Hicieron como si nada hubiese pasado, pero, la verdad era que todo cambió: una nueva relación había nacido entre ellos.
Cocinaron juntos aquel pastel que después comieron mientras hacían las tareas del colegio, escucharon música y Anna le mostró su cuarto. Fue ahí donde ella lo aventó a su cama y después le dio otros besos, esos que llamó “precaución”, ya saben, para no dejar que la llama que había encendido se fuera a apagar.
Ganas no le faltaron de desvestirlo y hacer que su plan acabara, pero sabía que Víctor era de esos hombres que necesitaban tiempo, ese mismo que debía dejar que transcurriera entre los dos.
Pero él tenía algo diferente, eso mismo que le mostraba mientras le acariciaba su rostro y sonreía. “Eres hermosa —le susurraba al oído—, Dios te hizo perfecta”.
Esa noche, cuando ya se había marchado Víctor, Anna lloró en su cuarto, ahí, en medio de la oscuridad. Leo nunca le había dicho palabras bonitas, los halagos para él eran “ese culote tuyo, me gustan tus tetas”, cosas así.
Víctor se echó sobre su cama y dejó salir un suspiro.
—Me encantas, todo de ti me encanta —susurró Anna en su oído.
Su brazo derecho reposó sobre su frente; qué problema había ganado, qué confusión más grande.
—Víctor, ¿estás ahí? —dos golpecitos a la puerta de su habitación.
El joven quitó el brazo de su rostro y abrió los ojos. Era su padre quien llamaba a la puerta.
—Sí, papá —respondió Víctor—, ya llegué.
El señor abrió la puerta, su silueta oscura se podía divisar en el marco de la puerta.
—¿Cómo te fue? —preguntó el hombre.
—Bien, pero estoy muy cansado.
—¿Ya cenaste?
—Sí, padre.
—Bien, entonces báñate y te acuestas a dormir —sugirió con tomo apacible—. A veces haces muchas cosas, debes tomarte descansos, hijo.
Víctor se levantó de la cama con paso arrastrado y salió de la habitación, llevó una mano hasta uno de los hombros de su padre y le dio dos palmadas.
—Eso haré —dijo.
Anna observó que la pantalla de su celular se acababa de encender, lo tomó de la mesa de noche de su habitación y observó que Leo acababa de enviarle un mensaje: “llega a mi casa, esta vez no puedes fallar”. Anna dejó salir un suspiro y barrió su cabello con una mano.
Después de bañarse y cambiarse, se maquilló y salió de su cuarto. Su hermano Ower la vio llegar a la sala.
—¿A dónde vas? —preguntó desde el sofá de la sala.
—A donde no pueda ver tu horrenda cara —respondió Anna con tono aburrido.
—¡Anna! —gritó Ower—, ¡no te vas a ir! —se levantó—, ni se te ocurra cruzar esa puerta.
Anna se detuvo en seco y entreabrió su boca de la impresión. Un silencio lleno de tensión cubrió la sala.
—¿En serio? —preguntó Anna con tono burlón.
—Muy en serio —respondió Ower—. Sé que te vas a ver con el idiota de Leo y no lo voy a permitir.
—No lo vas a permitir en tus sueños —Anna desplegó una sonrisa torcida—. Tú puedes salir a verte con tus amigotes, pero yo no puedo verme con mis amigas; como es el señor mandamás…
—Si fuera verdad que te vas a ver con tus amigas no habría ningún problema, pero es con el imbécil de Leo. ¿Acaso no te quieres un poco, Anna?
—Deja de meterte en mi vida —gruñó Anna subiendo un poco más la voz—, ¿desde cuándo decidiste volverte el hermano sobreprotector?
—Anna…
—¡Cállate, Ower! —gritó con aspereza— Tú no me mandas ¡y si a mí se me da la gana de salir de la casa, lo hago!
—…que no vas a salir —Ower la observó con severidad—, ya dije.
Anna gruñó y caminó a paso apresurado hasta la puerta, abrió y la cerró a su espalda con mucha fuerza.
