Era viernes por la noche, el jefe de Luciana se había enterado de que ella solía cantar de vez en cuando en los bares, y le pidió que esa noche lo hiciera en el restaurante.
Lu tenía las emociones a flor de piel, contaba las horas y deseaba que no amaneciera, que no llegara el medio día del día siguiente, el alma le dolía, la tristeza se le notaba en el semblante, en su mirada llena de melancolía, hasta pasó por su mente, presentarse en la iglesia, desenmascarar a Irma, pero desistió, tenía miedo que al hablar, Albeiro su ex pareja apareciera a hacerle daño a sus hijos.
—Está bien —contestó y suspiró profundo.
—Perfecto, pediré que preparen el escenario.
—¿Qué vas a cantar?
—Aunque no sea conmigo —respondió.
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Dafne y Mike se aseguraron que Emiliano se estuviera duchando, aprovecharon ese momento para tomar el móvil de él, y marcar el número que estaba en la tarjeta que les dejó Juan Miguel.
«Usted se ha comunicado al consorcio colombiano de café Alma mía, en este momento no podemos atenderlos, nuestros horarios son…»
Dafne colgó apretando los labios con evidente molestia.
—Me respondió una computadora, es un consorcio de café.
—Marca el otro número. —Mike le arrebató el móvil, y digitó.
—Hola.
La voz de una mujer asustó al pequeño.
«La bruja» pensó, y colgó.
—¿Qué pasó? —averiguó Dafne—, estás más blanco que la hoja de un papel. —Lo miró atenta.
—Me contestó una mujer, seguramente era la bruja, no vamos a poder hablar con él —resopló, y escucharon que Emiliano apagó la regadera, de inmediato borraron el historial de llamadas, dejaron el móvil en su lugar y salieron corriendo de la alcoba.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Dafne.
—Debemos arriesgarnos, y llegar a la catedral, dice ahí que la boda es a las doce, debemos estar en esa igleisa, pase lo que pase.
Dafne miró a su hermano con los ojos abiertos de par en par, tan solo asintió, aunque no sabía cómo iban a llegar a la boda.
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«Sé muy bien, que como yo estarás sufriendo a diario, la soledad de dos amantes que, al dejarse, están luchando cada quien por no encontrarse…»
Los comensales escuchaban atentos la suave voz de Lu interpretando la melodía, quiénes dejaron de probar los alimentos para contemplarla, pudieron notar, que la bella mujer tenía el rostro mojado producto de las lágrimas que salían de sus ojos, varias personas pudieron percibir el dolor de su alma en esa interpretación.
«Y no es por eso, que haya dejado de quererte un solo día, estoy contigo, aunque estés lejos de mi vida, por tu felicidad a costa de la mía…»
Los recuerdos de los momentos felices que vivió junto al padre de sus hijos venían a su mente, el cuento de hadas había sido tan bonito mientras duró, pero la realidad fue distinta, ser una escort le había arrebatado todo hasta la vida, pues para el mundo entero, ella estaba muerta.
—Pero si ahora tienes, tan solo la mitad del gran amor que aún te tengo, puedes jurar que a la que te tiene la bendigo. —Entonar esa última frase raspó su garganta como hiel, el alma se volvió a fragmentar en miles de pedazos. —Quiero que seas feliz, aunque no sea conmigo…
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Miguel había salido del hotel para despejarse, ni ella, ni él, eran conscientes que estaban tan solo a escasos metros de distancia, bastaba que él cruzara la calzada, girara hacia la esquina y entrara a aquel restaurante, pero prefirió antes dar una vuelta por el parque, miró la imponente catedral, y suspiró, en unas horas estaría ahí dentro uniendo su vida a una mujer a quién quería, pero no amaba.
Resopló, y decidió ir por un trago, entonces cruzó, y caminó por aquel hall de la antigua mansión, había varios bares y restaurantes donde disfrutar, de pronto esa melodía cautivó sus sentidos.
«Puedes jurar que a la que te tiene la bendigo. Quiero que seas feliz, Aunque no sea conmigo…»
—¡Esa voz! —susurró, la interpretación le sacó más de un suspiro, y de nuevo aquella agitación en el pecho.
«¡Luciana!»
La imagen de ella se le vino a la mente, no supo por qué motivo pensó verla, entró de golpe al lugar, y buscó entre las personas, pero solo había gente comiendo, otras sentadas frente a la barra, personas saliendo y entrando, en el escenario no había nadie. Soltó un suspiro, negó con la cabeza.
—Me estoy volviendo loco —susurró; sin embargo, sentía una sensación extraña en el pecho, y no lograba explicarse el motivo, no sabía que Lu, estaba tan cerca de él, cambiándose de ropa para ir a casa, su turno había terminado por esa noche.
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Lu se despidió de sus compañeras, no iba a trabajar el fin de semana, no podía, ni quería ver el escenario donde el hombre a quién más amaba iba a unir su vida a la de aquella mujer a la cual detestaba.
«Ojalá mañana se desate una lluvia torrencial, y tu hermoso vestido blanco, querida Irma se llene de lodo, así como tienes de n***o el corazón» pensó mientras salía del cuarto donde solían colocarse el uniforme. Estaba por salir por la entrada principal para recibir su parte de las propinas cuando la silueta de un hombre sentado frente a la barra aceleró su ritmo cardíaco.
«Miguel» dijo en su mente, y se quedó estática, paralizada, contemplándolo desde lejos, notó que estaba solo.
«¡Es mi oportunidad!» pensó entonces en acercarse, hablarle, pedirle que la escuchara, se armó de valor, inhaló profundo, y empezó a caminar hacia él, con cada paso que daba su corazón se aceleraba, y cuando estaba a escasos centímetros, miró a la bruja de Irma entrar.
—Amor, ¿qué haces aquí? —preguntó con esa voz chillona, se aproximó a él, lo abrazó como si fuera su dueña.
Lu apretó sus puños con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blanco, sus pupilas se dilataron producto de la rabia que bullía en su interior, volteó decidida a irse por la puerta lateral.
—¡Lucia! ¡Tus propinas! —gritó el encargado de la caja.