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El cantar de la bestia

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Blurb

En la oscuridad aguarda una criatura ancestral que todas las noches sale a cazar. Necesita la sangre de niños para vivir, pero el matar por sobrevivir no lo es todo, junto con sus criaturas del infierno se la pasa en grande dando caza a sus víctimas, pues no hay nada más placentero que torturar a tu presa antes de devorarla.

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El cantar de la bestia
La pequeña permanecía oculta detrás de una lápida, que albergaba los restos de una tal Efigenia Fiore, qué había muerto ya hacía más de 20 años, de manera que la sepultura se apreciaba gastada por la intransigencia del tiempo. Era media noche y la luna estaba en creciente cóncava, simulando la riza de algún malvado ser, que desde el cielo se burlaba de la niña, que con lágrimas en el rostro temblaba, no de frió si no de miedo por lo que suponía estaba por ocurrirle. No podía ver nada más que las sombrías sombras que proyectaban las demás tumbas a su alrededor. La necrópolis se hallaba en un completo silencio, ni siquiera el sonido de los coyotes lograba escucharse, solo percibía su respiración que se agitaba conforme se iba acrecentando el terror. Había llegado corriendo hacia muy poco. Lejos de su hogar, aquel extraño pueblo le parecía un laberinto sin salida y sin siquiera darse cuenta se encontraba ahora en un cementerio. No cruzó ninguna entrada, simplemente dejó de correr por el campo y de repente se encontraba rodeada de todas esas tumbas llenas de gente muerta. Podía imaginar que pronto alguna criatura la jalaría del suelo hacía las profundidades del averno, para sepultarla para siempre en las entrañas de la oscuridad. Fue robada de su casa esa misma mañana mientras su madre se dirigía a trabajar, siempre le advertía que no les abriera a desconocidos, pero aquella voz, sonaba tan dulce que fue inevitable el no abrirle, solamente para encontrarse con un par de hombres enormes que custodiaban a una mujer con una capucha negra y vestida toda de n***o que le sonrió, únicamente pudo ver su boca gesticulando esa monstruosa y diabólica sonrisa. Y fue lo último que observó, puesto que fue brutalmente golpeada por uno de aquellos hombretones, dejándola inconsciente al instante, despertando horas después en medio de un prado completamente sola en la oscuridad. Ahora, suplicaba a su ángel de la guarda la ayudara, pedía que este descendiera de los cielos, y que sujetando su mano se la llevara volando hasta volver a estar en los brazos de su madre que tanto extrañaba. No obstante, sus súplicas fueron en vano, en aquel desolado camposanto no había cabida para ángel o criatura divina, solo para los monstruos que habitaban y custodiaban hambrientas aquel lugar. Ya era la hora y el cantar de la bestia no se hizo esperar, de repente se escuchó el gruñido de un ser que parecía salido del infierno, al instante fue otro y al siguiente otro más. Eran tres especímenes que se acercaban, podía sentir por las vibraciones como sus pisadas violentas y potentes eran más intensas, corrían desesperadas por ser alimentadas pues la presa se presentaba lista y servida en bandeja de plata. Sus gruñidos se intensificaron y en un abrir y cerrar de ojos estaban ahí, saltaron sobre la chiquilla que no alcanzó ni a levantarse, hecha un ovillo seguía rezando a un Dios sordo que se negaba a ayudarle, cuando esas criaturas la envistieron al mismo tiempo. Un desgarrador grito se oyó a lo lejos, la comida estaba servida. Unos extraños ojos surgieron de la lobreguez. El amo había llegado, resguardado por sus bestias pasó así a beber ese elixir escarlata que tanto le gustaba. Nada mejor que la sangre de una nena aterrada para proseguir con la cacería de infantes.    Ese día como todos los demás Odón y Ubaldo jugaban en el río, tenía rato que habían terminado con sus deberes en la casa. Odón, hijo de un carnicero limpió el suelo del matadero, eliminando hasta la última gota de sangre de la vaca que su padre y sus empleados acababan de matar. Por otra parte, Ubaldo que era el hijo del panadero, cumplió con su labor lavando todos los recipientes que solían ensuciar su madre y su padre, cuando terminaban de amasar y colocar el pan en charolas listas para meterlas en el horno de barro. Una vez finalizadas las tareas eran libres de ir a donde quisieran, claro siempre y cuando no se alejaran del pueblo. Mas sin embargo no había necesidad de advertencias ni de amenazas, ambos chicos la pasaban en grande lanzándose al rió, desde el columpio que construyeron sobre la rama de un árbol que se extendía hasta el centro del afluente. El agua siempre los recibía cristalina y fría, de modo que pasaban la mayor parte del día jugando allí. Odón tenía 10 años y Ubaldo 9 y ya eran unos expertos nadadores, gracias a sus padres quienes enseñaron a muy corta edad. Y desde entonces sin