Capítulo 5

1865 Words
Octavia La noche se cernía sobre nosotros en un silencio inquietante, las nubes grises conspiraban para ocultar la luna llena, que luchaba desesperadamente por iluminar nuestro camino. El viento, que antes apenas susurraba, aumentaba su furia, advirtiendo la tormenta que se avecinaba con una intensidad palpable. Patrullábamos en la penumbra, cerca del territorio de la Tierra Sagrada, y el aire se volvía denso, cargado de una energía que chispeaba en el ambiente como electricidad estática. Cada paso resonaba en la oscuridad, acompañado por el crujir de hojas secas y un escalofrío que recorría mi espina dorsal. Un sonido grave rompió la quietud, emergiendo desde detrás de árboles imponentes, cuyas sombras se alargaban en la penumbra. A pesar de que el temor se apoderaba de mí, una extraña compulsión me impulsó hacia el origen del sonido. Mis sentidos se vieron asaltados cuando una ola de putrefacción y muerte invadió mis fosas nasales. Mis ojos, ajustándose a la oscuridad, se encontraron con una visión macabra: cuerpos colgando de los árboles, presencias completas, pero indudablemente desprovistas de vida. La ausencia de color en ellos, como si la última gota de sangre hubiera sido extirpada, añadía un toque sobrenatural a la escena, intensificando la angustia que ya se apoderaba de mí. —Heredera... —resonó una voz masculina, evocando recuerdos de cómo me llamaban las brujas. Mis ojos escudriñaron el entorno en busca de la fuente de ese susurro. Entre los árboles que investigaba, lo vi. Unos ojos, profundos y antinaturales, me observaban desde la distancia, hipnóticos en su intensidad. Eran rojos como la sangre que había abandonado los cuerpos suspendidos en las ramas de los árboles. —Ven a nosotros, te estamos esperando —susurró la voz, llevando consigo una invitación cargada de un aura misteriosa. La tormenta estalló sobre mí, las gotas de lluvia cayendo con furia, mientras las nubes en el cielo se retorcían y adquirían un matiz rojo rubí. Volví la mirada hacia mi pelaje, solo para descubrir que no era agua lo que lo empapaba; era sangre. La lluvia escarlata caía, mezclándose con la oscura noche, y la realidad se tornaba cada vez más surrealista mientras me sumía en un mundo donde los elementos naturales se retorcían y se fundían con lo sobrenatural. Desperté abruptamente, el grito aún resonando en mis oídos, y la oscuridad de la habitación reemplazaba el escenario surrealista de mi sueño. Buscando a tientas el calor reconfortante de mi compañero, me enfrenté a la cruda realidad del vacío frío a mi lado. Derramé una sola lágrima, una única muestra de debilidad, antes de levantarme e ir al baño. Cada paso resonaba en la habitación, y el eco de mi propio dolor reverberaba en las paredes. Al llegar al espejo, me encontré con mi reflejo, con ojos enrojecidos que revelaban la tormenta emocional que se agitaba dentro de mí. Dejé que el agua corriera en el lavabo, una mezcla de fría realidad y ardiente desesperación. Mis manos temblaban mientras intentaba controlar el temor que se extendía como una sombra en mi interior. La vida, tan frágil como una lágrima solitaria, se aferraba a mí, y yo luchaba por mantener mi fortaleza en medio de la tormenta. Mis dedos se aferraron al borde del lavabo, como si pudieran anclarme a la realidad. La imagen en el espejo mostraba un rostro marcado por la tristeza, pero también por la determinación. No podía permitirme desmoronarme, no cuando la vida exigía que enfrentara la adversidad con valentía. Limpié mi rostro, eliminando cualquier rastro visible de vulnerabilidad. La única lágrima que se permitió escapar se convirtió en un símbolo de resistencia, una gota que contenía todo el peso de las emociones que luchaba por controlar. Al salir del baño, llevaba conmigo la carga de una pérdida que se manifestaba en mi andar, pero también la fuerza de quien elige seguir adelante a pesar del dolor. Cerré la puerta detrás de mí, dejando atrás el refugio momentáneo del baño, y me enfrenté al mundo exterior con la determinación de superar la tormenta, una lágrima a la vez. Rápidamente me vestí para la jornada, optando por unos jeans desgastados y una camiseta negra que se ajustaba a la sombría atmósfera que envolvía mis emociones. Añadí una chaqueta de cuero negra, no solo para combatir el ligero frescor de la mañana, sino también como un reflejo externo de las emociones turbias que me consumían. Darcy llevaba días sin hablarme, su silencio era un eco doloroso que resonaba en cada rincón de nuestro espacio compartido. La sombra de su dolor se cernía sobre nosotros, una barrera invisible que me dejaba incapaz de penetrar en su mundo de sufrimiento. Caminé hacia la puerta, el chirrido familiar de la bisagra rompiendo la quietud que se había instalado en la habitación. Mi reflejo en el espejo antes de salir mostraba un rostro endurecido por las circunstancias, con la chaqueta de cuero como una coraza que intentaba ocultar las grietas de mi propio dolor. El día se extendía ante mí, pero la nubosidad emocional persistía. Cerré la puerta con cuidado, consciente de que cada sonido resonaba en el espacio que compartíamos, un recordatorio constante de las palabras no dichas y las distancias emocionales que nos separaban. Caminé con pasos firmes hasta la oficina de Orión. Desde el día en que proclamé mi liderazgo como Luna de la manada, me había instalado allí, a pesar de que legalmente no ostentaba ese título. Afortunadamente, nadie se opuso. Sabía que, aunque las formalidades legales no respaldaran mi liderazgo, la manada