No podía estar más eufórico. En ese punto, aunque Daniela no me hubiera sido infiel, no iba a poder contenerme. Me iba a comer al menos a una de esas pendejas esa misma noche —a la otra quizás la dejaría para el postre—. Ya no había dudas de que Mel me correspondía y ahora resultaba que la zorra de Fernanda era la que había abusado de mí en la oscuridad, y, según suponía, la que me había alertado de la traición de mi pareja. Era irónico que al final la primera sospechosa fuera la culpable. Qué terrible culeada le pegaría a esa pendeja soberbia cuando la agarre, pensaba. Pero lo más seguro era que primero fuera por Mel. En el baño se había hecho la tonta, diciendo que no estaba segura de si quería que fuera a verla a su cuarto. Pero cuando decía eso, la princesita dejaba que metiera mano e