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No sólo otra chica nueva

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Callan me besó a fondo, avivando las llamas entre nosotros antes de mordisquearme el labio.

Deseosa de más, abrí la boca como una dulce invitación. Pasó su lengua por la mía y profundizó el beso. Me aferré a los lados de su camisa, balanceándome contra él.

Las manos de Callan bajaron hasta agarrarme las nalgas y tirar de mí contra él. Sentía su dureza contra mi muslo.

—Callan... Susurré mientras sus labios recorrían mi cuello.

—¿Mhm? —Callan murmuró contra mi piel.

—Hazme el amor.

*

Tras una ruptura que supuso la pérdida de su negocio, Isla tiene una política de no tener citas con sus compañeros de trabajo. Es una mujer con algo que demostrar, y ningún hombre se lo va a quitar esta vez.

Excepto, quizá, el director general Callan. Después de una noche de vapor, Callan está decidido a derribar los muros de hielo de Isa.

¿Podrá Isa dejar atrás el pasado y arriesgarlo todo por Callan?

"No sólo otra chica nueva" es una creación de Scarlett Rossi, autora de eGlobal Creative Publishing.

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Capítulo 1: Dulce escape... y un poco de vapor
**Isa —Revisión de senos —chirrió Maggie, inclinándose a mi alrededor y colocando sus manos sobre mi pecho. Le di una mirada de total incredulidad. Antes, me había puesto una falda y un top azul ajustado con tiras y me dijo que eso garantizaba que Thomas (mi ex) se arrepintiera de haberme dejado y de haber perdido a su vez a su socio comercial. —Espacio personal, amigo —dijo Erin, quitándome la mano de nuestra amiga. Maggie puso los ojos en blanco y se ajustó el vestido para mostrar otro cuarto de pulgada de escote. —¿Qué te va a doler? —ella hizo un puchero—. Ya sabes lo que dicen sobre cómo superar a un hombre... —Sí, sí, tienes que pasar por debajo del siguiente... —Comencé rotundamente. —No —dijo Maggie con aire de suficiencia—. Solo tienes que salir al mundo luciendo atractiva y recibir elogios de todos los demás hombres del mundo. Al menos... así es como lo hago. Erin puso los ojos en blanco pero sonrió. —Entonces vamos a que nos coqueteen —dijo, entrelazando su brazo con el mío y dirigiéndose al interior del bar. Maggie estaba detrás de nosotros, todavía distraída por sus propios pechos. —¡Espera, Isa! Cuidado... —llamó. En ese momento, un hombre alto y delgado se estrelló contra mí y me empujó con el hombro contra el marco de la puerta. Me agarré del hombro, demasiado aturdida por la repentina sacudida como para sentir dolor o enojo. Ese no fue el caso de Maggie. —¡Oye, idiota! —gritó, girándose y golpeando al chico en la espalda. El tipo se giró con indiferencia, tal vez un poco tambaleante, y se esforzó por centrar sus ojos nublados en la nariz moteada de Maggie. —¿A las nueve y ya está borracho? —Erin murmuró a mi lado. —Vaya, eres un poco linda —le murmuró el chico a Maggie, con una sonrisa descuidada enroscándose en su rostro. Maggie nos miró a Erin y a mí con desdén y nos guiñó un ojo y nos hizo un gesto con la mano para que continuáramos. —Eso fue rápido —me reí entre dientes. La mirada de Erin se detuvo en Maggie y el tonto que tropezaba. Erin siempre fue del tipo ansioso. —Ella estará bien. De lo contrario, no nos habría dicho que continuáramos —le aseguré, tirando un poco de la muñeca de Erin. Tan pronto como me di la vuelta, BAM, me estrellé contra otro cuerpo. —Fu —murmuré, de inmediato irritado con esta barra y todos estos idiotas distantes. Me eché el pelo hacia atrás y miré hacia arriba... hacia arriba... Maldita sea, este tipo era alto. Y amplio... y... agudo... —Lo siento —dijo con un gesto cortés pero apresurado. No me miró a los ojos antes de salir corriendo por la