—Magnus, no molestes a tu hermana —lo retó mi madre. —Solamente estoy jugando —se defendió. —Entonces volvé a la mesa, porque el juego es acá —esta vez fue mi padre el que hizo valer su autoridad; Magnus me soltó de mala gana. Entiendo que él estuviera tan caliente como para olvidarse de las normas del juego. No podía culparlo por querer clavarme. Tal vez si me la hubiera metido por la concha, se lo hubiera permitido, durante un rato. Pero por la cola no. Reanudamos el juego, entre risas y alcohol. Esta vez conseguí salir victoriosa, gracias a las buenas cartas que llegaron hasta mis manos. Me alegré al ver que la peor combinación sobre la mesa era la de mi madre, con el alcohol que recorría mi cuerpo me costó un poco calcular qué cartas eran peores; pero Henry corroboró que ella hab