—Hola, papi —escucha Aleskey la voz de Altair. Confundido porque recordó haber visto, antes de decidirse a contestar la llamada, en la pantalla de su móvil un número desconocido, volvió a mirar en ella para confirmar. En efecto, no había errado. Volvió el auricular a su oído. —Diga —adujo él con duda. —Papi —repitió la voz que le era familiar al otro lado de la línea, pero se negaba a aceptar que fuera quien recordaba, no el era posible pues su tesoro no estaba en el país y sus llamadas eran por otro medio—, soy yo, Altair —le aclaró la voz. —¿Amor? —inquirió con duda Aleskey. —Sí, papi, soy yo, estoy en el aeropuerto —le dijo ella. Aleskey casi se atora con el líquido del sorbo de la cerveza que se acababa de tomar. Tosió varias veces, miró a su alrededor. Estaba en compañía de Ant