—¿Diga? —Hablé al teléfono con voz soñolienta.
Era sábado, no tenía que presentarme en la universidad y era mi día libre en la cafetería, así que podía dormir hasta tarde, lo cual agradecía, puesto que había regresado a casa pasadas la media noche.
Una sonrisa se dibujó en mis labios mientras trataba de concentrarme en lo que decía esa voz femenina a través del teléfono. El rato que había pasado caminando con Mason por las desoladas calles de mi barrio, había sido tan grato, que quería volver a repetirlo cuanto antes.
—¿Al menos me estás escuchando, Tes? —Me estremecí ante el elevado tono de voz que había utilizado mi amiga Teresa.
—Perdón, ¿Qué decías? —Cuestioné, en medio de un bostezo.
—¿Qué sucede contigo?
—Sucede que estaba teniendo un hermoso sueño y tú me despertaste - espeté, sentándome para después acomodar las hebras de mi desastroso cabello n***o con mis dedos.
—¿Quién era?
—¿El qué?
—¿Con quién estabas dejando de ser virgen en tu sueño?
Solté una carcajada, mientras sacaba los pies de mi cama y caminaba hacia mi cómoda.
—Deja de decir estupideces, Te. Mejor dime, ¿Para qué soy buena?
—Son las 9 am, estoy aburrida. Papá está durmiendo porque tiene guardia en el hospital, mamá sigue encerrada en su mundo, e Isaac llevará a James a la casa de Nicolás ... no tengo nada que hacer, ¿Quieres ir conmigo a desayunar al centro comercial y luego a gastar el dinero de la tarjeta de crédito que me facilitó mi padre para que dejara de sentirme miserable?
Aspiro una gran bocanada de aire mientras tomo una de las fotografías que tenía sobre mi cómoda. Ahí, me encontré al lado de Maya, la hermana mayor de Teresa; Maya solía ser mi mejor amiga cuando íbamos juntas al instituto, pero cuando cumplió 16 años, había comenzado a salir con un pandillero que la llevó a la perdición, dejó de ser la chica buena que solía ser e incluso había dejado de hablarme. Hacía tan solo dos años atrás, ambos muertos tras un choque, al parecer, ambos iban bajo los efectos del alcohol, además de que encontró rastros de metanfetaminas en su organismo.
Desde entonces, su madre había entrado en un estado de shock del cual no había logrado salir, se la pasaba las 24 horas en su habitación, viendo hacia la nada cuando no estaba medicada. Su padre trabajaba junto al mío en el hospital, dejándola a ella y a su hermano mayor Isaac, hacerse cargo de James, el pequeño de la familia de tan solo siete años.
—De acuerdo, ¿Pasas por mí?
—Ya estoy en tu casa, amiga. Así que date prisa —rio, antes de terminar la llamada.
Voltee los ojos, devolviendo la fotografía a su lugar y luego caminé hacia el baño.
Cuando al fin estuve lista, me detuve a observar mi reflejo en el enorme espejo que decoraba mi habitación; ahí, podía ver lo que era desde mi cabeza hasta mis pies. Una chica de piel trigueña, con un desordenado moño sobre su cabeza me sonrió con tristeza por el reflejo. Mi mirada se desplazó lentamente por lo largo de mi cuerpo, deteniéndose en mis holgados pescadores y en mis tenis converse. Nunca me había importado mi apariencia, sabía que lucía como un marimacho y aun así, era en lo último que pensaba al salir de mi casa luciendo como un chico más. Pero ahora, era como si ese chip que había estado dormido en mi cerebro había despertado, instándome a parecer una chica verdadera.
Exhalé pesadamente, mientras sacudía la cabeza y tomaba mi bolso; tendría más tiempo después para pensar en mi apariencia de chico afeminado.
Bajé de dos en dos los escalones, Teresa estaba sentada en uno de los finos sofás de cuero n***o que mi padre se había esmerado en conseguir, frente a ella, Theo le hacía compañía, mientras le preguntaba sobre cómo le iba en el último curso del instituto. Terminé de bajar y levanté mi mano en señal de saludo, antes de caminar por el pasillo hacia la cocina. Ahí sucedía lo que sospeché desde que Teresa me informó que estaba en mi casa. Allan estaba preparando el desayuno como para un batallón.
—¿Qué sucede, Al? ¿Por qué no estás tratando de reconquistar a tu exnovia? —me burlé, apoyándome en la isla de la cocina.
—No fastidies, Tes —gruñó, viéndome sobre su hombro sin dejar de mover los huevos en el sartén—. ¿Por qué no me dijiste que vendría? No hubiese salido de mi cama tan temprano.
—No lo sabía... ¿Y cuándo vas a dejar de ser un maldito cobarde? Aun la amas, ¿No es así?
—El sentimiento ya no es mutuo, Tes. Ya no vale la pena.
Levanté los hombros, dejando salir un suspiro de exasperación.
—Idiota —murmuré, antes de girarme—. Voy a salir con Te. Espero que no comiences a llamarme a cada diez minutos.
—¿Tan obsesivo me crees?
—Para no herir tus sentimientos... mejor no voy a contestar a eso —le sonreí, guiñándole un ojo y luego desaparecí por la puerta.
(...)
Teresa era lo contrario a lo que yo podría ser con mi aspecto de marimacho. Mientras yo utilizaba camisetas que representaban a mis bandas favoritas, ella utilizaba faldas y blusas escotadas, con las cuales mostraba su bien proporcionado cuerpo. Su cabello castaño claro lucía impecable... la chica caminaba con tal seguridad que para ser sincera, yo envidiaba; ella sabía que su cuerpo llamaba la atención de todo el género masculino que nos encontrábamos por lo largo del centro comercial, y tal parecía que no le molestaba, puesto que lo único que hacía era sonreír y bambolear sus caderas con cada paso que daba.