necesitaba una guía, y estaba dispuesta a asumir ese papel. La puerta de roble se alzaba imponente ante mí, un umbral que representaba el poder y la autoridad que había asumido. Al empujarla, revelé el interior de la oficina, decorada con elementos que reflejaban la herencia de la manada y mi compromiso con su bienestar. Me senté en el escritorio, donde papeles y mapas delineaban los desafíos y responsabilidades que acompañaban mi papel como líder. Aunque la manada había aceptado mi liderazgo, también sabía que debía ganarme su lealtad continuamente. Con la mirada fija en la puerta, me preparé para el día que se extendía ante mí. Cada decisión que tomara, cada desafío que enfrentara, sería una prueba de mi capacidad para liderar y proteger a aquellos que habían confiado en mí para guiarlos. Mi principal objetivo era encontrar a Orión. Sabía que estaba vivo porque nuestro vínculo de compañeros seguía palpando en el centro de mi corazón. Lucas me había explicado que, si Orión estuviera muerto, lo habría sentido en lo más profundo de mi ser. Me describió la sensación como lo más desgarrador que un lobo podía experimentar, llevándolo, en algunas ocasiones, a la muerte misma. Estaba sumida en la lectura de unos papeles cuando descubrí algo que hizo que mi mente explotara. La magnitud de la realidad en la que me había sumergido el día que decidí que Orión me marcara se volcó ante mí. Me sentí desfallecer al entender las implicaciones de lo que había descubierto. Las náuseas amenazaban con hacerme vomitar sobre el escritorio mientras mi cabeza daba vueltas. —¡Lucas! —grité mientras hojeaba un diario que había encontrado en el primer cajón del escritorio de Orión. —¿Qué ocurre? —preguntó aterrorizado al entrar en la oficina, escudriñando el entorno. —¿Me puedes explicar qué mierda es esto? —le entregué el diario entre mis manos. —Es un recuento de nuestros distritos —dijo, enarcando una ceja —¿Por qué? —Pensé que Orión era el único Alfa, aparte del Alfa enemigo... —mi voz reflejaba la confusión que crecía en mi interior. —En nuestro territorio hay muchos distritos, cada uno con su propio Alfa y Beta, responsables de la ciudad y pueblos de la zona. Todos responden directamente a Orión. La revelación de Lucas resonó en mi mente, chocando contra mis preconcepciones y desgarrando la realidad que había construido en torno a la manada. La idea de múltiples líderes en nuestro territorio, todos bajo la autoridad de Orión, era desconcertante. —¿Es como un Rey Alfa? —pregunté, sin entender del todo. Lucas se volvió hacia mí, su expresión juguetona iluminada por la luz tenue que se filtraba desde la lámpara sobre el escritorio de Orión. —Algo así... —respondió con una sonrisa bailando en su rostro. —¿No te lo había dicho? La sorpresa se mezcló con mi confusión mientras procesaba la información. ¿Más Alfas? ¿Una jerarquía más compleja de lo que jamás imaginé? La incredulidad se reflejó en mis ojos mientras intentaba asimilar la realidad recién descubierta. —¿Crees que estaría así de confundida si lo hubiera hecho? —pregunté con sarcasmo, mis cejas frunciéndose ante la ironía de la situación. Lucas rio, su risa resonando en la oficina como una melodía discordante. El sonido, mezcla de complicidad y misterio, aumentaba mi inquietud. —Espera... Si hay más Alfas, me imagino que hay más Lunas, ¿verdad? —mi voz llevaba consigo la sombra de una revelación que amenazaba con cambiar mi comprensión del mundo. Lucas asintió con solemnidad, colocando una mano en su barbilla mientras evaluaba mi reacción con ojos brillantes. —Así es —confirmó, su mirada pícara revelando que disfrutaba de mi desconcierto. La noticia resonó en mi mente, abriendo un abismo de posibilidades y desafíos. Más Lunas significaba más complejidades, más lealtades entrelazadas en la red de la manada. Mis pensamientos eran un torbellino de emociones, desde la incertidumbre hasta la anticipación. —¿Eso en qué me convierte? —observé cada uno de sus movimientos mientras sopesaba mi pregunta, consciente de que mi destino se forjaba en las respuestas que seguirían. La sonrisa burlona que curvaba los labios de Lucas revelaba un conocimiento que parecía gustarle mantener en la penumbra. —Pues... tú serías la Reina Luna... —sus palabras flotaron en el aire, cargadas de implicaciones que apenas comenzaba a comprender. La magnitud de mi posición, la responsabilidad y poder que conllevaba, se abría ante mí como un vasto territorio desconocido. La sensación de ser una pieza crucial en un juego más grande, una revelación que reverberaba en mi ser, me hizo estremecer. La oficina, antes un refugio seguro, ahora parecía más pequeña, como si las paredes se cerraran sobre mí. —¿Por qué nunca me habló de esto antes? —pregunté, sintiendo una mezcla de incredulidad y enojo. Lucas suspiró, como si cargar con un peso antiguo. —Has pasado por tantas cosas, Octavia, creo que él nunca tuvo realmente la oportunidad de hablarte de esto... —Lucas se acercó a mí, abrazándome con amor de hermano. La calidez de su abrazo era reconfortante, un ancla en medio de la tormenta que se desataba en mi interior. Sentí su corazón latir en sintonía con el mío, una conexión que iba más allá de las palabras. Las emociones se agolpaban en mi pecho, una mezcla de confusión, tristeza y una chispa de ira. Orión, el hombre al que amaba y en quien confiaba, me había guardado secretos. Me sentía como una pieza en un tablero de ajedrez, moviéndome inconscientemente en un juego del que no entendía las reglas.
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