Al ver que pasaban los minutos y Altair no daba muestras de obedecer a su petición, Eiron se inclinó para tomarla en brazos. Ya se le estaba haciendo costumbre dar este paso para llevarla a hacer lo que él estimaba que deseaba pero por orgullo se negaba a reconocer. El nivel de egocentrismo de Eiron era tal que terminaba considerando que ella sentía lo mismo que él. No entendía en sí qué lo llevaba a actuar de esa forma tan irracional con ella. El haber tenido todo lo que ha querido, pareciera no permitirle considerar ver la realidad, ver que pudiera querer realmente Altair. —¿Qué haces? —se quejó ella—. llévame de regreso, ¿a dónde carrizo me trajiste? —inquirió ella molesta. —Ya te dije, a casa —respondió él en tranquilidad al tiempo que la alzó en sus brazos y la sacó del automóvil.