por su compañero, enamorada o no, él la poseía ahora. Y, en lo más profundo de mi ser, solo podía albergar el deseo secreto de que ese Alfa estuviera muy muerto ya. Esta idea, aunque egoísta, era un reflejo de los sentimientos que había empezado a desarrollar por ella, una mezcla compleja de admiración, deseo y un incipiente sentimiento de posesión que luchaba por surgir en mi interior. Era un territorio desconocido y peligroso para mí, pero a cada paso junto a ella, me sentía más inmerso en su mundo, un mundo que desafiaba todo lo que había conocido hasta ahora.
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