Miguel abrió sus ojos, parpadeó, aún veía borroso, frunció el ceño, y buscó con la mirada a la mujer que minutos antes vio en la alcoba.
—¿En dónde está Luciana? —indagó con desesperación.
La mirada de Irma su novia se oscureció por completo, fingió una sonrisa, pero cada vez que él recordaba a su gran amor, ella se llenaba de celos, que le quemaban la piel como las llamas del infierno.
—Cariño, esa mujer está muerta.
Miguel negó con la cabeza.
—¡No! ¡Yo la vi! ¡Estuvo aquí! —exclamó agitado. —¡Debo ir a buscarla! —expresó con la respiración acelerada, se notaba angustiado, intentó ponerse de pie, pero de nuevo se mareó.
Irma sentía que se comía lo más amargo, la garganta le quemaba como hiel.
—Ella murió, por favor descansa, ya no pienses en esa mala mujer —solicitó gruñendo.
Miguel resopló, apretó sus puños.
«¡Yo la vi, era ella, estoy seguro!» dijo en su mente. «¡Debo averiguar por mi propia cuenta!»
Cerró sus ojos, necesitaba estar más restablecido y pensar con claridad.
—Tienes razón, dormiré un rato.
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—¿Otra vez te quedaste sin empleo? —preguntó el pequeño Mike a su madre.
Luciana había llegado desesperada a la escuela por los niños, apenas los tuvo entre sus brazos, agarró el primer taxi y los llevó a casa, los mellizos eran demasiado inteligentes como para no notar el estado de conmoción de su mamá.
—Seguramente uno de los huéspedes intentó pasarse de listo —añadió Dafne.
Luciana los miró llena de angustia, se inclinó a la misma altura de ellos, percibiendo una sensación de zozobra, los abrazó.
—Son muy inteligentes y acertaron, ya encontraré otro empleo —comunicó con la voz temblorosa, acarició la cabeza de ambos, se reflejó en los azules ojos de sus niños, ese color, la manera en la cual la miraban era idéntica a la de Miguel, sintió de nuevo el corazón acelerarse—. Vamos a almorzar, vayan a lavarse las manos —ordenó con voz débil.
Ambos niños se observaron entre ellos, negaron con la cabeza.
—Mamá, somos pequeños de edad, y de cuerpo, pero no de entendimiento, te conocemos bien, ¿qué te ocurre? —preguntó Mike, la observó con seriedad, con la misma expresión que solía poner Miguel cuando intentaba averiguar las cosas.
—Tienes los ojos rojos e hinchados, y se podría deber a varias causas, quizás a una conjuntivitis, pero también tu respiración agitada, y que llegaras a la escuela desesperada, indica que algo grave pasó. ¿Aparecieron los malos? —preguntó Dafne.
Lu se sobresaltó, abrió sus labios, sorprendida.
—¿Cómo saben de los malos? ¿Quién se los contó? —preguntó con desespero, su respiración cada vez era irregular, sentía hasta que le faltaba el aire. —¿Han hablado de esto con alguna persona?
—¡Cálmate mamá! —solicitó Mike, la tomó de la mano—, no hablamos con nadie, sabes bien que los niños de nuestra edad, no nos entienden, y siempre nos has dicho que las cosas de esta casa no las debemos divulgar con los vecinos.
—Lo escuchamos hace tiempo, tú hablabas con Emiliano, entonces supimos que estamos refugiados en este país, porque hay gente muy mala que nos quiere hacer daño —comunicó Dafne.
—¿Cuántas veces les he dicho que no tienen que estar escuchando las conversaciones de los adultos? —reclamó con voz fuerte.
Los pequeños se sobresaltaron, conocían bien a su mamá cuando se enojaba, sabían que no se iban a librar de un castigo. Luciana resopló, suspiró profundo, estaba consciente que ellos no eran como los niños de cinco años, ellos tenían la mente de pequeños de diez, y no podía ocultares las cosas con facilidad.
—Vamos a sentarnos, tenemos que hablar —indicó con voz suave.
Los niños asintieron y se sentaron en los sencillos muebles de su sala, su casa era pequeña, toda la decoración era en blanco, lo que le daba vida eran las plantas ornamentales que le fascinaba a Lu.
