Octavia
La anticipación vibraba en mi pecho, una mezcla de nerviosismo y alegría por la sorpresa que Orión tramaba para mí. A pesar del caos que nos rodeaba, la idea de la celebración se abría paso en mi mente, inundándome con una ola de felicidad que contrastaba con la cruda realidad que enfrentábamos.
Sumida en la habitación, el agua del cuarto baño del día acariciaba mi piel, proporcionando un alivio bienvenido. Cerré los ojos, permitiendo que la sensación del agua y el aroma sutil del jabón envolvieran mis sentidos. Cada gota parecía llevar consigo la promesa de un nuevo comienzo, un respiro en medio del torbellino de responsabilidades.
Después del desayuno compartido con Lucas, Sam y Orión, nos fuimos a trabajar en las tareas de reconstrucción. Cada movimiento resonaba con un propósito renovado, pero la ciudad, vista desde la ventana de mi habitación, parecía conservar su esencia única. El sol, en su gloriosa ascensión, pintaba cada casa con colores vivos, creando una paleta que contrastaba con la sombra persistente de la batalla. El brillo dorado del sol no podía disipar la pesadez en el aire. Nos enfrentamos a la desgarradora tarea de buscar entre los cuerpos caídos durante la batalla.
Cada rincón de la ciudad contenía historias truncas, y aunque el sol acariciara mi rostro, no podía ignorar el peso emocional de la pérdida. La vista de los cuerpos, el olor a tierra removida y el sonido sutil del viento llevaban consigo la carga de la tristeza, un recordatorio palpable de los sacrificios realizados para proteger nuestro hogar.
El bosque, en este momento, albergaba más cuerpos que árboles. Nos sumergimos en una tarea agotadora, pasando horas interminables recopilando los cuerpos dispersos y cuestionando a los sobrevivientes. Era un esfuerzo necesario para eliminar cualquier amenaza latente que pudiera acecharnos.
Desafortunadamente, Orión descubrió más traidores entre nosotros. Lo alarmante de la situación radicaba en los cargos que ocupaban en la manada; veteranos de alto rango pagaron el precio por su traición. Sentí el dolor de Orión resonar en cada ejecución, una carga emocional que pesaba en el aire.
—Aquí estás —me susurró mientras me envolvía en un abrazo desde atrás. —Siento como si no te hubiera visto en décadas.
—¿Será tal vez porque me has estado evitando? —Sonreí al aceptar su abrazo familiar.
—Solo fueron unas horas, mi amor. Verás que valió la pena... —me apretó con más fuerza.
Me giré para observarlo más de cerca. La tensión en sus músculos era palpable bajo mis manos, y su mirada reflejaba el agotamiento físico y mental con el que estaba lidiando. Cada línea en su rostro contaba una historia de las duras decisiones que había tenido que tomar para proteger a la manada.
—Tal vez podríamos posponer la sorpresa, amor, te ves como la mierda —dije mientras acariciaba su mejilla.
—Eres muy buena dando cumplidos —la picardía teñía su tono de voz, junto con un toque de sarcasmo.
—Siempre para servirte, Alfa —murmuré sensualmente, acercando mis labios a los suyos.
—Eres una pequeña diabla cuando te lo propones —me alzó del suelo con sus manos en mis muslos en el momento en que mi espalda tocó la pared. Cerré mis piernas alrededor de sus caderas mientras lo besaba profundamente.
Nuestras lenguas se movían en total sincronicidad, mis manos se aferraron a su cabello mientras él frotaba su m*****o contra mí. Se separó apenas un poco para mirarme a los ojos.
—Te amo tanto que no te haces una idea. Estoy tan agradecido con la Diosa Luna por haberte devuelto a mis brazos, donde perteneces —dijo con tanto amor y pasión que me derretí en sus brazos.
No había palabras para describir lo que sentía por él. Este vínculo y el tiempo que habíamos compartido juntos, todo el amor y el apoyo que recibí de él, cada paso en este camino turbulento me había llevado a amarlo incondicionalmente.
Besé su cuello, donde estaba mi marca de compañera, lo sentí estremecerse bajo mis manos y mis labios. Recorrí su cuello y su mandíbula con mi lengua y pequeños besos. La habitación estaba ya muy caliente, su cuerpo y el mío por explotar de deseo y amor.
Cada beso, cada caricia tenía la intención de adorarlo, de demostrarle cuánto sentía en mi interior.
Un golpe en la puerta nos distrajo a los dos por la potencia de los golpes.
—Alfa, tenemos un problema. —habló uno de sus hombres al otro lado de la puerta.
—Diosa santísima. Lo siento, mi amor, tengo que ir —me habló, apoyando su frente en la mía.
—No te preocupes, y si realmente necesitas, podemos posponer lo de esta noche... —comencé a decirle cuando me interrumpió.
—No, no haremos eso. Te veré en unas horas. —Me besó suavemente y me dejó en el suelo.
Extrañé su contacto en el momento en que se alejó de mí, dándome una última mirada llena de amor y promesas antes de cerrar la puerta detrás de él.
Con un suspiro de resignación, me vestí con unos vaqueros y una blusa suelta. Estaba por salir de mi habitación cuando Sam me enlazó mentalmente.
"¿Tienes todo listo para esta noche?"
"Disculpa, ¿sabes algo sobre la sorpresa?" pregunté con sospecha.
"¿Y tú quién crees que lo ayudó a preparar todo?" su risa resonó en mi mente.