puerta y dejarme atónita, confundida sobre si debería estar enojada o no. —Eso fue de verdad rápido —bromeó Erin, mirando a mi alrededor para analizar el daño. —Tan rápido como empezó —resoplé mientras me abría paso hacia el concurrido bar con Erin pisándome los talones. La noche no resultó ser tan emocionante como comenzó. La música estaba alta y la gente estaba sudorosa y se balanceaba en la pista de baile. Maggie se había unido a nosotros poco después de que nos acercáramos al bar para tomar nuestras primeras bebidas. Aparentemente, el chico con el que se detuvo para hablar estaba demasiado borracho para divertirse. Comenzamos con dos tragos de pastel de chocolate: uno para celebrar mi nueva (e inesperada) libertad y el otro para celebrar mi nueva (e inesperada) oportunidad laboral. No esperaba comenzar un trabajo tan agradable y cómodo tan pronto después de dejar mi propia empresa, pero cuando llegó la oportunidad, abrí la puerta y tiré hacia adentro como si la estuviera albergando como a un fugitivo. Pero mi primer día llegaría antes de darme cuenta y estaba lista para empezar de nuevo. Chocamos nuestras copas y tomamos nuestros tragos. Ni dos segundos después de que nuestros vasos vacíos tocaran la mesa, Maggie nos arrastró a Erin y a mí hacia el enjambre de cuerpos que se rechinaban. —Pensé que se suponía que este era un lugar con clase —articuló Erin, sin molestarse en intentar gritar por encima de la estridente música electrónica de baile. Ambos estábamos un poco fuera de nuestra zona de confort en un lugar como este. Después de tres canciones, logré llamar la atención de un hombre bien afeitado parado en la barra. Me hizo un gesto, sosteniendo su bebida y señalando detrás de él la pared de alcohol. —¿Que estas esperando? ¡Ve! —dijo Maggie, apareciendo de repente como un demonio en mi hombro. Me golpeó el trasero y me envió dando traspiés hacia la barra. —H-Hola —tartamudeé, ya muy avergonzado. Tenía confianza en mí misma y en todo eso, pero no había tenido que preocuparme por conocer a un hombre nuevo en más de cuatro años. Este era un territorio nuevo para mí. —¿Quieres beber? —preguntó el hombre con un fuerte acento ruso. Hice lo mejor que pude para no parecer sorprendida. No esperaba una posible historia de amor extranjera. Asentí. —Lo que tu pidas. El hombre ordenó y se giró, sonriéndome ampliamente. Dio unas palmaditas en el taburete a su lado y tomé asiento. Se quedó allí sonriéndome durante demasiado tiempo, sin decir nada. —Entonces, ¿cómo te llamas? —Pregunté, decidiendo poner fin a la incomodidad y tomar algo de iniciativa. Él respondió pero no pude oírlo, o tal vez no entendí, así que hice eso de asentir y sonreír. Charlamos un poco durante unos minutos (la mayor parte de los cuales no pude escuchar por la combinación de la música alta y el acento) mientras me tragaba el yorsch que me había comprado. Pero deduje que estaba aquí por negocios. ¿Algo sobre tecnología? Honestamente, la conversación me parecía muerta y no me gustaba. Agradecí que Erin se acercara y me pidiera que fuera al baño con ella. Me disculpé, sin estar segura de si debía engañarlo o regresar y traer otro yorsch libre. —¿Cómo te va por ahí? —Le pregunté a Erin mientras se lavaba las manos. Ella arqueó las cejas y respiró hondo. —No estoy hecha para esto —se rio—. Por favor, dime que te quedarás pegado a mí por el resto de la noche. No puedo seguir el ritmo de Maggie. Arrugué la nariz, entendiéndola completamente. Al salir del baño me topé con alguien una vez más. Por alguna razón, me exasperó totalmente. —¡Los malditos hombres de este lugar! —Grité, echándome hacia atrás para mirar al culpable. Me reí secamente. Fue el mismo chico de antes que chocó conmigo. El segundo. —Qué mal, señora —murmuró, inclinándose con actitud