Mientras caminaba por la larga calle, limpiaba algunas lágrimas que rodaban por sus mejillas. Quería gritar de la impotencia, pero hizo como si no pasara nada; como siempre.
Dos golpes a la puerta de madera y una sonrisa fingida en el rostro, así fue como Anna llegó a la casa de Leo.
El joven la hizo pasar y los dos fueron directo al cuarto. Anna ya sabía lo que pasaría. Tenía que desnudarse al llegar y dejar que Leo lo hiciera con fuerza hasta que se saciara y la dejara tranquila.
Como un lobo hambriento, así lo veía mientras se bajaba los pantalones y se lanzaba encima de ella para penetrarla con fuerza. Las manos de Anna apretaban con fuerza las sábanas y su garganta soltaba gritos, pero no eran de pasión. Sus ojos se cerraban y espejismos de Víctor sonriendo danzaban en su mente.
En aquel momento Anna maldecía la hora en que dejó que aquel blandengue entrara en su vida. ¿Por qué en ese justo momento debía pensar en él?
“Eres hermosa, Dios te hizo perfecta” recordaba las palabras de Víctor.
Una bofetada en su rostro la hizo reaccionar. Leo estaba volviendo más fuertes sus envestidas y pasaba una mano por todo su abdomen desnudo hasta llegar a su busto.
—Mírame —ordenó el joven con voz algo ronca—, ¡mírame! —se acercó más a ella y la tomó de la barbilla—, esto es lo que no te podrá dar ese imbécil.
El rostro de Leo se fue hasta su cuello y con su lengua recorrió hasta llegar a su oreja. Leo se quitó la camisa y terminó de desvestirse por completo. Hizo que Anna se pusiera en cuatro y enrolló su cabello en una mano.
El cuerpo de Anna se erizó por completo y el placer invadió su cuerpo. Leo sabía cuáles eran sus puntos débiles y el lugar exacto donde ella podría llegar al clímax. Sintió que respiraron cerca de su oreja.
—Di que te gusta —susurró Leo—. Vamos —la penetró con fuerza—. Di que te fascina cómo te lo hago.
Anna dejó caer su rostro a las sábanas y las mordió mientras sentía su cuerpo volverse a erizar. Una nalgada y su excitación creció mucho más. Otra nalgada y sus gritos se volvieron en gemidos.
—¡Vamos, di que te gusta que yo te lo haga! —ordenó con rudeza, Leo.
—Sí… me gusta —dijo Anna en un hilo de voz.
Leo la penetró con mucha más fuerza y después se detuvo. Anna volteó a ver y vio que el joven se estaba masturbando mientras la veía.
Anna se sentó en la cama con algo de indignación y lo vio llegarse. Algo de odiaba de Leo: nunca la dejaba llegarse, sólo pensaba en su placer.
Víctor se despertó por el sonido de su celular. Llevó una mano a sus ojos y los frotó mientras, con la otra, tanteaba en la mesa de noche para alcanzar su teléfono.
—¿Hola? —contestó con voz ronca.
—Víctor, ¿te desperté? —era Ower.
—No… Bueno, sí —respondió el joven—, pero no importa, ¿qué sucede? Te escucho la voz algo rara, ¿qué pasó?
—Es Anna —Ower dejó salir un suspiro—. Ella… no sé qué le pasa, bueno, sé que ella es así, pero… está tan enamorada del tipo ese.
Víctor se sentó en la cama totalmente descompuesto por lo que acababa de escuchar. El sueño había corrido de él, le tenía miedo.
—¿Cuál tipo? —preguntó.
—Leo, el imbécil ese con el que siempre está —respondió Ower—. Se fue a la casa de él sin importarle que yo le había dicho que no lo hiciera, que se quedara en la casa. Yo sé que se fue con él, porque en la noche siempre que lo hace es por él. Una vez la seguí para saber a dónde iba siempre en las noches y la vi entrar a la casa de él. No sé por qué se deja tratar así, está tan embobada de ese tipejo.
