Luciana palideció, lo observó con angustia, temía que Irma apareciera de un momento a otro, y el tormentoso pasado volviera y lastimara a sus hijos. —Señor Duque, usted me confunde, yo me llamo Lucía, está equivocado. —Desvió su mirada. Miguel se quedó contemplándola por segundos, moría de ganas de besarla, de abrazarla, el corazón le latía con fuerza. —¿Ya no confías en mí? —preguntó sintiendo la garganta rasposa. —Ya le dije, está confundido, déjeme salir —solicitó ella, se reflejó en la limpia mirada de él, el corazón le vibró. Lu se aproximó a la puerta, las manos le temblaban, giró la cerradura, esta no se abrió, resopló—. Voy a gritar pidiendo ayuda —expresó sin mirarlo, se puso a pelear con el mango, agitándolo con desesperación. Miguel no pudo contenerse más, la abrazó por