perezosa contra la pared—. En serio, no puedo decir si estoy caminando sobre canicas o si el piso está hecho de limo, pero no puedo... —¿No poder? —Insté, esperando una verdadera disculpa. —No puedo terminar una oración —dijo con una linda risita. Fue tan patético que me hizo relajarme un poco. Algo en este hombre me dijo que no tenía ninguna intención de hacer daño. Al menos reconoció su culpa. Parecía que necesitaba ayuda más que nada. —¿Vas a estar bien? —Pregunté, inclinándome para ponerme a su nivel. Tenía las manos en las rodillas y medio riéndose y medio aspirando aire como si hubiera olvidado cómo respirar. Por las marcadas arrugas de sus pantalones hasta su Rolex y sus gemelos de plata, supuse que era otro hombre de negocios más, algo común en esta parte del estado de Washington. El hombre se encogió de hombros. —¿Qué pasa después de que tu peor mejor amigo te reta a beber una botella entera de Crown Royal Apple? —¿Una botella entera? —Jadeé. —Se suponía que debía serlo, pero ni siquiera llegué a la mitad del camino. Erin me levantó una ceja. Me encogí de hombros pero le dije que volviera con Maggie. —Te enviaré un mensaje de texto si sucede algo extraño —prometí. —Entonces, ¿qué pasa después? —preguntó de nuevo el hombre, con una sonrisa tonta que mostraba una dentadura blanca deslumbrante. Era un chico atractivo. —Supongo que eso depende de qué tipo de bebedor seas... —dije, de repente encontrando diversión en la situación. —No. No soy un bebedor —dijo, con la cara enrojecida y la sonrisa desdibujada. *** —Deberías estar orgulloso de ti mismo —le dije. —Ni siquiera vomitaste. —Vuelve a consultar por la mañana con resaca —dijo, balanceando las piernas por el costado de la escalera de incendios. Me reí. Qué hora y media más extraña había pasado desde que me encontré con este tipo afuera del baño de chicas. Se había recuperado después de un poco de aire fresco de septiembre y de una caminata de un lado a otro de la cuadra donde olió pizza y de repente tuvo hambre. Pedí comida para llevar y lo llevé a él y a la pizza grande de pepperoni y plátano por la escalera de incendios al lado de la barra. Había gente besándose debajo, y mientras yo estaba muy consciente de ellos, él estaba absorto en su pizza, metiéndose casi una cuarta parte de la porción del tamaño de una cara en su boca de una vez. Nunca hubiera esperado esta serie de comportamientos de un hombre vestido como él estaba vestido: chaqueta de traje Tom Ford, zapatos Gucci, reloj Rolex. Su cabello castaño, de longitud media, estaba recogido detrás de sus orejas y sus ojos casi negros zumbaban con brillo mientras masticaba su comida. A pesar de su sensualidad, había algo en él que hizo más que causarme un dolor profundo en el estómago; También logró tocar la fibra sensible de mi corazón. ¿Era «adorable» la palabra adecuada para esto? Se sintió bien. —Oye, gracias por pasar el rato conmigo. Eres muy genial —dijo de repente. Levanté las cejas ante el cumplido inesperado. —Tienes razón. Estoy bien. Gracias por notarlo. Se rio entre dientes y terminó su porción de pizza antes de inclinarse hacia adelante sobre los rieles de la escalera de incendios. Casi estiré la mano para sacudirlo antes de que su lindo traje tocara los sucios barrotes, pero me contuve. —¿Alguna vez REALMENTE has visto las estrellas antes? No pude evitar reírme. —¿Qué quieres decir? Giró la cabeza hacia un lado y me miró. El reflejo de las farolas en sus ojos oscuros me parecía mucho a estrellas. Negué con la cabeza. —En realidad no, no como esas fotografías de cómo se ven en el Serengeti. —Eso es muy malo. Esperaba que pudieras decirme cómo son. El matiz de melancolía en su voz hizo que me doliera el interior. Le di unas palmaditas en la rodilla para consolarlo, pero él tomó mi