Capítulo 25

1905 Words
Orión —¡Alfa! Despierta Alfa —la voz urgente de mi guerrero me sacudió, arrancándome de la oscuridad densa y abrumadora en la que estaba sumido. La sensación de haber estado flotando en un vacío sin fin se desvanecía lentamente. Me habían dado una gran dosis de acónito, y el veneno aún latía dolorosamente en mis venas, haciendo que cada respiración fuera una lucha. —¿Qué ocurre? —Pude balbucear con esfuerzo, moviéndome sobre la punta de mis pies. Mis manos seguían atadas al techo, y cada pequeño movimiento enviaba oleadas de dolor a través de mis brazos y hombros, agudizando el dolor en mis huesos. —Diosa santísima, has dejado de respirar por un momento... —Exhaló él un suspiro aliviado, y pude escuchar en su voz una mezcla de temor y alivio que resonó en el aire cargado de la celda. Cada vez que el peso de mi sufrimiento amenaza con arrastrarme hacia el deseo de un descanso eterno, la imagen de Octavia surgía como un faro, reavivando mi voluntad de luchar. La idea de que ella pudiera ser quien me devolviera a la vida, o me matara con sus manos por haberla abandonado así, era lo único que mantenía encendida la llama de mi voluntad. Me reí ante la posibilidad de ese reencuentro, pero la risa se transformó rápidamente en un gemido de dolor. El dolor me atravesó como un rayo, punzante y brutal. —Mierda, duele... —Pronuncié con dificultad, balanceándome ligeramente en mi posición incómoda y dolorosa. —No creo que pueda soportar todo lo que te han hecho, no entiendo cómo aún estás vivo... —dijo mi guerrero, su voz llena de incredulidad y asombro, como si estuviera viendo algo incomprensible. —Es por ella, no puedo abandonarla... —Cada palabra era un esfuerzo, saliendo entrecortada y llena de dolor. El simple acto de hablar se sentía como si estuviera arrastrando cuchillas por mi garganta. —Ustedes dos son tal para cual, salí de la manada horas después que ella. Era mi misión seguirla, encontrarla y arrastrarla de nuevo a su lugar —dijo sacudiendo la cabeza, su tono mezclando frustración y respeto. Lo habían cambiado de posición. Estaba atado de manos por una cadena de plata fundida en la pared, de esta forma podía estar sentado con sus manos por encima de la cabeza. Cada latido de mi corazón parecía amplificar la ardiente mordida de la plata, tejiendo un coro doloroso con mi pulso acelerado. —Está hecho un desastre, Alfa —dijo, su voz cargada de tristeza y preocupación. Intenté mirar mi cuerpo, ese simple movimiento hizo crujir mis huesos, un dolor sordo y persistente recorrió mi columna. Logré ver unos cuantos moretones y cortes en mi torso, estaba solo con unos pantalones cortos ya desgarrados y sucios. —¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —apenas pude articular, mi voz era un susurro ronco y débil. —Dos días, Alfa, esto no puede seguir así, tenemos que hacer algo... —Dijo suavemente, mirándome con una resolución firme en los ojos, como si estuviera dispuesto a enfrentar cualquier peligro por mí. —Jake, no podemos —susurré, sintiendo una mezcla de desesperanza y determinación. No quería nada más que escapar y volver con Octavia, volver a la manada y enfrentar a Samuel. Pero sabía que, en mi estado actual, cualquier intento de fuga sería un suicidio. Y, aun así, la idea de rendirme y dejar que Octavia enfrentara su destino sola era insoportable. —La niña ha estado aquí, ha curado alguna de sus heridas, pero... —La voz de Jake se detuvo abruptamente, cortada por el sonido metálico de la puerta de la celda abriéndose. —Adriana —susurré con esfuerzo, apenas moviendo los músculos de mi rostro, aunque la confusión me invadió de inmediato. —Hola guapo, no te había visto despierto hace