Había una vez un hermoso jardín llamado El jardín de flores blancas. Este lugar mágico estaba escondido en lo más profundo del bosque, alejado de la civilización y protegido por criaturas místicas que velaban por su seguridad. En este jardín, se podían encontrar las flores más hermosas y fragantes que se puedan imaginar, todas de un blanco puro y brillante que parecían estar iluminadas desde adentro.
Cada mañana, las hadas del jardín se encargaban de regar las flores con rocío de la mañana, mientras que los duendes cuidaban de que ninguna plaga se acercara a dañar su belleza. Los pájaros cantaban alegremente entre las ramas de los árboles, creando la melodía perfecta para acompañar a las hadas en su labor diaria.
Una de las flores más especiales del jardín era la Flor de Luna, una flor mágica que solo florecía durante las noches de luna llena. Su fragancia era tan embriagadora que cualquiera que la oliera se sumergía en un profundo sueño lleno de sueños felices y coloridos. Muchos viajeros intentaron robarla para llevarse su poder, pero ninguno tuvo éxito, ya que la Flor de Luna estaba protegida por un hechizo antiguo que solo permitía que aquellos con un corazón puro se acercaran a ella.
Un día, una joven llamada Heidy Luz González, se adentró en el bosque en busca de la legendaria Flor de Luna. Había escuchado historias sobre sus poderes sanadores y decidió que sería la cura perfecta para su papá quien estaba enfermo desde hacía meses. Heidy siguió un sendero de flores blancas que la guió hacia el jardín, donde se encontró con las hadas y los duendes que la observaban con curiosidad.
—¿Qué buscas en nuestro jardín, joven Heidy? —preguntó la Reina de las Hadas, una hermosa criatura con alas de mariposa y una corona de flores en la cabeza.
—Busco la Flor de Luna, mi papá está enfermo y creo que sus poderes podrían sanarlo —respondió Heidy con voz temblorosa, consciente de la importancia de su misión.
La Reina de las Hadas sonrió con ternura y le dijo que solo aquellos con un corazón puro podrían acercarse a la Flor de Luna. Heidy se armó de valor y se adentró en el jardín, siguiendo el aroma embriagador que la guiaba hacia su destino. Finalmente, llegó al centro del jardín donde se encontraba la Flor de Luna, brillando con una luz plateada que iluminaba toda la noche.
Heidy extendió la mano con cautela y acarició los pétalos suaves de la flor, sintiendo una extraña calidez que se extendía por todo su cuerpo. La Flor de Luna se abrió lentamente, revelando un néctar dorado que brillaba como las estrellas en el cielo nocturno. Heidy bebió el néctar con cuidado y sintió como una energía poderosa la invadía, sanando todas las heridas emocionales que llevaba en su corazón.
Al día siguiente, Heidy regresó a su hogar con la Flor de Luna en su mano, dispuesta a darle a su papá la cura que tanto necesitaba. Al acercarse a la cama de su papá, notó que su rostro estaba pálido y con una expresión de angustia que rompía su corazón. Heidy colocó la Flor de Luna sobre el pecho de su papá y esperó con ansias a que surtiera efecto.
Poco a poco, el rostro de su papá comenzó a relajarse y un suave color rosado volvió a sus mejillas. Los ojos de su papá se abrieron lentamente y la miraron con asombro, como si no pudieran creer lo que veían. Heidy le contó sobre su aventura en El jardín de flores blancas y cómo había encontrado la Flor de Luna que sanó su corazón y el de su papá.
Desde ese día, Heidy y su papá vivieron felices y saludables, agradecidos por la magia del jardín y la generosidad de las hadas y los duendes que lo protegían. El jardín siguió floreciendo con sus hermosas flores blancas, compartiendo su belleza con todos aquellos que se acercaban con un corazón puro y deseos sinceros. El jardín de flores blancas se había convertido en un lugar legendario, donde la fantasía y la realidad se entrelazaban en una danza mágica llena de amor y esperanza.
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Octavio A González B
Bendiciones y mucha felicidad