La suave voz de una niña pequeña se coló por los oídos de Juan Miguel, se hallaba de rodillas, con la mano en el estómago, entonces alzó su cara, y miró ese tierno rostro. Dafne era una mini copia de Luciana cuando era niña, tenía su mismo color de piel, sus facciones suaves, su cabello color chocolate, solo el color de sus ojos era distinto, la pequeña los tenía azules como su papá; sin embargo, la mente del hombre aún no tenía claridad.
Dafne parpadeó al mirar a aquel señor, sintió una extraña sensación, pero no fue temor, sino algo diferente, él la observaba con dulzura, ella lo contempló atenta, y luego arrugó el ceño.
—Usted se parece mucho a mi hermano —comunicó.
Miguel se sentía aturdido, necesitaba tomar su medicamento, veía borroso, todo empezaba a dar vueltas a su alrededor, la voz de la niña se le hizo lejana.
—¿Se siente mal? —preguntó la chiquilla, abriendo sus ojos, de par en par.
—¿Está herido? —indagó Mike, al llegar corriendo agitado.
—No veo sangre a su alrededor, pero no se ve bien. ¿Qué hacemos? —averiguó Dafne, mirando a su hermano, con expresión de angustia.
—Voy a tomarle el pulso —dijo el niño, agarró la mano del hombre y el pequeño sintió un cosquilleo.
Juan Miguel tenía la cabeza inclinada, cuando percibió esa suave mano tocar la suya, su corazón se agitó y no supo el motivo, pensó que empezaba a tener taquicardia, debido a lo sucedido.
—Tiene el pulso muy acelerado —comunicó Mike—, debemos llamar al 911.
—Solo necesito agua —susurró Juan Miguel—, tengo mi medicamento en el bolsillo de mi chaqueta, requiero descansar un poco.
—¿Puede ponerse de pie? —averiguó Dafne.
—No podemos meter extraños a la casa, mamá se va a enojar —rebatió Mike.
—Pero el señor necesita ayuda. —Dafne observó a Juan Miguel con ternura, sin imaginar que estaba frente a su papá—, mamá también dice que debemos ayudar a los necesitados.
Mike resopló, se quedó pensativo, miró al hombre, y sintió pesar por él.
—Póngase de pie, por favor, tiene que ayudarnos, nosotros somos pequeños.
Miguel asintió, como pudo y con la ayuda de esas pequeñas manitas, se levantó, caminando suave, llegó a casa de los niños.
—No haga ruido, que, si doña Caridad se despierta, vamos a tener problemas —suplicó Dafne.
Juan Miguel asintió, por suerte la anciana dormía como piedra, no había poder en el mundo que la despertara de su siesta que duraba siempre como tres horas.
Los niños llevaron a su papá a su habitación, lo ayudaron a acostarse, le sirvieron el vaso con agua, y hasta sacaron el medicamento de la chaqueta y esperaron que se lo tomara.
Miguel empezó a sentir alivio, cerró sus ojos se quedó dormido.
—¿Qué vamos a hacer si el señor no despierta, y mamá llega? —averiguó Mike, mirando a su hermana.
Dafne rascó su cabeza.
—Le diremos la verdad, pero esperemos que corramos con suerte y no llegue, ese señor nos puede ayudar a bajar la caja que mamá guarda en el closet.
Mike asintió, sonrió.
—Debemos estar pendiente de doña Caridad —advirtió.
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Luciana entró a un lujoso restaurante en el centro histórico, el lugar era una antigua mansión, que había sido remodelada. Miró las lujosas y enormes lámparas que colgaban a manera de lágrimas desde el techo, las grandes paredes y columnas, así como los arcos que dividían un salón de otro.
—¿Desea una mesa? —indagó un amable camarero.
Lu negó con su cabeza, sonrió.
—Vengo por la entrevista de trabajo, para el puesto de mesera.
El muchacho asintió, con su mano le señaló la oficina de admisiones.
—Gracias —contestó Lu, y caminó por medio de las mesas, llegó a un pasillo, y tocó a la puerta.
—Adelante. —Se escuchó en la voz gruesa de un hombre.
Lu se acomodó la blusa, tomó aire, y entró.
—Buenas tardes, vengo por la entrevista.
El hombre acomodó sus lentes, miró a la hermosa mujer de pies a cabeza. Luciana era alta, esbelta, con curvas bien pronunciadas, piernas largas, su rostro poseía finas facciones, sus labios eran carnosos, además era muy educada, y solía caminar con elegancia, lo aprendió cuando trabajó de escort, y tenía que acompañar a hombres millonarios a eventos exclusivos.
—Siéntate —ordenó el hombre, luego de devorarla con los ojos.
Luciana ya conocía esas miradas lascivas, estuvo tentada a salir corriendo, pero ese era el tercer lugar que visitaba, en los anteriores ya las plazas habían sido ocupadas.
El hombre revisó su curriculum por encima, y sin más le dio el empleo, le pidió que se quedara desde ese instante a laborar, le informó que saldría pasado las diez de la noche, todos los días, el sueldo era más que el básico, además le indicó que las propinas eran buenas y que se repartían entre todos los meseros por partes iguales.
Lu aceptó, necesitaba trabajar para mantener a sus hijos, así que se quedó.
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—¡Niños! ¿En dónde están?
La voz de doña Caridad sobresaltó a los mellizos, había pasado la hora de su siesta, ambos salieron corriendo de su alcoba, Juan Miguel aún dormía.
—Estábamos viendo la televisión —mintió Dafne.
—Mi mamá llamó, dijo que le dieron un empleo, y que llegaría tarde, pero que usted ya podía irse a descansar, no tarda en llegar Emi… nuestro papá —avisó Mike.