días —sonrió ella, caminando lentamente hasta pararse frente a mí. Su sonrisa era fría, una máscara de falsa cordialidad. —Sigues estando impresionante aun viéndote así. —Déjalo en paz —gritó Jake, intentando ponerse de pie con un esfuerzo visible, sus músculos tensos por la determinación. —¡Cállate perro sarnoso! —gritó ella, girándose bruscamente y abofeteándolo. Su fuerza, impresionante para una humana, era sobrenatural. La cabeza de Jake giró violentamente, golpeándose contra la pared con un sonido sordo y doloroso. —¿Qué eres? —le pregunté, enfocando toda mi atención en ella, intentando identificar qué clase de criatura podía ser. No era una mujer loba, y definitivamente ya no era humana. —Soy algo mejor que un simple humano, soy aún mejor que ustedes, perros sarnosos —dijo entre dientes, acercándose rápidamente a mí con una velocidad que desafiaba la naturaleza. Levantó una mano y me agarró del cabello con brutalidad, exponiendo mi cuello. Se abalanzó sobre mí y clavó sus dientes en mi cuello con una voracidad aterradora. Intenté resistirme, pero los primeros segundos se sintieron como si me estuviera arrebatando la vida misma. Mi cuerpo comenzó a sentirse aún más agotado, y mis miembros se aflojaron en una debilidad abrumadora. Cuando se dio cuenta de que no estaba poniendo resistencia, levantó su otra mano, llevándola a mi cara. Sus dedos fríos recorrieron mi rostro, mi cuello, y continuaron su viaje inapropiado y humillante por mi cuerpo. Me sentí expuesto y vulnerable bajo su toque invasor. Se separó de mí para mirarme a los ojos, mi sangre deslizándose desde su boca. Sus palabras susurradas fueron un veneno en mis oídos, mezclando amenazas y deseos retorcidos. —Vete a la mierda —logré decir entre dientes, jadeando de ira y desesperación. —En muy poco tiempo estarás deseando que te saque de esta pocilga, cuando esa pequeña puta tuya esté muy, muy muerta —se rio ella, alejándose de mí, dejándome colgado en medio de la celda en una agonía tanto física como emocional. Los jadeos y la débil respiración de Jake eran los únicos sonidos que quedaban en la celda. Él aún estaba inconsciente, caído de lado, una imagen de derrota y sufrimiento. Finalmente, sucumbí al llamado de la oscuridad, deseando que me arrastrara lejos de esa realidad cruel y despiadada. En mi último pensamiento consciente, la imagen de Octavia brilló con una luz tenue, un faro de esperanza en medio de mi tormento. *** Desperté para encontrarme con la luz brillante del sol, tan candente que tuve que taparme los ojos con una mano. La intensidad de la luz creaba manchas de color detrás de mis párpados cerrados, mientras intentaba acostumbrarme a la súbita claridad. El olor familiar del bosque se filtraba por la ventana, un aroma a tierra húmeda y a la frescura de la naturaleza, relajándome instantáneamente. Antes de darme cuenta, una mirada a mi alrededor me reveló que estaba en una habitación. Mi habitación. Las paredes y muebles me eran conocidos, cada detalle un recordatorio de un mundo que parecía haber estado lejos por demasiado tiempo. La puerta del baño se abrió, y Octavia entró al dormitorio. Su presencia llenó la habitación, como si llevara consigo una energía que todo lo transformaba. —Has despertado, mi amor —dijo, su voz suave y melodiosa, acercándose a mí de manera provocativa. Estaba hermosa, recién salida de la ducha, con la toalla alrededor de su cuerpo que apenas cubría su piel aún húmeda. Gotas de agua resbalaban por su piel, brillando como diamantes bajo la luz del sol. —¿Octavia? —Me recosté en la cama, apoyado en la cabecera mientras ella se acercaba a mí, frunciendo el ceño ligeramente. —¿Esperabas a alguien más? —preguntó