Víctor debió imaginarlo, ella sólo jugaba con él, era su pasatiempo. ¿Cómo una chica como Anna se fijaría en él? Era bastante absurdo que hasta le hizo un poco de gracia. Soltó una de esas risitas que salen cuando te has dado cuenta que te han visto la cara de imbécil.
Al día siguiente, Víctor llegó al instituto como nunca lo había hecho: de mal humor. Todos sus compañeros lo saludaban y se extrañaban al verlo tan serio.
—¿Te pasa algo? —preguntaban sus amigos más cercanos.
—Nada, nada —respondía el chico.
Se sentó en su puesto y sacó de su bolso un libro, pero no se puso a leer, sólo lo quería para pasar el tiempo y que sus compañeros no lo molestaran; cómo le habría encantado ese día no ir al colegio. Sabía que allí vería a Anna y era la última persona a la que deseaba ver.
Pero allí venía Anna, con una sonrisa desplegada cuando sus ojos lo encontraron.
—Buenos días —saludó.
—Buenos días —respondió Víctor, era de esos que se les hacía imposible ignorar a una persona.
—Creo que voy a perder castellano —dijo Anna sentándose a su lado.
—Qué mal —soltó el joven.
—No he podido justificar mi investigación y cuando la profesora me llame, tendré una mala nota.
Víctor no dijo nada, sólo siguió leyendo el libro, o bueno, al menos eso le mostraba a Anna. Ella sentía que hablaba con el viento, por primera vez en todo el tiempo que llevaba hablando con Víctor, lo vio comportarse distante con ella.
—¿Qué tienes? —le preguntó al darse por vencida; algo que era bastante habitual en ella.
—Ayer… —Víctor cerró el libro y la observó fijamente— ¿te viste con Leo?
—¿Qué? —inquirió Anna—, no, sabes que pasamos toda la tarde juntos —dibujó una sonrisa—. ¿De dónde sacaste esa idea?
—Anna, no soy tan estúpido como piensas que soy —dijo con tono seco y áspero—, no me quieras ver la cara de idiota.
—Víctor —Anna tragó en seco—, en serio, no me he visto con él, además… —su voz se quebró, tuvo que respirar hondo para calmarse— sabes que él y yo no somos nada.
El joven la observaba con intensidad, como si quisiera encontrar en ella una respuesta, una que no pudo obtener.
—No te puedo creer eso —dijo con algo de tristeza—, ya los he visto besándose, ¿cómo quieres que no piense que tú no estabas ayer en su casa y que algo no pasó entre ustedes dos si…
—¿Si qué? —inquirió Anna bastante seria.
—…si tu mismo hermano me lo dijo?
—Por favor —Anna arrugó el entrecejo—, Ower, ¿en serio? —se acercó un poco más a él—, Ower me odia. ¿Qué le dijiste? ¿Le contaste que nos besamos?
—Anna, por favor, —pidió Víctor— no quiero ser grosero contigo. No quiero que me vuelvas a hablar.
—Víctor, por favor —lo tomó de las manos—, no me puedes hacer esto. Te estoy diciendo la verdad —lo observó fijamente—. Ayer sí salí de mi casa, pero me fui a ver con unas amigas, te juro que no me vi con Leo. Discutí con mi hermano porque él creía que me iba a ver con Leo, pero le dije que no era así, sabes cómo es él, obviamente Ower no me creyó ni una sola palabra. Por favor, confía en mí, ¿sí? —Víctor ya se veía algo confundido—Yo no sería capaz de engañarte, no después de lo que sucedió ayer.
—Anna… yo…
—Lo sé, no eres capaz de confiar en mí —Anna alejó sus manos—, ¿cómo confiar en la chica de la que todos hablan —sonrió—, la que dicen que se acuesta con cualquiera. Claro, tú no puedes estar con alguien así —se levantó de la silla—. Debí entender eso desde el principio, tú nunca me verás como una chica que se pueda convertir en tu novia.
—Anna, no es…
—Víctor, tranquilo —volvió a sonreír—, ya entendí cuál es mi lugar.