La señora Caridad echó un vistazo a toda la estancia, notó todo en orden, asintió.
—Si tienen hambre, recuerden no acercarse a la estufa, calientan en el microondas —advirtió.
—Nosotros sabemos bien eso, vaya tranquila —mencionó Dafne, sonrió con ternura.
—Bueno chiquitines, no le abren a nadie —avisó, los apuntó con el dedo.
—Eso también lo sabemos —contestó Mike.
Entonces apenas la señora salió, Dafne echó llave a la cerradura.
—Debemos despertar al señor, ya mismo llega Emiliano.
—Sí, vamos —dijo Mike.
Minutos antes Miguel, ya había abierto los ojos, todo estaba oscuro, no supo ni cuánto tiempo durmió, se sentó en la cama, y ya estaba mucho mejor, pero no sabía en dónde se encontraba, había escuchado voces, pero prefirió quedarse en la habitación, y esperar.
Entonces la puerta crujió, y dos pequeñas sombras aparecieron, encendieron las luces.
—¡Ya despertó! —exclamó Dafne.
Miguel apretó los párpados, la luz lo cegó por segundos, luego fue abriendo los ojos con lentitud, y frente a él aparecieron dos niños, esos tiernos rostros se le hizo familiar, y una sensación de estremecimiento le recorrió la piel.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó sin dejar de verlos. —¿En dónde están sus papás? —preguntó con voz suave—. Necesito agradecerles por salvarme la vida.
Los niños se miraron entre ellos, y negaron con la cabeza.
—Nuestros padres están en el trabajo, los que lo salvamos fuimos nosotros —informó Dafne.
Miguel ladeó los labios, sacudió la cabeza, ellos eran apenas unos niños, les calculó unos cinco a seis años.
—No, eso no puede ser, ustedes son unas criaturas.
—Pero yo escuché cuando esos hombres lo querían secuestrar, estaba escondida detrás del arbusto —explicó Dafne, y le relató todo lo ocurrido. Entonces Miguel empezó a hacer memoria, y recordó que fue esa tierna voz la que le preguntó: si estaba bien.
—Tienen razón, disculpen por no creerles, es que son apenas unos niños, pero muy valientes, debo felicitar a sus padres por criarlos de esa forma. —Los observó y sintió una especie de conexión con ellos, miró con atención al niño, y le pareció verse a él cuando tenía esa edad, pero eso era imposible.
¿Cómo unos niños ecuatorianos podían tener algo familiar con él?
—¡No! —exclamó Mike—, si nuestros padres se enteran de que lo metimos a casa, y que evitamos su secuestro, no nos van a dejar salir nunca más a la calle, por favor no diga nada. —Juntó sus manitas.
Miguel se aclaró la garganta, ese gesto del niño le hizo percibir infinita ternura por ambos. Les sonrió.
—Sus padres tienen razón, no pueden arriesgarse, es muy peligroso lo que hicieron, pero les agradezco, ¿qué puedo hacer por ustedes? —Sacó del bolsillo de su chaqueta su billetera.
—No, no queremos dinero —intervino Dafne—, mamá dice que la ayuda es desinteresada, no le vamos a cobrar —avisó y se reflejó en la azulada mirada del hombre—, pero necesitamos pedirle un favor. —Lo observó con esa expresión tan tierna, que para Miguel fue imposible decir no.
—¿De qué se trata? —averiguó.
Mike inhaló profundo.
—Necesitamos hacer una tarea, con fotos nuestras de cuando éramos bebés, pero nuestra mamá guarda eso en una caja en el closet, en la parte alta, y no alcanzamos —mintió. —¿Nos puede ayudar?
—Por supuesto —contestó Miguel, se puso de pie. —¿En dónde está esa caja?
—Venga con nosotros.
Los niños se miraron entre ellos, se mordieron el labio inferior, sonrieron, y enseguida llevaron a Miguel a la alcoba de su mamá.
El hombre sintió una punzada en el pecho al entrar en aquel lugar, todo era impecable, sencillo, y de pronto aquel aroma a rosas activó sus sentidos, ese perfume se le hizo tan familiar.
«Luciana» pensó de inmediato. Miró la alcoba, buscó alguna imagen, pero fotografías no había en ningún lado, además los niños habían mencionado que sus padres trabajaban, y ella apenas había renunciado en el hotel, así que pensó que estaba en el lugar equivocado, sin imaginar que aquellos dos chiquitines que le salvaron la vida eran sus hijos.
Enseguida abrió la puerta del closet, estiró su brazo y bajó la caja que los niños anhelaban.
—Aquí tienen —indicó.
—Gracias —dijo Dafne la mirada le brilló, le sonrió.
Cada vez que los niños lo miraban de esa forma, él sentía esa agitación inexplicable.
—No me han dicho sus nombres —mencionó él, los volvió a mirar a ambos, y cada que se reflejaba en esos ojos, percibía mucha ternura por ellos, ganas de abrazarlos, y no sabía por qué, apenas los conocía, quizás porque le salvaron la vida, pensó.
—Yo me llamo Dafne —avisó la pequeña.
—¡Qué hermoso nombre! —comentó Miguel, le sonrió. —¿Y tú? —preguntó al niño.
—Mi nombre es Luis Miguel. —Sonrió divertido—, como el cantante, y aunque a mi mamá le encanta, me llamo así por mi abuelo y mi papá —comunicó. —¿Usted como se llama?
El hombre se quedó pensativo, lo observó con atención.
—¿Tu papá se llama Miguel? —cuestionó el hombre sintiendo que su ritmo cardíaco se aceleraba.