falta alguna asistían siempre a nadar en el raudal. Se encontraban justamente sacando piedras del fondo del agua, cuando de repente en la orilla apareció una misteriosa mujer vestida toda de n***o, con una capucha que le cubría la mayor parte del rostro, lo único que alcanzaban a divisar de su faz era su boca que sonreía. - ¿Hola, está perdida? - Preguntó Ubaldo mientras salía del agua. La desconocida simplemente inclinó la cabeza para que no pudieran verla. En cuanto Odón también emergió de las entrañas del rio, la extraña silbó y en cuestión de segundos cuatro hombres surgieron detrás de los árboles, e inmediatamente rodearon a los chicos. Ubaldo tomó del brazo a su amigo e intentó huir, pero fui inútil. Aquellos sujetos, con la agilidad de una fiera se lanzaron sobre sus víctimas, sometiéndolas en el acto sin oportunidad si quiera de poder soltarse. Odón quedó impactado, no decía nada, mientras que su amigo gritaba con todas sus fuerzas, finalmente uno de ellos para callarle, lo golpeo con una furia tremenda provocando que este callera de bruces al suelo. Inmediatamente ambos fueron sometidos y amordazados, los cargaron y procedieron a partir de ahí. Minutos después, se encontraban dentro de un carretón techado y completamente sellado para que no pudieran ni sacar los dedos, por ende, era infructuoso tratar de ver el exterior. Dentro, la mayor parte del suelo contenía paja sucia, sobre la cual había más niños maniatados y amordazados de diferentes edades. La mayoría sollozaban, uno que otro permanecía desmayado y un par de ellos paralizados encima de sus propios meados. Ubaldo era de los que lloraba, no paraba de gimotear y de suplicar los dejaran en libertad. Sin embargo, las súplicas fueron inútiles. Al poco rato la mayoría terminaron dormidos y el recorrido continuo. Horas después el carretón fue detenido. Y uno a uno fueron saliendo los niños. Acto seguido custodiados por 8 hombres, cuatro que los habían secuestrado y cuatro nuevos que salían a su encuentro, fueron llevados a una bodega, donde encerraron a los 10 niños raptados. El lugar era enorme y apestaba horrible, se alcanzaba a ver algo en su interior por la luz que se filtraba de las pequeñas hendiduras del aposento. Odón trato de divisar algo en las ranuras que descubrió, pero fuera únicamente veía la hierba del campo y nada más. Media hora trascurrió, cuando entró uno de aquellos secuestradores y les arrojó al piso de tierra un montón de bolillos duros para que comieran, dejando un balde de metal lleno de agua, y uno vacío el cual les indicó era por si querían cagar o mear, y acto seguido salió del recinto. La mayoría de los niños permanecía en llanto, uno que otro se animó a comer algo, entre ellos Odón. Con el correr del tiempo, Ubaldo se quedó dormido con la cabeza sobre las piernas de su amigo, mientras este le acariciaba el cabello. No podía evitar tocarlo, siempre había sentido esa necesidad y nunca podía hacerlo, era algo bueno que ocurría, al fin podía llevar a cabo al menos una parte de esos deseos, los cuales nunca mencionaba a nadie, pues sabía muy bien lo tomarían por un demente. Cuando el sol se ocultó y quedaron sumergidos en la oscuridad, fue cuando la puerta se abrió, y colocada en la entrada apareció la mujer de la capucha, detrás un par de hombres con antorchas la secundaban. Acto seguido cruzó el umbral y una vez en el interior comenzó hablar: -Se que se sienten confundidos y que tienen miedo, quisiera decirles que todo estará bien y que pronto regresaran a sus hogares, pero sería cruel de mi parte mentirles de esa manera, por ello lo único que puedo ofrecerles para darles un poco de alivio es la verdad… y lo cierto es que los trajimos aquí para ofrecérselos al señor de la noche, nuestro amo, a quien le debemos completa obediencia. Desde que él llegó a nuestra comunidad exigió niños pequeños, y para no tener que dar los nuestros tuvimos que empezar a traerlos de otros pueblos. Por eso están aquí, es inútil luchar, lo único que pueden hacer es rendirse ante él de una buena vez. Y así concluyendo con su discurso abandonó la bodega. Una vez fuera comenzaron a entrar los gamberros, que con la más grande de las crueldades arrastraron a cada uno de los niños fuera de ahí. Inmediatamente liberados, los carceleros subieron a sus respectivos caballos y se alejaron a todo galope, dejando a los pequeños abandonados en medio de la nada. Algunos trataron de regresar a su prisión, no obstante, ya era tarde pues las puertas fueron selladas con cadena y candado, en consecuencia, quedaban indefensos en la intemperie en mitad de la nada. La mayoría de ellos seguían llorando y suplicando por sus mamás. Ubaldo entre sollozos desesperados, le gritaba a los sujetos que ya no se alcanzaban a ver volvieran, ya que con su partida se llevaban las antorchas, dejándolos en penumbras. Al poco rato, mientras permanecían donde mismo, escucharon unos horribles gruñidos a lo lejos. Horrorizados de lo