La joven se alejó de él, su corazón latía demasiado rápido y sus manos estaban temblando. Llegó a su puesto y se sentó mientras intentaba no observar a Víctor. Sabía que con aquellas palabras lograría convencerlo, dentro de unas horas lo tendría rogándole perdón y el tema acabaría allí.
Y así sucedió, Víctor no pudo controlarse, en las horas que transcurrieron, en repetidas ocasiones volteó a verla con rostro preocupado. Cuando sonó el cuarto timbre del día y el descanso comenzó, el joven caminó hasta su puesto y se sentó a su lado.
—Disculpa —dijo con tono afanado—, no debí dudar de ti, perdona.
Era la hora de Anna, ese momento que tanto estaba esperando. Mientras recogía sus libros, tornó su rostro serio y algo triste, dejó salir un suspiro y volteó a verlo.
—Víctor —volvió a suspirar—, no lo sé… Tu y yo somos tan diferentes. ¿Qué van a pensar las personas cuando nos vean? Estoy segura que esto va a volver a repetirse, te van a decir muchas cosas.
Víctor se veía pensativo y algo consternado.
—Me encanta estar contigo —soltó Anna—, me ha fascinado el tiempo que he pasado contigo, eres una persona maravillosa y me entristece que pienses así de mí, pero… ¿qué me podría esperar si todos piensan que soy así?
—Anna, yo no pienso que seas así —confesó Víctor—, yo creo en ti.
—Pero hace unas horas me dijiste que sí lo creías, que ya me habías visto.
—Anna, me confundí por un momento —alegó Víctor—. Pensé que alguien como tú no querría estar conmigo, ¿cómo te vas a conformar con alguien como yo?
Anna entreabrió sus labios por el asombro que la estaba consumiendo.
—Me sorprendió enterarme que gustabas de mí y más que te gustaría tener algo conmigo —explicó Víctor—. Siempre te has rodeado de hombres como Leo y yo no soy para nada ese tipo de hombre, soy… más aburrido, no tan interesante. Tú eres una chica sumamente increíble y maravillosa.
—Víctor… lo mejor es que no volvamos a hablar —esbozó Anna—, yo… Lo mejor es que sea así, para no volver a tener problemas.
—Pero… ¿por qué? —soltó Víctor con tristeza.
—Porque… —Anna tragó en seco— yo en realidad no soy esa chica que dices que soy.
—Claro que sí, me has mostrado que lo eres, sólo que tú no sabes aceptarla —Víctor tomó una de sus manos y la entrelazó con la suya—. Quiero más días como el de ayer, así de perfectos.
Víctor se levantó de la silla y la hizo hacer lo mismo. Le mostró una gran sonrisa de esas que derretían a la jovencita.
—Ven, hablemos en un lugar más privado —dijo mientras caminaban a la salida.
Por el pasillo, todos los observaban sorprendidos, ya que caminaban tomados de la mano. Parecía que a Víctor nada de esto le preocupaba, ya que caminaba bastante gustoso al lado de Anna.
A ella sí le preocupaba lo que estaba sucediendo, no quería que Leo pensara algo equivocado y tuviera problemas con él. Pero en ese momento Anna estaba viviendo algo totalmente diferente a lo que ella estaba acostumbraba; parecía la novia de Víctor y debía aceptar que le gustaba esa sensación.
Llegaron a las gradas de la cancha de fútbol. Esta vez tenían compañía, había un grupo de jóvenes jugando un partido que, por lo sudorosos que estaban, se notaba que ya llevaba un buen rato.
Se sentaron en la última grada, ahí donde podían apreciar toda la vista del partido. Víctor seguía tomándola de la mano y parecía no querer soltarla por un buen rato.
—Aquí fue donde te reconocí por primera vez —confesó Víctor—. Yo te conozco de años, Anna. Recuerdo que la primera vez que te vi fue el primer día que llegué a mi iglesia, te vi cantar en el coro, eras la voz principal…
Anna frunció el ceño mientras lo observaba.