"¿Ha sido idea tuya?" No pude evitar enarcar una ceja y sentir un poco de frustración. Preferiría que la sorpresa hubiera salido de la cabeza de Orión y no de alguna manipulación que Sam pudiera haber orquestado.
—No, ha sido su idea, solo le he ayudado con los detalles —dijo mientras entraba a la habitación con una bolsa en sus manos —lo que también implica ayudarte a ti con los detalles...
—¿Qué es eso? —inquirí mirando la bolsa en sus manos.
—Obviamente tu vestido para esta noche. No te preocupes, no es nada revelador, aunque sí es un poco sexy. No pude evitarlo —sonrió con picardía.
La sugerencia de un vestido sexy despertó una mezcla de nervios y anticipación en mí.
—La Diosa me salve... —murmuré, sintiendo una mezcla de diversión y nerviosismo ante la perspectiva del evento planeado por Orión y, aparentemente, supervisado por Sam.
Pasamos las siguientes horas inmersas en la tarea de prepararme para la sorpresa de Orión. El vestido verde, con un ajuste perfecto en la parte superior que resaltaba mis curvas y una falda suelta que confería ligereza, me daba una sensación de elegancia y movilidad. Dejé que mi cabello cayera suavemente sobre uno de mis hombros, mientras Sam, con habilidad, realzaba mis rasgos con un maquillaje sutil pero resplandeciente.
—Estás simplemente deslumbrante, Vi. Estoy tan emocionada por ti y Orión —sollozó Sam detrás de mí mientras compartíamos una mirada reflexiva en el espejo.
—Con toda esa emoción, creo que tengo una idea de lo que me espera como sorpresa —sonreí, encontrando complicidad en sus ojos.
—Solo intenta no arruinarlo —añadió con un gesto de diversión. Nos reímos juntas, y luego, al comprobar la hora en el reloj de la mesa de noche, suspiré.
—Creo que es hora —anuncié, mirándola con ansias. Mientras me preparaba para salir, sentí un tirón sutil y un calor que provenía del cajón de mi mesa de noche. Intrigada, me acerqué y lo abrí, revelando el colgante de la Diosa Luna. Su presencia ejercía una atracción magnética, como una melodía sensual que me envolvía.
—Qué hermoso colgante. ¿De dónde lo sacaste? —preguntó Sam, intrigada, desde detrás de mí.
—Oh, esto no es nada, un regalo de Alice que encontré dentro del diario —mentí, guardando el colgante en mi mano con cierto misterio —De todas formas, ya es hora de irme. Nos vemos mañana, Sam.
Me despedí de ella con una mezcla de emociones agitadas en mi interior, ocultando el colgante mientras salía por la puerta.
Durante la caminata hasta el lugar donde Orión me había citado, la familiaridad y el poder del colgante se hicieron evidentes en cada paso. Al colocármelo, una energía invisible me recorrió, como si estuviera vibrando con una fuerza latente que me envolvía por completo.
Sin darme cuenta, llegué al sitio de encuentro con Orión, el mismo lugar donde compartimos la emotiva ceremonia de despedida a mis padres.
La noche, despejada y luminosa gracias a la luna llena, iluminaba cada rincón de la planicie. El suelo estaba adornado con pequeñas flores blancas y amarillas, creando una escena de gran belleza. El suave murmullo del río, con sus movimientos lentos, y el sonido reconfortante del agua golpeando las rocas, creaban una sinfonía natural que se mezclaba con la atmósfera tranquila y agradable del lugar.
La última vez que estuve allí, dos estructuras ocupaban el centro del espacio, pero ahora solo había una manta extendida y una canasta de picnic, proporcionando a la escena un toque íntimo y romántico. Me acerqué a la manta y me senté, dejándome envolver por la serenidad del entorno.
A pesar de la idílica escena, los primeros 10 minutos pasaron lentos, y la anticipación sobre la sorpresa que me esperaba comenzó a generar una mezcla de emoción y nerviosismo en mi interior. Cada detalle del entorno parecía conspirar para aumentar mi expectación, y mis sentidos estaban alerta a cualquier señal de la llegada de Orión.
"Orión no es de llegar tarde", habló Darcy en mi mente.
"Dado lo que pasó recientemente, creo que tiene una buena excusa para atrasarse, aunque no es una buena forma de 'comenzar' una relación formal", suspiré reflexivamente.
"Debe estar muy ocupado, Ciro no responde mi enlace..." La mención de que Darcy no podía conectar con Ciro me puso nerviosa. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal, y una sensación de inquietud se instaló en el fondo de mi estómago.
"Orión, estoy esperando donde me dijiste", establecí contacto directamente con él. El silencio que siguió fue más elocuente que cualquier respuesta. El vacío en mi conexión con él dejó un eco de desconcierto.
"Orión, ¿no pensarás en dejarme plantada en nuestra primera cita de verdad?" traté de darle un toque de humor, pero mi propia risa sonó hueca en mis pensamientos. La incertidumbre se apoderaba de mí, y mis emociones fluctuaban entre la ansiedad y la decepción.
Miré nuevamente la hora, treinta minutos tarde. Cada segundo que pasaba aumentaba mi inquietud. El lugar tranquilo y romántico que había elegido para encontrarnos se volvía un escenario de incertidumbre.
"Esto no está bien, Vi..." Darcy estaba ya muy inquieta, sus emociones desbordando dentro de mí. Su preocupación resonaba en mi propia angustia.