ella, enarcando una ceja. Sus movimientos eran gráciles y llenos de intención mientras se subía a la cama y se colocaba a horcajadas sobre mí. Su proximidad era abrumadora, su calor, su olor, todo en ella me atraía de manera irresistible. Sus manos se posaron por un breve momento en mis caderas, suaves y lentas, comenzaron a subir, acariciando mis abdominales y mi pecho. Cada caricia era un rastro de fuego en mi piel, calentando cada célula de mi cuerpo, incinerándome en su recorrido. Sentí cómo mi pulso se aceleraba, cada latido resonando en mis oídos. La cercanía de Octavia, la sensación de sus manos sobre mí, todo conspiraba para hacerme olvidar la realidad, sumergiéndome en un mundo donde solo estábamos ella y yo. La abracé con fuerza contra mi cuerpo, sumergiendo mi cabeza en la curva de su cuello y aspirando profundamente su aroma. Era una mezcla de su perfume habitual y la frescura de la ducha, una combinación que me tranquilizaba y excitaba al mismo tiempo. —Te he extrañado tanto —murmuré, con mis labios rozando su piel suave y húmeda. El cabello todavía mojado de Octavia dejaba caer pequeñas gotas de agua sobre mi piel, provocando un escalofrío placentero. —Orión, he estado en el baño por... Quince minutos tal vez... ¿Estás bien? ¿Necesitas ver al médico? —Ella nos separó ligeramente, buscando mi mirada con una expresión de preocupación genuina. Sus ojos exploraban los míos, buscando signos de malestar o confusión. —Ahora estoy bien, mi amor, te tengo aquí —le aseguré, intentando disipar sus preocupaciones. Con delicadeza, la atraje hacia mí para besarla, queriendo transmitirle con ese gesto toda la intensidad de mis sentimientos. La besé suavemente, saboreando la textura de sus labios y el sutil sabor de su boca. Cuando sus labios se entreabrieron, permitiendo que mi lengua se entrelazara con la suya, sentí una oleada de emoción. Mis manos, actuando con voluntad propia, soltaron su toalla y la arrojaron a un lado, dejando su cuerpo desnudo y vulnerable ante mí. Mientras Octavia profundizaba el beso, aferrándose a mi cuello y enredando sus dedos en mi cabello, sentí cómo la pasión crecía entre nosotros. Mis manos se aferraron a su trasero, apretándola y frotándola contra mi erección. Los gemidos suaves empezaron a llenar la habitación, un coro de deseo que resonaba en cada rincón. Un gruñido de satisfacción se escapó de mis labios cuando sentí su humedad en mi eje, volviéndome loco con cada roce de nuestros cuerpos entrelazados. Era un torbellino de sensaciones, un huracán de pasión que nos envolvía, borrando todo lo demás y dejando solo el deseo puro y la necesidad de estar uno con el otro. —Te amo tanto —jadeé contra sus labios, aferrándome a ella con una intensidad que nacía de lo más profundo de mi ser. Cada fibra de mi cuerpo anhelaba estar lo más cerca posible de ella, como si pudiera fusionarnos en una sola entidad. —Te amo, Orión —dijo ella, separándose apenas lo suficiente para mirarme a los ojos. Su mirada era un pozo de emociones, brillando con amor y posesión. —Eres mío. Con un movimiento suave pero firme, la giré dejándola debajo de mí. Besé su cuello, justo donde estaba mi marca de compañeros, y sentí cómo su cuerpo reaccionaba al contacto. Ella gritó de placer, un sonido que vibró en el aire y alimentó mi deseo. —Diosa, cuánto extrañé tu sabor, tu piel, tu cuerpo... Te amo —susurré con voz cargada de lujuria y amor. Cada palabra era una verdad que necesitaba expresar, una forma de mostrarle cuán profundo era mi amor por ella. —Hazme tuya, mi amor —me susurró Octavia, cerrando los ojos y abandonándose al momento, a la pasión que nos consumía.
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