—…era nuevo en la ciudad y mis padres apenas se estaban relacionando con todos —siguió Víctor—, me impresionó tu voz y quería hablarte a la salida, pero me dio mucha vergüenza. Siempre te veía de lejos, en la escuela dominical eras la que siempre alzaba la mano para dar las respuestas y todos los niños te seguían. Después… dejaste de asistir y no te pude volver a ver. Creí que no volvería a encontrarme contigo, pero te volví a ver cuando me hice amigo de tu hermano, fue una gran coincidencia, recuerdo que ese día en el parque llevabas puesto un vestido rosado de tiras, debías tener como unos trece años y tu cabello te llegaba hasta las caderas; te veías tan hermosa…
—¿En el parque?
—Sí, ese día acompañé a tu hermano junto con otros amigos más, fuimos a buscarte en el parque y te encontramos con tu grupo de amigos, hablabas con Leo y a tu hermano eso no le gustó y terminó peleando con él.
—Ah… —soltó Anna ruborizada— ese día…
—Después te podía ver sólo de lejos —prosiguió Víctor—, siempre tan irreverente y obstinada, hablando con tanta seguridad a todos y metiéndote en problemas —soltó una pequeña risita—. La primera vez que pudimos hablar fue esa vez en la plaza, ¿recuerdas?
—Sí… —soltó Anna con vergüenza.
—Dijiste que pertenecías a una iglesia satánica.
—Por favor, no me recuerdes eso.
Los dos jovencitos soltaron una carcajada.
—Cuando vi que entraste a estudiar aquí, me sorprendí muchísimo —confesó Víctor con alegría—, pero nunca supe acercarme a ti, sólo te observaba aquí siempre.
—Si lo hubieras hecho… tal vez ahora seríamos grandes amigos —esbozó Anna.
—Yo no quiero ser solamente tu amigo, Anna.
—Entonces… ¿qué quieres…?
Víctor llevó la mano que tenía suelta hasta una de las mejillas de Anna, la acarició lentamente y con dulzura, sin prisa, como debía ser. Lentamente acercó su rostro hasta ella, sus labios pudieron sentirla y poco a poco se fundieron en un beso, uno bastante lento y tierno que le provocó cosquillas en el pecho de Anna.
Él la miró fijamente, sonrió y besó su frente. Fue en ese instante que Víctor ganó el corazón de Anna. Ya… las cosas… no serían igual… no en Anna.
Quedaron allí, abrazados. Anna fundía su rostro en el pecho de Víctor. Pensaba en qué sería de ella ahora que estaba viendo a Víctor con otros ojos. No quería sufrir por amor, porque sabía que era totalmente seguro que eso pasaría. Siempre terminaba con el corazón roto.
—Me encantas, Anna —susurró Víctor en su oído—. Mi corazón es tuyo.
Las siguientes horas pasaron muy calmadas para Anna. Para su fortuna, Leo no había llegado a clases y pudo estar bastante cercana a Víctor sin problema alguno.
Al finalizarse las clases, volvieron a caminar a casa tomados de la mano mientras conversaban de temas generales. Algo característico en Víctor era su falta de morbo, prefería conversar de otros temas diferente al sexo y divertirse “inocentemente” con Anna.
Al llegar a la casa de Anna, hicieron los trabajos mientras comían un poco de helado de fresa en la sala, ya que a Víctor no le gustaba entrar en cuartos de casas ajenas, le explicó a Anna que eso iba en contra de su ética.
—Víctor —llamó en un momento, Anna.
El joven alzó la mirada y Anna lo observó fijamente.
—Wao —soltó mientras sonreía—, tienes unos ojos hermosos, lástima que tengas tantas ojeras.
—Tengo que mantener mi promedio para no perder la beca —respondió Víctor mientras volvía su mirada a la libreta.
—¿Cuál beca? —inquirió la chica.
—Tengo una beca para estudiar medicina —respondió el joven con voz un poco vaga—, ¿no sabías?
—No… —soltó Anna mientras se acodaba en la pequeña mesita de cristal— pero no me sorprende para nada, eres bastante inteligente y… es normal que alguien como tú vaya a estudiar medicina en… me imagino que es una universidad importante.
