Caminé desnuda hasta la botella de vino, me serví otro poco en una copa, y me lo bebí casi de un sorbo. Quería tener la garganta clara para hablar con el pibe que se cogía a mi hija. Si él pensaba meter el p**o entre las piernas de mi nena, debería pagar peaje… y yo sería la cobradora. Tengo que admitir que esa actitud de “madre superada” se deterioró mucho en el instante en que vi a Pablo entrar. Una vez más me sentí desnuda (bueno, realmente lo estaba) y expuesta. Tal vez todo esto era una locura. ¿Cómo se me ocurrió hablarle al chico estando completamente desnuda? Él podía ver las areolas de mis pezones, coronando mis grandes tetas. Y mi concha, sus ojos no dejaban de bajar hasta mi concha. Al parecer él quería evitar mirarme, pero no lo conseguía. Ahí estaba, toda mi húmeda concha, ex