que pudiera ser, (pues cada vez podían sentirle más cerca) comenzaron a correr, dispersándose por todas partes. Odón y Ubaldo que habían permanecido juntos también salieron disparados de ahí, seguidos por un par de hermanas gemelas que lloraban descontroladas. Corrieron y corrieron hasta que oyeron los gritos de uno de sus compañeros, el aullido que fue tan espantoso los detuvo en seco, había sido similar a los bramidos de un cerdo cuando está siendo llevado al matadero. Una vez continuaron con su desesperado recorrido, lograron divisar a lo lejos una luz, y conforme se iban acercando descubrieron que se trataba de las farolas de una cabaña. En cuanto chocaron sobre la poterna, comenzaron a golpearla con furia las hermanas y Ubaldo que entre gritos suplicaban los ayudaran. Odón por su cuenta miraba dentro de las entrañas de la negrura para ver si lograba divisar algo. Resignadas las gemelas se abrazaron y continuaron con el llanto, mientras Ubaldo persistía en seguir golpeando la puerta inútilmente. De repente volvieron a oír esos bramidos horribles demasiado cerca, las gemelas tomadas de las manos se alejaron de la cabaña, justo en ese instante saltó frente a ellas una horrible criatura que las detuvo en seco. Era enorme, tan alta como un caballo, tenía la piel pálida y marchita, se sostenía en cuatro patas con la misma postura de los chimpancés, por ellos sus extremidades superiores eran tan largas como las inferiores, estas terminaban en unas huesudas manos con enormes garras negras. La cabeza completamente calva sin rastro de pelo como todo su cuerpo, era muy pequeña en comparación a su enorme cuerpo, no tenía ojos únicamente tres aberturas, dos de las cuales le servían como nariz por donde respiraba, y la tercera era una enorme hendidura de la cual sobresalían un par de enormes colmillos amarillentos, era las fauces de una bestia. El upiro les rugió a las pequeñas que no tardaron en orinarse; acto seguido surgió un extraño hombre, en un principio pensaron que se trataba de un adulto cualquiera, pero cuando se acercó a ellos pudieron comprobar con horror que no lo era. Su aspecto era igual de pálido que el del primer vestiglo, con la diferencia de que esta tenía un aspecto más humanoide, e iba completamente erguido y desnudo. Sin embargo, en el lugar donde deberían de estar sus genitales no se percibía nada, ni siquiera vello púbico; como si hubiera nacido sin órganos sexuales y solo tuviera más piel ahí. Tenía una prominente barriga y sus pechos eran grandes y caídos como los de un hombre obeso no como los de una mujer, por ello se podía entre ver que podía ser un tanto masculino. Su larga y sucia cabellera negra le caía sobre la espalda hasta unas insipientes nalgas planas. Al igual que el primer monstruo también tenía unas filosas garras. Toda la faz del ser era la de un humano, con la diferencia de que esta tenía los iris completamente rojos. Al igual que la primera también tenía unos largos colmillos que sobresalían de su boca, con la diferencia de que estos eran blancos y limpios. El extraño hombre se acercó a las hermanas aterradas, y con fuerza sujetó a una y la olfateó, sus ojos se tornaron plateados e inmediatamente presa de la euforia salvaje, se dirigió a la yugular y mordió. La niña se retorcía y pedía piedad en vano. El amo no la liberó hasta que se sació. Una vez terminado de alimentarse, la arrojó a los pies de la primera criatura, que pasó a despedazarla con sus garras y alimentarse con su cuerpo mutilado. El asesino, prosiguió con la siguiente chiquilla que seguía catatónica. Completamente empapado con la sangre de la hermana, tomó a la otra y procedió a repetir la operación. El subsecuente fue Ubaldo, que a pesar de sus súplicas no consiguió conmover al amo. En cuanto le sacó hasta la última gota de sangre lo arrojó sobre los pies de Odón, quien seguía sin decir nada observando estupefacto cada una de las muertes, entonces se agachó y contempló el cuerpo sin vida de su amigo. Sujetó un pedazo de rama que estaba cerca de él, era fuerte y resistente y terminaba en una peligrosa punta. fascinado con lo que tenía a sus pies, introdujo la rama en el ojo de su amigo, hundiéndola hasta donde sus fuerzas le permitieron. La satisfacción fue tan grande que sonrió, siempre deseó hacerle algo así a su amigo o cualquier otra persona, jamás se lo contó a alguien, ahora lo había logrado, e ignorando en todo momento al par de monstruos siguió flagelando el cuerpo de su amigo. Entonces aquel ser dio media vuelta y se marchó a continuar con su cacería. Al otro día al amanecer, fue encontrado por la mujer encapuchada y sus acompañantes, quedó sorprendida al ver a Odón aún con vida, hacia más de 18 años que algo así no ocurría y se alegró por el niño. -Veo que el amo te aceptó, me parece muy bien, ahora vivirás con nosotros- Odón que estaba cubierto con la sangre de su amigo sonrió y asintió. Fin

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