—Ujum… —musitó Víctor mientras escribía una cifra en la calculadora.
Anna dejó salir un suspiro mientras pasaba su mirada por la sala, terminó observando el helado que poco a poco se iba derritiendo y las gotas de agua se deslizaban por el vaso de vidrio.
—Dime, Anna… —Víctor alzó la mirada— ¿qué carrera te gustaría estudiar?
—No quiero ir a la universidad —Anna bajó la mirada a su libreta de apuntes.
—¿Por qué?
—No me interesa.
—Pero… debe haber algo que te guste mucho, —insistió Víctor— como la repostería, podrías estudiar gastronomía.
—No me interesa estudiar, Víctor —Anna lo encaró—. Yo no soy como tú, ¿sí?, no me interesa el estudio. Es una pérdida de dinero.
—¿Crees que no eres capaz de ser admitida en la universidad? —inquirió Víctor.
Anna mordió la parte interna de su labio inferior e intentó que su respiración se calmara, así mismo como el nudo que se estaba formando en su garganta.
—No hablemos más del tema, por favor —pidió al sentirse más calmada.
—Anna —llamó Víctor con mucha tranquilidad—, eres inteligente y puedes lograr todo lo que te propongas.
—No sigas, Víctor, por favor —insistió Anna. Sentía que el cualquier momento iba a derramar las lágrimas.
—Recuerdo que una vez dijiste en la escuela dominical que te gustaría tener una empresa —siguió Víctor—. Ower está estudiando negocios internacionales, tu madre es gerente… —la observó fijamente— parece que es algo que le apasiona mucho a tu familia. ¿Quieres estudiar administración de empresas? —sonrió— ¡Claro, así podrás montar tu propia pastelería!
Los ojos de Anna se enrojecieron y pronto se cristalizaron, apartó el rostro de Víctor en un intento afanoso por no dejarlo verla llorar.
—Anna —llamó—, yo quiero ayudarte a que puedas lograr ese sueño —sonrió, aunque sabía que ella no lo podía ver—. Tienes una gran aptitud, sé que serías bastante buena. Imagínate, toda una empresaria.
Anna no pudo contener los sollozos que inundaron su pecho. Víctor había encontrado su punto más frágil y la estaba escarbando con intenciones de encontrar la raíz. De pronto, Anna sintió unos cálidos brazos que la estaban rodeando.
—Ya verás, vas a poder lograrlo —susurró Víctor—, yo te voy a ayudar.
—No, yo no puedo —replicó Anna con voz rota—. Yo soy bruta, no voy a poder entrar, ¿quién me va a pagar la inscripción? Mi mamá me dijo que ella no cree en mí, dice que soy una buena para nada.
—No, no creas nada de eso —dijo Víctor mientras le acariciaba el cabello—, tú eres muy inteligente, demuéstrale que quieres estudiar.
Anna se alejó de él. Víctor se sorprendió al verla llorar con mucha intensidad. La joven trataba de limpiar las lágrimas con sus manos, pero salían nuevas con gran rapidez y volvían a humedecer sus rojas mejillas.
Víctor tomó sus manos para que dejara aquella guerra con sus lágrimas y la hizo observarlo fijamente.
—Anna, cuando entreguen el tercer boletín en el colegio, ella verá que has cambiado, estará muy sorprendida y creerá en ti —dijo Víctor con mucha seguridad—. Yo te estoy ayudando a superarte, te estaré apoyando siempre y vamos a ir juntos a la universidad —sonrió ampliamente—. Eso hacen las parejas, se apoyan, ¿no?
—Pero yo…
—Tranquila, todo estará bien —Víctor acercó las manos de Anna a su rostro y las besó—. Mi princesa —volvió a mirarla y le dio un beso en su frente.
El corazón de Anna latía con muchísima intensidad. ¿Qué estaba sucediendo en su vida? ¿Acaso Víctor era un ángel? ¿Por qué la estaba tratando tan lindo? Qué cruel era, estaba haciendo que no deseara separarse de él nunca.