A pesar de la ternura que me despertaba Mimi, la calentura no había remitido del todo, y ahora volvía con fuerza. Y teniéndola tan pegada a mí, y con mi mano tan cerca de sus partes íntimas, no era nada fácil lograr que mi sexo se ablandara. El sentimiento de protección que me poseía, se le mezclaba la enorme necesidad de desnudarla y penetrarla. De las tres, era la única por la que sentía cierto impulso paternal, pero ahora que a ese impulso se le sumaba la lascivia, lo que me provocaba esa chica era tan hermoso como retorcido. —Voy a venir corriendo cada vez que necesites algo —aseguré—. Sean cucarachas, u hombres malos. Mi mano se deslizó a través de la cintura de la chica. Si Mimi movía su brazo de manera imprevista, podría notar la dureza que había entre mis piernas. Pero en ese mo