—¿No te molesta que casi te desnuden con la mirada? —le cuestiono, observando a dos chicos pasar a su lado, los cuales le dedican miradas pervertidas para nada discretas.
Ella sonríe, mientras acomoda su cabello sobre sus hombros.
—No hacen nada con solo ver, Tes —fue su respuesta.
Se detuvo frente a una vitrina, donde se exhibían zapatos de tacón de aguja, me eché a reír al ver como sus ojos azules se iluminaron mientras apoyaba ambas manos sobre el vidrio.
—¡Dios! ¡Necesito un par de esos! —chilló con alegría antes de arrastrarme por el brazo hacia la zapatería.
Hice una mueca de dolor al verla caminar con ese tipo de zapatos. Al menos tenían unos 15 cm de altura, lo que ocasionaba que mis pies dolieran, y a la vez me sintiera agradecida de las converse que llevaba conmigo. ¿Alguna vez lograría caminar con algo así? No lo creía. Podría afirmar que con solo dos pasos, estuviera de cara al suelo.
—¿No crees que están hermosos? —cuestionó, sentándose en el asiento acolchado frente a mí, para quitarse los zapatos.
—Si tú lo dices —contesto, levantando los hombros.
—Me llevaré estos —le sonrió a la dependiente, entregándole los zapatos—. Aún no has comprado nada —habló, dirigiéndose a mí.
—Es porque suelo comprar lo que verdaderamente necesito —le digo, desviando la mirada hacia la ventana.
Fruncí el ceño cuando mi mirada enfocó a través de la ventana a una melena roja lo bastante conocida para mí; Stacey Fernández caminaba sonriendo, mientras prácticamente fracturaba el brazo del chico que caminaba a su lado. Me puse de pie, sintiendo a mi garganta secarse al conocer al chico que le devolvía la sonrisa y acariciaba su mejilla con su otra mano. Bajé mis manos, y entrelacé mis dedos frente a mi abdomen, tratando de creer que era el sujeto equivocado.
—¿Ese es Mason? —indagó Teresa, deteniéndose a mi lado.
—¿Lo conoces? —murmuré, sin poder alejar la mirada de la ventana.
—Se mudó frente a mi casa hace como mes y medio —hizo una pausa, sin dejar de seguirlos con la mirada—. ¿Esa no es la zorra de Stacey? Creí que el rubio era más inteligente —bufó con diversión.
Traté de sonreír, soportando la tentación de pararme en la puerta para que pudiera verme.
"Hace mucho no me sentía cómodo al estar alrededor de alguien" —me había dicho la noche anterior. Pero ahora parecía que se sentía exageradamente cómodo al lado de la ricachona curvilínea.
—Hijo de puta —murmuré entre dientes.
¿Pero en qué estaba pensando? ¿Acaso alguien como él en serio iba a fijarse en un marimacho como yo? ¡Claro! Pero que ingenua había sido... ¡Ni siquiera había querido besarme! ¿Por qué iba a hacerlo? Si lo hacía, de seguro hubiese sentido que estaba besando a otro chico.
—¿Tes? ¿Estás bien? Te has puesto muy pálida —arguyó Teresa, tomando mi mano—. ¡Dios! También estás fría. ¡No me asustes, j***r!
—Solo necesito un trago —dije, tratando de sonreír.
—No inventes —rio, sacudiendo su cabeza—. Tú no tomas.
—Nunca es tarde para aprender —espeté, caminando hacia la salida.
—Tessa Brown, ¿Qué mierda pasa contigo?
—¡Nada! ¡Solo odio ser el chico Brown número cinco! —exclamé, abriendo mis brazos con frustración.
—¿Qué carajos te sucede? —el ceño de Teresa se profundizó, mientras alejaba un mechón de cabello de su frente.
—Sucede que nunca voy a lograr conseguir todas esas miradas que tú consigues por donde quieras que vayas... sucede que es fácil reírse del marimacho al decirle palabras hermosas que la idiota se cree con facilidad, para luego caminar del brazo de una chica verdaderamente hermosa a como lo es Stacey —la rabia invadía cada parte de mi cuerpo, y las lágrimas amenazaban con salir de mis ojos, mientras un nudo se instalaba en mi garganta. ¿Por qué mierdas pensé que él era diferente?
Teresa me dedicó una sonrisa triste, para después estirar una mano y acariciar mi mejilla.
—Hablas de Mason —arguyó en un susurro—. Así que eres la chica de la cual le habla a Isaac cada vez que llega a la casa a jugar póker con él.
Abrí y cerré mi boca, incapaz de gesticular alguna palabra. Ella arrugó la nariz y luego se alejó a pagar los zapatos. Cuando estuvo a mi lado, caminamos en completo silencio hacia el ascensor.
—Si en serio te gusta —comenzó, mientras jugaba con sus dedos—. Tendrás que tenerle paciencia, Tes. Mason es un chico con muchas broncas, pero tiene una buena razón para cada una de ellas.
—¿Cómo es que sabes todo eso?
—Ya te lo dije —habló de manera indiferente, levantando los hombros—. Es mi vecino.
Dejé escapar una bocanada de aire, recostándome a la fría pared, mientras esperaba a que las puertas se abrieran. Crucé los brazos a la altura de mi pecho y me dediqué a ver hacia la nada. ¿Qué razón iba a tener de caminar al lado de Stacey de esa manera?
—Ahora, marimacho —dijo riendo mientras me miraba de arriba abajo—. ¿Qué tal si en vez del trago vamos por un pequeño cambio de look?