mano entre las suyas y la sostuvo, con la cabeza inclinada hacia arriba mirando el cielo nocturno. —Si las estrellas son tan brillantes, ¿cómo pueden esconderse tan fácilmente? ¿A dónde van? —Preguntó, apretando mi mano. Sonreí despacio. —Cuenta la leyenda que están ahí afuera —susurré, señalando más allá de las cimas de los edificios. Tarareó con falsa iluminación y se inclinó un poco, presionando su hombro contra el mío. Tuve la necesidad de acercarme más a él hasta que nuestros muslos quedaron juntos. —¿Deberíamos ver si podemos encontrarlos? —Preguntó, levantándose de repente. Me levantó antes de que pudiera responder, me llevó por la escalera de incendios y abandonó nuestra pizza a medio comer. Subí corriendo las desvencijadas escaleras tras él, sin importarme la altura ni el frío de la noche. Su mano estaba cálida, pero se sentía bien. Qué momento tan inesperado y desconcertante estar corriendo por la escalera de incendios con un extraño apuesto, rico y peculiar. Se sintió como un sueño. Cuando llegamos a la cima, me quedé sin aliento, pero el mundo parecía ilimitado. Corrió hacia el borde de la cornisa de la azotea y miró más allá de la ciudad antes de mirarme con una sonrisa torcida. —Bueno, al menos podemos ver la luna. A veces eso es mejor que las estrellas —dijo. Me detuve cerca de él, codo con codo, cadera con cadera. —¿Mejor que las estrellas? El asintió. —Sí. Quiero decir, sólo tenemos una luna, pero hay miles de millones de estrellas, ¿verdad? ¿No lo hace eso más especial? Qué simple y profundo, pensé, mirando la curva de su sonrisa. Debí haberlo mirado demasiado tiempo porque él me miró y se puso un poco tímido. —¿Qué? —preguntó. —Algo me dice que eres especial —dije. Ni siquiera me reí del queso envasado triple en esa declaración porque no lo dije con ironía. Él sonrió, acomodándose al momento, concentrándose en mis labios y dejando que la distancia se cerrara poco a poco entre nosotros. Separé mis labios incluso antes de que sus labios carnosos encontraran los míos. Algo que comenzó con calor y curiosidad, una búsqueda de labios, explotó en el beso más apasionante que jamás había experimentado. Mi extraño alto y moreno me empujó por la escalera de incendios hasta su nivel, presionándome contra el costado del edificio. Podía sentir su excitación a través de mi falda y gemí contra sus labios. —Mmmm... sabroso.. —murmuró, y su mano se deslizó debajo de mi camisa para sacar un seno de mi sostén y masajearlo. Pensé en el control de senos de Maggie y estaba bastante segura de que fallaría ahora mismo, dado que estaba una dentro y otra fuera. Algo dentro me dijo que de verdad debería detener esto. Quiero decir, ni siquiera sabía el nombre del chico. El resto de mí estaba más que feliz de ser maltratado por sus manos cálidas y fuertes. Sin embargo, unos momentos más me hicieron recordar que estábamos afuera, donde Dios y todos podían vernos si miraban hacia arriba. Suspiré y me retiré un poco. —Lo siento. No soy del tipo de chica que se divierte —dije con pesar. Me sonrió disculpándose. —No, lo siento. Me dejé llevar. Un teléfono sonó insistentemente. Frunciendo el ceño, se metió la mano en el bolsillo y sacó lo que sólo podía ser el modelo más nuevo de iPhone de Apple. —Lo siento —articuló y luego, al teléfono, dijo—: ¿Sí? Esperé, sintiéndome incómoda de repente. —Tienes que estar bromeando —gruñó—. No, no hagas nada. Ya has hecho suficiente. Ya voy. Yo lo manejaré.— Puso su dedo en el botón de «finalizar llamada» y me miró. Me acarició la mejilla con las yemas de los dedos. —Maldición. Ojalá pudiera quedarme. Me sonrojé. —De seguro sea mejor que no lo hagas. Él asintió, me ayudó a arreglarme la ropa y luego bajó por la escalera de incendios.

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