La estábamos pasando de maravilla (lo digo en plural porque imagino que ella también estaba disfrutando, podía notarlo en sus ojos), lamentablemente este hermoso momento no duró mucho. En cuanto el picaporte se movió, Martina se puso de pie de un salto. Para cuando la puerta se abrió, ella ya estaba firme, como una estatua, aparentando total normalidad. Aunque su boca estaba cubierta de mis flujos vaginales. Disimuladamente se los limpió con una mano mientras, con la otra, seguía hurgando dentro de mi concha. ―Disculpe la tardanza, Magdalena ―dijo Roberto, con una brillante sonrisa―. Tenía que atender un pequeño asunto. ―No te preocupes, tu hija me estaba atendiendo de maravilla ―noté que Martina sonreía con tímida satisfacción―. Estoy segura de que ella va a ser una gran ginecóloga.