—Ustedes siempre han sabido que Emiliano, no es su papá, pero deben llamarlo así, por nuestra seguridad —empezó a decir—, quiero que sepan que su padre, el verdadero, es un buen hombre. —Suspiró y la voz se le fragmentó—, él es el mejor ser humano que existe, nosotros nos quisimos mucho, y ustedes son producto de ese amor; pero yo…—Tomó una gran bocanada de aire—, antes de conocerlo, no tenía un trabajo muy bueno, y me gané un enemigo, esa persona juró vengarse, y cuando pudo hacerlo planeó una trampa, para separarme de su papá.
—¿Y por qué no buscamos a nuestro papá? —preguntó Mike—, él puede protegernos, mamá.
Lu limpió las lágrimas que corrieron por sus mejillas, sentía una opresión en el pecho, revivir el pasado dolía y mucho.
—No, no podemos buscarlo, porque él…—Apretó sus labios—, se va a casar, con otra mujer.
—¡No! —exclamó Dafne—, nuestro padre tiene que casarse contigo, debemos impedir esa boda —advirtió la pequeña, frunció el ceño con evidente molestia.
Lu negó con la cabeza, qué más hubiera deseado ella, que impedir ese matrimonio, pero eso era poner en riesgo su vida, y la de todos.
—No es posible, su papá se va a casar con una mala mujer, ella jamás aceptó que su padre se enamorara de mí, y la dejara, se unió con los malos, y les quería hacer daño a ustedes, amenazó con robármelos. —Sollozó.
Dafne apretó sus puños, observó a su hermano. Mike la miró con seriedad, y ambos asintieron, no se iban a quedar de brazos cruzados, solo necesitaban conocer más detalles acerca de su papá, encontrar la manera de dar con él, y contarle la verdad.
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Unas horas más tarde, Miguel aprovechando que Irma salió de nuevo, fue hasta las oficinas administrativas, solicitó hablar con la gerente del hotel, la señora Fabiana.
—¿En qué puedo ayudarlo, señor Duque? —preguntó con amabilidad.
—He estado tratando de localizar todo el día a la camarera que me ayudó cuando me desmayé, quiero darle una gratificación, pero no sé su nombre, ni la he vuelto a ver.
La mujer inhaló profundo.
—Lucía ya no trabaja en el hotel, renunció por motivos personales —comunicó—, si usted confía en mí, puede dejarle conmigo la gratificación, y cuando le entreguemos la liquidación, le daremos con su dinero.
Juan Miguel se quedó pensativo, arrugó el ceño.
—¿Lucía? —indagó aturdido—. Me dijo que se llama Luciana, me gustaría darle en persona las gracias, y una gratificación económica.
La gerente frunció la nariz, sacudió la cabeza, extrañada.
—No, hay un error señor Duque, ella es Lucía Cedeño, pero no volverá sino hasta fin de mes.
«¿Lucía Cedeño?» se cuestionó dubitativo, resopló. «¡Era ella!» «¡No me voy a quedar de brazos cruzados!»
Miguel necesitaba volver a verla, convencerse de que era la mujer que aparecía en sus sueños.
—Y si me da su dirección —propuso, ladeó una sonrisa—, recomendaré este hotel, y le dejaré una buena compensación a usted. —Ladeó una sonrisa.
Fabiana lo miró con profunda seriedad.
—Señor Duque, tenemos prohibido dar información personal de nuestros empleados, lamento no poder ayudarlo. —Se puso de pie y caminó hasta la puerta.
Miguel rascó la barbilla, asintió, y no hizo más preguntas, no quería mostrarse desesperado, así que decidió que al día siguiente averiguaría con alguna de las compañeras de la muchacha.
—Lo comprendo, gracias —contestó, y salió de la oficina, caminó por los pasillos, se recargó en uno de los muros.
—¡No descansaré hasta encontrarte! ¡Estoy seguro de que eras tú! —Acarició sus labios, percibiendo una agitación en su pecho—, sé que no fue un sueño, pude sentir tu beso, aún lo siento, eres real.